Stalingrado, por Ángel R. Lombardi Boscán
Twitter: @LOMBARDIBOSCAN
«Mi voz estuvo con tus grandes muertos
contra tus propios muros machacados,
mi voz sonó como campana y viento
mirándote morir, Stalingrado».
Nuevo canto de amor a Stalingrado
Pablo Neruda (1904-1973)
Solo sabiendo utilizar la larga duración, concepto este del muy reconocido padre de la escuela histórica francesa de los Annales, Fernand Braudel (1902-1985), es posible escribir una historia pertinente que sea más historia que literatura y aun así. Los recuerdos le pertenecen a Dios y no a los hombres. Todos los recuerdos humanos son escurridizos por muchos intentos que hagamos en atraparlos.
Es el olvido, esa sustancia benéfica, lo que nos permite asumir una historia siempre imperfecta y siempre mudable. Asumir esto es lo más sano para ir desechando la pretensión de una historia totalitaria, pendenciera y embustera que, desde la escuela hasta la universidad, es la que se nos impone como científica o verdadera.
Toda la vida social está reñida por el rencor de unos contra otros. La envidia y el odio son el epicentro de la vida social entre los humanos (Cioran), razón por la cual la tragedia histórica prevalece por encima de los logros civilizatorios en un sentido permanente y estable, a pesar de libros “positivos” como uno del inglés Matt Ridley que se llama El optimista racional (2010).
El que brilla ofende. El que se destaca por encima del promedio es admirado aunque también aborrecido, sobre todo aborrecido. Esto aplica entre las relaciones con las personas y en la historia de las naciones. Alemania, en una zona geográfica privilegiada en el centro de Europa, llegó tarde a su unidad nacional (1871) y más tarde aún al desarrollo industrial capitalista, lo que le impidió a su belicosa élite acceder a plenitud al lucrativo reparto colonial del mundo iniciado en su segunda oleada en el siglo XIX. La primera oleada del despliegue europeo mundial estuvo a cargo de España y Portugal en el siglo XVI.
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Esta desventaja en la carrera de las naciones por imponer su voluntad y dominio mundial hizo de Alemania un país atenazado por el rencor. La Primera y Segunda Guerras Mundiales, entre los años 1914 y 1945, fueron instigadas por Alemania en contra de Inglaterra y Francia, las dos potencias mundiales visiblemente hegemónicas.
Hitler no fue más que un populista nacionalista sin escrúpulos que supo interpretar los deseos de revancha del pueblo alemán luego de la derrota y humillación, que los vencedores ingleses y franceses, les impusieron en 1918.
Para ello asaltó el poder, se rearmó y abolió la institucionalidad preexistente e impuso la propia, la de su partido, el nazi.
En 1939 la Alemania nazi aplastó a Polonia y, muy especialmente, concretó su dulce venganza en el año 1940, llegando sus tanques y soldados hasta París, marchando en los Campos Elíseos. Francia, la potencia continental con el ejército terrestre más poderoso del mundo, fue liquidada en pocos meses para sorpresa de todos.
La invasión de Inglaterra costó más y fue una batalla aérea sin la convicción de Alemania por invadirla, echando el resto y bajo la resistencia heroica de los ingleses. En realidad, Hitler al ocupar Francia menospreció a Inglaterra y sobreestimó sus posibilidades. Volvió a incurrir en el error de abrir dos frentes.
Siempre pensó que la afrenta contra Francia ya estaba saldada y que ahora había que volcar todo el poderío de sus divisiones acorazadas sobre la Unión Soviética a la que menospreció. El Lebensraum (“espacio vital”) tenía que concretarse hacia el este, además, se trataba, de acuerdo a las imaginerías muy agresivas del Tercer Reich, de pueblos formados por untermensch (hombres inferiores).
La invasión a la Unión Soviética se inició en junio de 1941 con tres millones de soldados alemanes asaltando un océano terrestre. El avance fue vertiginoso y los soldados del Ejército Rojo fueron barridos en el norte, centro y sur. Solo el invierno logró detener la maquinaria de guerra nazi. Esto permitió el reagrupamiento soviético y elaborar planes de contención que a futuro les unió al éxito. La guerra relámpago o Blitzkrieg dejó de ser efectiva a razón de que la sorpresa ya había desaparecido y que los objetivos padecieron de gigantismo.
Además, Hitler, perdió la paciencia y el realismo de que hasta ese entonces había hecho gala y empezó a relevar a sus generales más capaces que empezaban a cuestionar sus malas decisiones.
Al hacerse él mismo cargo de la guerra, sin tener la pericia para ello, condenó a Alemania a una derrota inexorable. En 1943, luego del invierno, Hitler decide asaltar los pozos petroleros al sur, hacia el Cáucaso, en vez de tomar Moscú. Esta decisión estratégica fue errada.
Hacia el sur, cerca del río Volga, está situada Stalingrado, una mediana ciudad industrial que como objetivo de guerra era algo subalterno. No obstante, Stalingrado se reveló para los dos combatientes en todo un símbolo. Hitler, fuera de sus cabales ya, tenía que aniquilar la ciudad que llevaba el nombre de Stalin, su adversario.
A su vez, Stalin entendió que ganar esa batalla elevaría la moral de todo el pueblo soviético comprometido en la defensa de la gran patria rusa, recurso ideológico este que utilizó como más efectivo que las prédicas propias del comunismo marxista.
Stalingrado fue un punto de inflexión en toda la Segunda Guerra Mundial. Fue la batalla más decisiva de todas las que se hicieron. Y acabó con la invencibilidad de Hitler y le hizo desde ese momento actuar a la defensiva hasta la rendición final en Berlín en el año 1945. La Batalla de Stalingrado duró seis meses entre el 21 de agosto del año 1942 hasta el 2 de febrero de 1943. Murieron en los combates, entre civiles y militares, un aproximado de dos millones de personas.
Fue una batalla, calle por calle y casa por casa. Una confrontación de guerrilla urbana en condiciones climáticas extremas a razón del muy duro invierno ruso en el que los soviéticos se demostraron mejor preparados y donde los francotiradores tuvieron un rol estelar, tal como lo recreó la película Enemigo a las puertas (2001) del director Jean Jacques-Annaud.
Además, los refuerzos alemanes no lograron salvar al desmoralizado Sexto Ejército alemán bajo el comando del mariscal de campo Paulus.
Luego de Stalingrado empezó el declive alemán y la presión de los dos frentes abiertos agotó sus reservas. Por otro lado, Stalin, un empecinado dictador que había exigido a los ingleses y estadounidenses asaltar la “Fortaleza de Europa” para abrir un segundo frente: ya esto no le interesó. Su afán no fue otro que conquistar toda Europa y su arribo a Berlín, en 1945 antes que los Aliados, fue su más grande victoria que le ayudó a disimular los crímenes en que se soportaba todo su poder despótico.
No hay que olvidar que Hitler y Stalin firmaron un tratado de no agresión en el año 1939 en el que se repartieron zonas de influencias. Stalin se hizo de Polonia y Finlandia y con ello demostró sus apetencias territoriales.
En fin, la guerra, un hecho social atroz que estimula la estupidez humana y nuestros talentos homicidas bajo el señorío del odio anónimo y premisas fantasiosas como la exaltación de la patria. El diluvio sin Dios, la gloria por el crimen y el robo.
Ángel Rafael Lombardi Boscán es Historiador, Profesor de la Universidad del Zulia. Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ. Premio Nacional de Historia.
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