Stalinismo tropical, por Teodoro Petkoff
La celebración oficialista de los sucesos de abril de 2002 tuvo este año un objetivo preciso: destruir la figura del general Raúl Baduel. Las toneladas de paja vertidas durante esos días, las ripiosas cadenas de Yo El-Supremo, la liturgia de Puente Llaguno y la intervención del general García Carneiro, tuvieron todas un hilo conductor: demostrar que Baduel no tuvo nada que ver con el retorno del presidente a Miraflores y que ese «Héroe de la Revolución» en verdad no es más que un traidor.
El procedimiento recuerda las manipulaciones de la historia que tuvieron lugar en la Unión Soviética durante la era de Stalin y que terminaban, después de un tiempo, no sólo con la muerte sino también con la desaparición del relato histórico de la gente que Stalin condenaba. La cosa comenzaba con una campaña de denuestos contra los «enemigos», que los cubría de fango, para luego, suficientemente destruidos política y moralmente ante los ojos de la población, no sólo fusilarlos sino borrarlos también, impunemente, de la historia.
Stalin puso especial dedicación en destruir de esa manera a toda la élite bolchevique que dirigió la revolución de 1917. Así fueron borrados de la historia, entre otros miles de viejos luchadores revolucionarios, los grandes jefes del asalto bolchevique al poder: Kamenev, Zinoviev, Bujarin y finalmente el mismísimo León Trotsky. La degollina tenía un aspecto que podría resultar cómico de no haber sido tan trágico: cada vez que Stalin liquidaba a un miembro de la dirección comunista de 1917, este era eliminado de las fotografías donde figuraba como tal dirigente. Cada año, pues, las fotografias oficiales debían ser retocadas. El fidelismo también ha sido dado a esta clase de ejercicios, aunque sin la amplitud que alcanzaron en la URSS. Hay una famosa fotografía de Fidel Castro con Carlos Franqui, director de Radio Rebelde en la Sierra Maestra y luego uno de los primeros disidentes, colocado a su derecha. Después que Franqui se fue de Cuba, también lo sacaron de la foto.
Esta constituye una de las profundas diferencias entre una concepción democrática de la vida y una totalitaria. Una visión democrática de la historia asume las contradicciones. A nadie se le ocurriría borrar de nuestra historia al general Piar. Un régimen totalitario, en cambio se esmera en proyectar una imagen de monolitismo. Tanto la parte de la historia pasada, de la cual se dice heredero, como de la suya propia, no deben presentar fisuras ni contradicciones y mucho menos contraposiciones con el líder.
No deja de producir perplejidad el empeño en copiar prácticas no sólo aberrantes sino francamente estúpidas, como estas de escribir la historia para complacer al jefe. Pero, por otro lado, si algo demuestra esta campaña staliniana contra él, es la importancia de llamarse Raúl Baduel.