«Soy borrego» o la sacralización de la política en Ecuador, por Gabriel Hidalgo Andrade
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En Ecuador empezó la competencia por la Presidencia tras el decreto de disolución recíproca del 17 de mayo de 2023. La medida, expedida por el presidente Guillermo Lasso, anticipa las elecciones para completar el periodo vigente del binomio presidencial y de los cargos legislativos.
Para repetir la suerte en las elecciones municipales, capitalizar el voto subnacional y replicar los resultados en estas elecciones nacionales, la organización del expresidente Rafael Correa, la primera fuerza política del país, apuesta por la fidelización electoral y, entrelíneas, por una preocupante sacralización política.
En estas elecciones, la Revolución Ciudadana puso en marcha una estrategia que busca, han dicho sus voceros, resignificar la principal descalificación atribuida a sus militantes por una parte de la opinión pública y cambiarla a favor de su campaña. Para esto utilizan imágenes creadas por la inteligencia artificial, en la que se pueden ver pequeños corderos humanizados como si se tratara de niños. Al parecer, la maniobra consiste en llamar al enternecimiento de los espectadores a través de la exhibición de crías de borregos en actividades típicamente humanas como estudiar o trabajar.
La ley electoral del Ecuador prohíbe el uso de niños en las campañas electorales, precisamente para evitar la aparición de estos en piezas de proselitismo. ¿Qué supone esta maniobra publicitaria?
Los portavoces del correísmo han explicado que, tras ser etiquetados como borregos, el uso de esta imagen como emblema de su campaña es un acto de resignificación, un proceso creativo de apropiación, una reinvención identitaria. Sin embargo, la maniobra publicitaria, al parecer, oculta el reconocimiento de la sacralización de la política como instrumento de acción pública.
Uno de los historiadores más importantes sobre la sacralización de la política en el mundo es Emilio Gentile, profesor emérito de la Universidad Sapienza de Roma. En Political religion: a concept and its critics–a critical survey, Gentile explica que la sacralización de la política es un proceso que pertenece a la sociedad moderna, por el cual la dimensión política adquiere un carácter religioso y se convierte en la madre de nuevos sistemas de creencias y mitos.
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La religión política es un fenómeno contemporáneo que representa el pináculo de la rebelión contra la religión del dios bíblico, que el humanismo empezó y que tenía como objetivo sacralizar al hombre, pero que terminó en la deshumanización del hombre al sacralizar el Estado, la nación y la raza, afirma Gentile.
En The Sacralisation of politics: Definitions, interpretations and reflections on the question of secular religion and totalitarianism, Gentile, en compañía de Robert Mallett, agrega que la sacralización de la política es un aspecto importante de los diferentes totalitarismos durante el período de entreguerras. De hecho, generalmente se acepta que uno de los aspectos más definitorios, si no el más peligroso, del fenómeno totalitario, fue la sacralización de la política, también conocida como religión política, religión secular, misticismo e idolatría políticos.
Esto ocurre cuando, de manera más o menos compleja y dogmática, un movimiento político otorga un estatus mesiánico a una entidad terrenal que puede ser la patria, el Estado, la humanidad, la raza, el proletariado o la revolución, y la convierte en un principio incuestionable de la existencia colectiva, a la vez que la considera la fuente primaria de valores para el comportamiento individual y colectivo.
Gentile y Mallett afirman que las ideologías revolucionarias, la política mesiánica, la teología y las teorías escatológicas seculares como el hegelismo, el marxismo y las nuevas religiones contribuyeron significativamente a la sacralización de la política durante el siglo XIX. A partir de este momento la política estuvo plagada de profetas, apóstoles y mártires de estas nuevas religiones seculares que elevaron la humanidad, la Historia, la nación, la revolución, la sociedad, a los altares del absurdo.
Además, Gentile afirma en Fascism as political religión que en la contemporánea secularización del Estado no hay una separación definitiva entre la religión y la política. La «sacralización de la política» estuvo notoriamente influenciada por el nazismo, el fascismo y el nacionalismo romántico. Incluso la democracia, el socialismo y el comunismo también contribuyeron al surgimiento de nuevos cultos seculares, aunque su tendencia alcanzó su punto máximo durante los movimientos totalitarios del siglo XX.
Esto es lo más sugestivo de la maniobra publicitaria de apropiación del borrego como símbolo de campaña: que detrás de la supuesta pertenencia a un rebaño está el reconocimiento de la presencia dominante de un actor que figura como pastor, y que sobre la organización política hay un líder con cualidades mesiánicas.
Más allá de sus aspectos demagógicos más generales, el «culto al líder» surgió dentro de los confines de la «religión fascista» y, como tal, fue el resultado de eso. Así como la figura carismática del papa no puede extrapolarse de la Iglesia católica, la figura carismática del líder fascista está indisolublemente ligada a toda la estructura de su universo simbólico, dice Gentile.
En Fascism, totalitarianism and political religion: definitions and critical reflections on criticism of an interpretation, Gentile cataloga al fascismo como un fenómeno moderno, nacionalista, revolucionario, antiliberal y antimarxista que se ha elaborado sobre una redefinición innovadora de los conceptos de totalitarismo y religión política.
En términos del profesor de la Sapienza, «el fascismo no tenía una individualidad histórica propia del mismo modo que el liberalismo, la democracia, el socialismo o el comunismo. En cambio, fue una especie de epifenómeno antihistórico y antimoderno sin cultura ni ideología». Y agrega que en todas partes el fascismo fue un movimiento para «subyugar y desviar a las masas inocentes y recalcitrantes».
Los elementos nacionalistas, revolucionarios, antiliberales y antiprogresistas sitúan a algunas de las organizaciones personalistas latinoamericanas en la antítesis del progresismo. Y lo más preocupante es que sigue fielmente el diagnóstico de Gentile como fenómeno antimoderno, desprovisto de sustancia ideológica.
Aunque difícilmente ninguno de los fenómenos personalistas latinoamericanos alcanza a las proporciones conceptuales del fascismo, es innegable que la mezcla entre nacionalismo, personalismo y populismo tiene destellos totalitarios preocupantes.
Gabriel Hidalgo Andrade es politólogo y abogado. Profesor de la Universidad de las Américas (Quito). Magíster en Ciencia Política y Gobierno por Flacso-Ecuador.@ghidalgoandrade
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