Sobre los partidos, por Julio Castillo Sagarzazu
Twitter: @juliocasagar
Los partidos políticos, tal como los conocemos, son hijos de la revolución industrial y particularmente de la necesidad para las formaciones marxistas que nacían de tener «una correa de trasmisión de la ideología revolucionaria», entre los trabajadores que comenzaban a agruparse en los grandes centros industriales.
Posteriormente, incluso después de la división entre socialistas y comunistas, con la fundación de la segunda internacional (llamada también socialdemócrata) casi todos los partidos copiaron las tesis organizativas leninistas del centralismo democrático. De acuerdo con estas, la minoría se somete a la mayoría, los organismos inferiores a los organismos superiores y hay derecho al debate, pero una vez tomadas las decisiones, se ejecutan por toda la organización.
Todas estas reglas son aparentemente neutras e incluso de sentido común. Tanto es así, que han perdurado en el tiempo en casi todas las organizaciones políticas e incluso en organizaciones de toda naturaleza.
Lo cierto del caso es que lo que ha variado sustancialmente, desde entonces hasta ahora, es la manera como se cumple el papel de «correa de trasmisión» de las posiciones política entre las grandes masas sociales.
En efecto, no cabe duda que desde la aparición de los medios de comunicación social, los organismos de base de los partidos han ido perdiendo progresivamente peso y pertinencia. La reunión de la célula, del comité de base o cualquier núcleo social primario, es cada vez menos necesario y prescindible. No se diga ahora, con la aparición de Internet y de las redes sociales.
Un chat de WhatsApp, es más útil y expedito que cualquier comité de base; un tweet tiene más difusión que un panfleto a puerta de fábrica o facultad y un correo electrónico puede contener un debate sobre los temas más importantes y, asimismo, un evento de Zoom, puede perfectamente, sustituir al Congreso del partido.
No obstante, como ocurre con las armas y las herramientas, depende de en qué manos están y como se usen. En el caso de las redes sociales y el internet, pareciera que su uso, por parte de los partidos ha contribuido mucho (paradójicamente) en la separación entre estas organizaciones y las grandes mayorías.
En efecto, mientras más se gana en cantidad, más se pierde en la calidad de la relación con la militancia y las bases sociales. En algún momento hemos llegado a decir que «la política es analógica y no digital». Y es que hay, ciertamente en la actividad política, una dimensión del trabajo que solo puede hacerse con el calor de la cercanía personal.
Asuntos como la solidaridad, la empatía, el cariño y el afecto hacia el liderazgo difícilmente se pueden lograr, o al menos mantener desde la lejanía de un medio o en el espacio cibernético.
Pues bien, los partidos venezolanos se enfrentarán a estos temas, como muchos partidos en el mundo que hoy padecen de esta misma lejanía con la gente y deberán, como aquellos, resolverlo para continuar con la pertenencia y su ineludible necesidad en las sociedades democráticas.
Es sobre este último aspecto, donde pensamos que debemos detenernos. Habría que preguntarse, en ese sentido: ¿Es que ha llegado entonces el momento de prescindir de los partidos? ¿Puede la Sociedad Civil, no partidista, reemplazar a las organizaciones políticas?
En primer lugar, deberíamos recordar que la organización de una causa es imprescindible tanto para asegurar su triunfo o su pervivencia en el tiempo. Las ideas se las lleva el viento. Ya Jesús nos lo demostró cuando nos dejo solos, ni a la Providencia, ni al Espíritu Santo conducir a su legado. Le encargo a Pedro encabezar una organización, diciéndole. «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia»
Lo que es válido para una empresa espiritual, lo es también para una causa política. Su fin último es llegar al poder y para ello, hace falta una organización y además una dirección política. Debe tener un ideario político y su forma de organizarse y de comunicar ese ideario y sus propuestas, aunque cambie en el tiempo y se enfrente de numerosos desafíos, deben igualmente ser políticos.
Pero es que además de ello, la política, como muchas otras actividades tiene un “know how”. Hay una experiencia acumulada, un mecanismo, casi rutinario, de cómo desenvolverse en el terreno electoral, que es el natural campo de acción en las democracias y en países, como Venezuela donde es cada vez más difícil y riesgoso estar presente en las mesas y centros y desarrollar campañas.
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Estas cosas no vienen «dadas por añadidura». De hecho, aunque sea duro decirlo, hemos presenciado experimentos de suplir a los partidos en estas tareas, que no han resultado bien. De manera que, si el asunto no está en sustituir el papel de los partidos, será entonces el de tratar de transformarlos y adaptarlos para que cumplan sus verdaderos fines.
En estos días, por cierto, hemos visto una interesante reacción en la convocatoria interna para la renovación de las principales organizaciones opositoras. PJ, UNT y VP han cumplido jornadas importantes. Familiarizados con lo ocurrido en VP, podemos afirmar que una ola de entusiasmo real, recorrió la organización en todo el país y se logró hacer estructura organizada en prácticamente todas las parroquias. UNT hizo también un esfuerzo importante en remozar su visión doctrinaria y PJ unas elecciones abiertas que les permitió desplegarse a lo largo y ancho del país. Son signos, repetimos, en la buena dirección.
Toca a todos los factores democráticos, de frente a los compromisos y retos que tenemos, ayudar a que este proceso se profundice y se recuperen los partidos y las organizaciones sociales. No hay duda de que serán necesarios para reconstruir la democracia y recuperar la libertad.
Julio Castillo Sagarzazu es Maestro
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