Sobrevivientes del deslave de Vargas llevan el miedo tatuado en la memoria
Cuando ocurrió la tragedia de 1999 en el estado Vargas la precariedad en el desarrollo urbano aumentó las dimensiones del deslave. El congestionamiento de la red vial, el deterioro de los servicios públicos, la ausencia de programas de emergencia y la carencia de obras hidráulicas para el control de torrentes pusieron la guinda de lo que terminó siendo una catástrofe humana que, dos décadas más tarde, ha quedado solo como un recuerdo entre quienes lo vivieron, sin mayores aprendizajes oficiales
Se cumplen 22 años de la tragedia de Vargas. A poco más de dos décadas de los hechos, los días 14, 15 y 16 de diciembre continúan siendo minutos de silencio por las pérdidas humanas que dejó el peor desastre natural de la nación, luego del terremoto de 1812.
El desastre constantemente deja de ser un recuerdo ausente para los varguenses. Sobre todo para quienes vivieron el terror del deslave, el miedo a que se repita la historia cada vez que llegan las lluvias está latente. En cambio, quienes no lo vivieron o eran en ese momento demasiado pequeños para recordarlo, apenas tienen referencias por boca ajena. Sin memoria no hay miedo.
A 22 años de los hechos, el número de fallecidos es aún un misterio. Algunas cifras hablan de hasta 50.000 muertos, según los cálculos de la Cruz Roja Internacional. Sin embargo hay números más conservadores y rigurosos que contabilizan menos de 1.000 personas que perdieron la vida en esa catástrofe natural.
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Dependiendo de quien diera la información, el cálculo en la cifra de muertos por la llamada Tragedia de Vargas en diciembre de 1999, iba in crescendo. Un estudio de los antropólogos Sandrine Revet y Rogelio Altez, de 2005, publicado en la Revista Geográfica Venezolana, recoge que el número varió por miles hasta 50.000. Sin embargo, Ángel Rangel Sánchez, director nacional de Defensa Civil para la época, dijo aEsPaja.com que, por la magnitud y características del desastre, no puede precisarse a ciencia cierta la cantidad de fallecidos.
Una de las zonas más afectada por el deslave de 1999 fue Carmen de Uria, localidad en la que un alud se llevó más de 200 casas consolidadas y unos 500 ranchos que existían en la zona. Antes de ser un cementerio nacional, como fue declarado cuando bajaron las aguas, Carmen de Uria era una gran hacienda con sembradíos frutales de todo tipo.
Lo que el río se llevó
«Carmen de Uria se unió con el mar», fue la oración que Gladys Torres el 16 de diciembre de 1999 escuchó en una emisora varguense. Tras el anuncio la mujer se desmayó, gran parte de su familia estaba en la localidad, hoy deshabitada. «Fuimos a hacer el nacimiento en las casa de mis hijos. Dos vivían en Carmen de Uria, Yenny y ‘Pelele’. Dos días antes de que lloviera durísimo yo pude salir de Carme de Uria y llegue a Catia la Mar, a la casa de mi otra hija», comenta a TalCual dos décadas más tarde.
Torres relata que los hermanos que vivían en la zona salieron de sus casas y se agruparon en un área presuntamente recomendada por las autoridades para resguardarse cuando temporal, pero que cedió ante la fuerza del agua. La familia entera fue arrastrada por el río.
A Yenny, hija de Gladys Torres, el caudal se la llevó junto a sus dos hijos. Torres relata que su esposo fue rescatado por voluntarios de Protección Civil. «El se lanzó al río buscando a su familia. Les dijo que no hacía nada en tierra», rememora Gladys.
22 años después aún los cuerpos no han aparecido, así como tampoco llegaron noticias de otros dos nietos que se extraviaron.
Desde ese momento, Torres asevera que su vida le cambio. «Es un dolor con el que se vive y estas fechan lo avivan», expresa. También afirma que los recuerdos están latentes especialmente en quienes sufrieron los embates de 1999. A su juicio, la juventud está lejos de saber qué pasó y de tener un sentimiento por los sucesos.
Yliana Ortiz también vivió el deslave de Vargas. En ese entonces tenía 18 años. Recuerda que la noche anterior a que se desatara el desastre en el sector en el que vivía, cerca del río La Veguita, ya había damnificados producto del deslizamiento del cerro.
Esas personas recibieron ayudas de varios vecinos, quienes los hospedaron en la que era la sede de la Biblioteca José Gregorio España, en Macuto en vísperas de las votaciones que aprobarían la nueva Constitución nacional.
