Sopa de Partidos, por Carlos M. Montenegro
Leo que el Secretario de Estado de Trump, Mike Pompeo, ha dicho algo como que “en Venezuela unos 40 opositores aspiran a ser herederos del presidente de facto”, que parece corroborar una sensación que me asalta últimamente.
Son tiempos de política tan incomprensibles que a veces me dan ganas de “declararme en confusión”, como decía un viejo amigo. El panorama está sobrecargado de partidos con ideologías y doctrinas a granel, que a la hora de la acción la mayoría se desinflan. Es difícil explicar las doctrinas políticas en estos tiempos, se han convertido en una especie de coctel de colores que, tras agitarlo tanto se ha puesto turbio e ininteligible.
Las ideologías de andar por casa, tan usadas en reuniones y tertulias, también se han convertido en un batiburrillo de pensamientos peregrinos sin destino, que suelen servir para lucir prosa ante audiencias desprevenidas cuando no directamente ignorantes; las estupendas promesas se propagan con generosidad durante las campañas electorales; una vez logrado, o no el propósito, ya no son útiles, se arrojan al suelo y se pisotean como a las hojas en otoño. Mirandolo bien, son escasísimos los países que llevan lo de gobernar como se debe.
Liberalismo, radicalismo, socialdemocracia o marxismo del siglo que ustedes prefieran; sean monárquicos, republicanos, independentistas, regionalistas, nacionalistas, capitalistas, proletarios, anarquistas, conservadores, liberales, centralistas o no…
Al final suele dar lo mismo, entre lo dicho y lo hecho, como siempre, habrá un gran trecho. Todos estos “ismos” y los que olvido, no suelen ser más que un modus vivendi como cualquier otro para la mayoría de los diletantes de la política, tratando de incorporarse a la dirigencia de algún partido con buena tribuna, aunque si no les dan suficiente cancha, siempre pueden fundar uno propio y tratar de cosechar seguidores incondicionales, sustrayéndoselos a otros partidos con doctrinas, pero igualmente huecos de contenido.
Con ese bagaje y la lección bien aprendida, esta copiosa ralea en vez de optimizar sus conocimientos en ciencias o humanidades para mejorar las condiciones de vida de sus representados, suelen preferir conocer al dedillo a los del género humano que procuran, con sus virtudes y sobre todo sus flaquezas, para llevarlos a su “jardín” empleando la propaganda necesaria con las modernas técnicas que utilizan publicistas contratados, convenientemente adaptadas.
Encontrar tribuna ya no es problema, el típico mitin ahora es apenas un acto simbólico para que los candidatos se den un baño de popularidad y mantener su “egoestima” en alto. El mensaje político para que llegue a las masas saldrá por la radio, como Goebbels decía en los años 30. Hoy en día los avances en las comunicaciones y las redes sociales han acabado con los templetes, púlpitos y tribunas de las campañas electorales, permitiendo tomar atajos y ganar espacios aunque sean virtuales
Las nuevas tecnologías son sumamente útiles para los líderes políticos y sus organizaciones, de derechas o de izquierdas, con buenas o malas intenciones, igual sirven a todos. Se dan noticias en tiempo real, aunque se produzcan en las antípodas, y un teléfono móvil se convierte, si se entiende un poco de qué va la cosa, en una distribuidora de información, con imágenes y audio incluidos; las redes también son útiles para captar seguidores y tenernos informados de lo que interesa que sepamos, o para desinformar, difamar y confundir todo. También son perfectas para perder y hacer perder el tiempo.
La gente de esta época, y me incluyo, ve como el mundo se va resquebrajando, con el inestimable aporte de incontables políticos, faltando poco para que se convierta en una escombrera de civilizaciones; esperanzados esperamos que tamaño desastre sirva para que aparezcan formas de gobernar mejor, y disculpen lo retórico del comentario, pero de verdad: ¿quién sabe cómo y cuándo podrá suceder eso?
Dando vueltas el bombo de las doctrinas le ha tocado al, el libertarismo, aunque podría haber sido otra de las tantas, pero como en Venezuela parece tener un repunte desde que, entre otros, A. Leocadio Guzmán y Tomás Lander fundaron el primer partido liberal en 1840, voy a echar una ojeada y ver si sale algo en limpio.
El Libertarismo, es una corriente política, una de tantas del concepto liberal clásico*, que hunde sus raíces en la tradición del individualismo político, es decir, los derechos residen en el individuo mismo. Fue una tradición iniciada por el movimiento de los Levellers (niveladores o igualitarios) en el siglo XVII, quienes predicaban que “por derecho natural, desde el nacimiento, todos los hombres están igualmente vinculados con la propiedad, la libertad y la independencia”.
Sus fundadores desconfiaban de las maneras autoritarias de Cromwell y pretendían fundar un estado seglar y una Cámara de los Comunes (House of Commons) al margen de la Cámara de los Lores (la nobleza), en el cual hubiera libertad religiosa. Fue la primera formulación en la historia de una alternativa liberal y democrática enfrentando el poder absoluto de la monarquía.
En la actualidad, el libertarismo o liberalismo libertario es una filosofía política que manifiesta la vigencia suprema de la libertad individual o sea, el derecho del individuo sobre sí mismo, cuyo límite no es otro que el derecho ajeno. La ideología libertarista se sustenta en la libre asociación, la política anti estatalista y la economía capitalista de libre mercado, pues para los libertarios toda relación humana debe ser producto de pactos voluntarios y la fuerza solo puede emplearse legítimamente contra otros de manera defensiva o ante el incumplimiento de un acuerdo.
El liberalismo y la tradición libertaria, principalmente la de EEUU, mantienen coincidencias ineludibles. Los libertarios han sido considerados como los liberales radicales y a veces extremistas. Los liberales, en cambio, mantienen los valores clásicos: individualismo, libertad económica y defensa del mercado para la asignación de recursos, valores que se sustentan en la utilidad y los derechos naturales. A pesar de la diversidad de justificaciones teóricas, ambas coinciden en principios como el derecho a la propiedad privada, y con el libre mercado (laissez-faire), la desregulación del comercio, la afirmación de la libertad básicamente y la menor intervención estatal posible en la vida cotidiana.
Los estudiosos del asunto suelen estar de acuerdo en una amplia gama de políticas y principios. A pesar de ello, resulta difícil encontrar un consenso sobre qué es lo que singulariza realmente al libertarismo, o qué lo distingue de otras teorías y sistemas políticos al uso. Al parecer la disociación entre el liberalismo y el libertarismo empieza cuando este último abandona algunas cláusulas individualistas por nuevas ideas socializantes o rechaza al aumento de las facultades del Estado.
Los planteos y promesas frecuentemente se parecen mucho, lo que induce a pensar que el quid de la cuestión no está en la idea planteada, sino contar con la persona o personas que sean capaces y quieran realizarlas.
Al final, las respuestas suelen estar en los principios.
* En la foto principales lideres liberales clásicos, de izquierda a derecha,
1ª fila: Alexis Tocqueville, Frederic Bastiat, Bengamin Constant, John Dalberg Acton
2ª fila: Herbert Spencer, Friedrich Hayek, Ludwig von Mises, Murray Rothbard