Stolpersteinen-Unas plaquitas de bronce, por Jorge A. Rodríguez Moreno
Twitter: @madrugonazo
Estas líneas las escribí en 2016, pero no las envié al amigo Coscojuela. Cuatro años después caminando por un pueblo que vivió por siglos de la pesca alrededor de un lago y a cuya práctica debe su nombre, una conversación sobre la sinuosa (no hegelianamente) historia de los pueblos y de los alamanes particularmente, me hizo buscarlas. Acá las comparto, pensando que en 2020 tienen aún más sentido que en 2016.
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Acá vivió Dorothea Althof, nacida Schnell, en 1881 deportada a Riga el 19 de octubre de 1942. Asesinada el 22 de octubre de 1942. Son miles las placas que con textos con este leitmotiv se repiten, incrustadas, en las aceras de Berlín. O más que en las aceras, en el alma de la ciudad. Son el permanente recordatorio de “lo que ocurrió” que nunca debió ocurrir y que el tejido civilizado de Alemania lucha para que jamás se repita.
Una ciudad en la cual se trabaja por cerrar una herida abierta por casi medio siglo de división, donde muchos jóvenes adultos piensan “nacimos del lado equivocado del muro” y achacan a ello las más disímiles desventuras.
De esa ciudad, mucho podemos aprender. Al pensar que todo está perdido y nada puede hacerse por la Venezuela de 2016, ponerse en los zapatos de un berlinés en 1946 puede darle cierta perspectiva a las cosas. Si pensamos que el paso del hijo de Sabaneta por nuestra historia arruinó el futuro, recordemos al frustrado pintor de ojos azules que arrasó un continente y pudo haber barrido con la civilización occidental.
Todo eso lo podemos aprender mirando unas plaquitas de bronce.
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