Sopa de alacranes, por Aglaya Kinzbruner
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Según José Alberto García Avilés, periodista y catedrático de Periodismo en la Universidad Miguel Hernández de Elche, doctor en comunicación y licenciado en periodismo por la Universidad de Navarra y Bachelor en Artes Liberales por la Universidad de Dublín, perdón por el largo de la introducción, pero el señor la merece, hay tres leyes de la Inteligencia Artificial:
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Todo lo que pueda ser automatizado, será automatizado.
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La Inteligencia Artificial está aprendiendo las 24 horas. Tú no.
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Siempre que una Inteligencia Artificial pueda hacer tu trabajo, lo hará y más rápido y eficaz.
Corolario: Si no te adaptas a trabajar con Inteligencia Artificial, serás prescindible.
Esto en cuanto a la inevitabilidad de la IA. ¿Y para qué sirve la Inteligencia Artificial? Son tantos los usos que vamos a mencionar solo unos pocos. Por ejemplo, cuando uno le da una orden al televisor: «Alexa, ponme la película Tal y Cual», esta asistente de voz enseguida se pone los patines, por así decir, y busca la película en cuestión. Hay asistentes de escritura, motores de búsqueda, filtro de spam e innumerables aplicaciones ulteriores.
También existe su antítesis, quizás menos mencionada, la Estupidez Artificial. Esta presenta dos aplicaciones principales: la generación de errores deliberados en chatbots que intentan superar la prueba de Turing o el engaño de un participante haciéndole creer que está tratando con humanos, y la limitación deliberada de la IA informática para el control de la dificultad de un juego, como en los videojuegos.
Habría que ver en qué categoría quedan la estupidez al cuadrado que se encuentra en algunos relatos que pasan por los teléfonos inteligentes, algunos románticos, otros que ni siquiera terminan, relatados con una voz en que la cadencia del discurso no pertenece al discurso en cuestión sino es algo plano y sin sentido alguno como proferido por una máquina.
En cuanto a la estupidez pura y simple, nadie la definió tan bien como Dietrich Bonhoeffer. Este era un cura confesante, totalmente opuesto a los pastores luteranos que nunca se opusieron al Nazismo. Él los denunció como cobardes y coludidos con ese régimen maléfico y, lógicamente, no tuvo una larga vida. Fue acusado falsamente de haber participado en la conspiración para eliminar a Hitler, cuando ni siquiera se encontraba ahí cuando el asunto al igual que el explosivo, explotaron. Fue ahorcado junto con otros en el 1945 poco antes del fin de la Segunda Guerra Mundial.
Su definición de estupidez era muy simple. Es rehusarse a pensar racionalmente, a tomar las decisiones adecuadas y atenerse a ellas. Por eso –decía– no se trata de que falte la inteligencia, sino de la ausencia de moral y valor. Y lo peor, todo un pueblo puede caer en eso porque es contagiosa.

Y con respecto a la inteligencia artificial, nos olvidamos de algo muy importante, mencionar al horno inteligente. Es un horno que sabe cuando apagarse para que la torta no quede seca, o sea que hasta mide la humedad. Y en cuanto al control de esta última, nunca hubo alguien como María.
Hace muchos siglos, en la Alta Edad Media, existió una alquimista llamada María. Ella inventó el baño María, método de cocción que desde entonces lleva su nombre. Consta de una paila que se mete dentro de otra llena de agua hirviendo. Así los elementos que se iban a cocinar estaban sometidos a un proceso de calentamiento lento y también a otro donde el vapor influía en este mismo proceso. ¿Qué cocinaba María? ¿Su especialidad? ¡La sopa de alacranes!

Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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