La abuela de Ortiz vivió la crecida que se registró en el Litoral en 1951, hecho que la dejó marcada y por lo que cada vez que llovía demasiado activaba un protocolo que consistía en salir de casa llevando solo lo esencial. «Mi mamá recordó eso y nos sacó de la casa a tiempo, no había crecido el río. Luego ocurrió todo».
En Macuto estuvieron hasta el 18 de diciembre, cuando lograron llegar al aeropuerto y después a Caracas, «y no fue hasta el 26 de diciembre que regresamos para constatar el estado de la casa, aunque ya sabíamos qué había pasado por comentarios de vecinos», cuenta.
Para Yliana, la tragedia de Vargas vive en la memoria del varguense, cuando llueve con mucha fuerza, cuando se ven quebradas sin limpiar y ríos crecidos.
Quien además fue voluntaria de Protección Civil ve necesario en la actualidad fortalecer los planes de mitigación de riesgo e impulsar retomar el rol preventivo que tiene Protección Civil a nivel nacional. «No es nada más pasarle la escoba al río cuando llueve. Se debe hacer una política pública más eficiente para la mitigación, seguimos teniendo gente en zonas de riesgo, seguimos construyendo viviendas en zonas de riesgo», agrega.
Generación del «de boca en boca»
Existe una generación que solo conoce por referencias lo ocurrido en diciembre del 1999. Saben de la Tragedia de Vargas por referencias externas: bien sea porque estaban muy pequeños para recordar o porque nacieron después. En la entidad no existe memoria histórica ni programas oficiales para recordar los hechos que no solo acabaron con miles de vidas e infraestructuras sino que mostró la solidaridad de un país.
Para muestra un botón. El 15 de diciembre la gobernación de la entidad realizó un acto en homenaje a los fallecidos durante el deslave de Vargas, a 22 años del fenómeno natural. Casi de forma simultánea se realizó un concierto público para celebrar la Navidad. Lo segundo copó la atención.
Jorge Gómez, de 24 años, solo conoce lo que le han contado sus padres o los de sus amigos. «Estaba muy pequeño para recordar lo que pasó», dice. Comenta que percibe de sus allegados más adultos el nerviosismo en los días de fuertes lluvias, cuando el tema sale a relucir en días de tormenta o cuando se acerca la fecha.
Stephanie Suárez nació dos años después del deslave, en 2001. Conoce los hechos porque su familia fue marcada por el deslave. «Uno de mis tíos tenía un terreno por los Los Corales, y levantaba una casa. Se fue a esa zona con su esposa e hijos para estar tranquilos, pero cuando todo explotó su casa se inundó. Perdió a su esposa, hijo y lo tuvieron que sacar en helicóptero», dice.
Más allá de lo que se comentan entre familiares es escasa la información que tienen. Tanto Gómez como Suárez creen necesario impulsar planes de concientización en las nuevas generaciones.
Precariedad
Cuando ocurrió la tragedia de 1999 en el estado Vargas, la precariedad en el desarrollo urbano era notoria. Así como también el congestionamiento de la red vial, el deterioro de los servicios públicos, la ausencia de programas de emergencia y la carencia de obras hidráulicas para el control de torrentes. Así lo refirió el exministro de Ciencia y Tecnología y de Desarrollo Urbano Carlos Genatios, en la investigación Vargas: Desastre, proyecto y realidad.
El estudio presentado ante la Academia Nacional de Ingeniería y el Hábitat recuerda que las lluvias anuales en la entidad son de 510 milímetros (mm) de agua pero en 1999 se multiplicaron casi cuatro veces hasta alcanzar los 1.910 mm.
Solo el 14, 15 y 16 de diciembre -días en los que ocurrió el deslave- se reportaron 911 mm de agua producto de las fuertes lluvias, lo que condujo a que los riachuelos se convirtieran en grandes ríos que con pendientes mayores a los 30 grados se lo llevaron todo a su paso en un gran alud torrencial.
240.000 personas resultaron afectadas, mientras que otras 100.000 fueron evacuadas. 8.000 viviendas quedaron destruidas al igual que cinco hospitales y ambulatorios. Tras el deslave 85% de la vialidad troncal fue arrasada, junto a 30% de las escuelas del estado.
«La tragedia obligó a entender, de una manera brutal, que un desastre no es sólo el producto de un fenómeno natural, sino, sobre todo, de la intervención humana, del bajo nivel de desarrollo social, de la falta de planificación, y de la debilidad institucional», infiere Genatios.
A su juicio, lo ocurrido dejó claro cuán vulnerable es la sociedad venezolana en los temas de prevención de desastres por las lluvias excepcionales y que no ha cambiado pese al paso de los años y a los intentos que se hicieron para prevenir los desastres de esta índole en Vargas.