Soliloquios etéreos, por Marcial Fonseca
El esposo leía el periódico luego de haber almorzado su sopa de chipichipi, la cazuela de mariscos acompañados con bollitos de pimentón; y de postre, un dulce árabe, todo regado con unas dos o tres cervecitas. Mientras tanto, su mujer trasteaba en la cocina, y, como siempre, para acompañarse a sí misma, mantenía un soliloquio.
-Ahí está la comadre, y que le haga un vestido para ella busto ochenta y ocho, y cintura sesenta y seis; como mínimo esa cintura es ochenta y seis; de todas maneras, la convencí y le tomé las medidas; y cuando le medía el busto, ligerito como se recomienda, ella misma apretó la cinta métrica y casi se ahoga; jajaja; y era como yo decía, medidas de gordita. Y la otra, la Carmen, y que uno pantalones treinta y cuatro para su esposo; ese no baja con esa barriga cervecera de treinta y ocho. Que si no venía para que lo midiera, no se lo hacía, y no lo vas a creer, todavía no ha venido y creo que no vendrá.
Hablar solo es hablar con uno mismo; y claro, de cajón, tiene que haber alguien, porque si nadie me oyera, ¿cómo se sabrá que estoy hablando conmigo misma? Eso es lo mismo como cuando alguien grita en la montaña, estando solo, por lo tanto, nadie lo oye, entonces, ¿realmente gritó?
El esposo matizaba todo lo anterior con una serie de Ya, ¿Siii?, Ahhh, ¿Verdad?, Increíble. Pareciera que ella se dirigía a él; pero este sabía que hablaba al aire, pero aun así le preguntó:
-Mi amor, ¿tú estás hablando sola?
-Pero bueno, ¿eres tonto o te haces? -claro, ella no se dirigía a él; pero simplemente no se atrevía a pensar en esa realidad, tenía años en ese tesón.
El marido no quedó convencido, así que una vez que ellos dos, y nadie más, estaban en la vivienda, y ella estaba con su perorata, él, hecho el tonto, abandonó la casa; la mujer no se percató de ello, creía que todavía andaba cerca.
-¿Y dónde estará el compadre Begonio que no está aquí con sus pendejadas de ir contigo al llano a pescar?, pudiendo comprar las cervezas ahí en la licorería de la plaza y tomárselas en el solar, total, si comen algo acuático, será sardinas enlatadas. Porque yo digo una cosa: la comadre y yo somos uña y mugre; pero la verdad que a ella le está faltando un tornillo, ahora con esas pendejadas de querer hacerse las tetas; si hace años que el compadre no se las toca. Y lo que me contó la muérgana de Susana, que a su marido lo transfieren a Valencia; qué va, a buscar trabajo e’lo que, a él lo botaron por estar pajareando a la secretaria del jefe, y ya este tenía tiempo comiéndose ese aguacate.
La mujer, en un descanso de su discurso, se apercibió que ya no se oían los expletivos de su esposo; que además se los sabía de memoria después de dos décadas de matrimonio, hasta en el mismo orden: Ya, ¿Siii?, Ahhh, ¿Verdad?, Increíble. Lo buscó por la casa, y no estaba; ahora se dio cuenta de que estaba sola; la soledad se hizo plúmbea y ella abandonó, despavorida, la vivienda; en la calle se consiguió a su vecino, este notó el miedo en su cara.
-¿Qué le pasa, comadre?
-Que estaba en la casa, usted sabe, hablando sola y de repente descubro que mi marido no estaba conmigo, había desaparecido…
-Bueno, si estaba hablando sola, no debía haber nadie…
-Usted no entiende, mire, hablar solo es hablar con uno mismo; y claro, de cajón, tiene que haber alguien, porque si nadie me oyera, ¿cómo se sabrá que estoy hablando conmigo misma? Eso es lo mismo como cuando alguien grita en la montaña, estando solo, por lo tanto, nadie lo oye, entonces, ¿realmente gritó? Ultimadamente, si hablo sola y no hay nadie, eso se llama locura; ¿o usted me está diciendo loca?
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Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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