Sueño venezolano para compartir con Guaidó y los líderes actuales, por Wilfredo Velásquez
Que la democracia deje de ser un lugar común, que la libertad deje de ser una esperanza inalcanzable y que la palabra pueblo desaparezca del diccionario.
Que los políticos no sigan abrazando viejitas y niños harapientos con disimulada cara de asco, para después olvidarlos.
Que la palabra ciudadano no asuste a los gobernantes y que las leyes imperen y el estado de derecho sea tan real que jamás tengamos que invocarlo.
Que la reconstrucción del estado empiece con la reconstrucción del alma, que clase, raza, género, discapacidad, estatus migratorio, pierdan todo sentido y se diluyan en las tres sílabas del vocablo igualdad.
Que la libertad, la igualdad y la imparcialidad, bailen al mismo ritmo y equilibradamente en la balanza de la justicia, pierdan la altisonancia y reinen con humildad hasta en las prácticas más modestas de la ciudadanía democrática.
Que la democracia deje de ser ambigua, pierda su promiscuidad y todos los alias, para que reine en su justa medida, que el “demos”, deje de referirse a los que nos se pueden gobernar, a los excluidos que ceden su representación a los maestros del engaño, que termine su reconstrucción sin fin para alojarse en el corazón del hombre para convertirlos en justos y verdaderos ciudadanos.
Que la educación y la salud, dejen de ser promesas, que no estén sujetas al mercado, que cuando los nombres sintamos el apoyo y el respeto del “Estado».
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Que el Estado lo sea en la medida justa, que regule y controle a favor del ciudadano, que deje de ser instrumento al servicio de los capitales financieros que dirigen el mercado.
Que consumo deje de ser una mala palabra, que el confort habite en todos los hogares.
Que el mercado no reine, que sea súbdito nuestro, que produzca, infinitamente, que sea global, pero que tengamos un ciudadano tan organizado que podamos domarlo con la ayuda del estado.
Que podamos establecer leyes que lo obligue a retribuir dignamente el trabajo, que el capital más importante sea el humano, que las actividades laborales sean justamente recompensadas.
Que el trabajo sea trabajo, que sea de calidad, que aporte los medios suficientes para la vida y que no le arranque la dignidad a nadie.
Que enseñanza y educación se hagan una, que la simbiosis hogar-escuela, nos encaminen por la senda de la infotecnología, la biotecnología, y que la tecnología sea para el desarrollo y no instrumento de control social, para manejar el hambre.
Que las ciudades, sean asiento y morada de los ciudadanos, y por tanto a escala humana, que no solo albergue los centros de trabajo, que sean cobijo confortable, que brinden las posibilidades suficientes de recreación, deporte, ocio, esparcimiento, que los espacios públicos, permitan el buen aprovechamiento del tiempo libre y el encuentro ciudadano.
Que el rescate del país implique la recuperación del ser humano, que la seguridad retorne a las calles, que los organismos de seguridad se distancien del hampa y le tiendan la mano al vecino, que se vuelvan más humanos.
Que la movilidad urbana, extra urbana y el transporte se ajusten al confort, la efectividad y tengan la eficiencia necesaria.
Que los servicios sean oportunos y suficientes, que no necesitemos inmolarnos para lograrlos.
Que el agua sea de todos, que nos sacie eternamente y que la única sed que no calme sea la de justicia.
Que el aire se torne limpio, que el dios Eolo gerencie la energía, que la luz sea paradójicamente verde y provista por el sol, que dejemos reposar por siempre el petróleo en las entrañas de la tierra.
Que el Arco Minero no sea de sangre y nos permita disparar sus flechas, certeras contra los usurpadores que violentaron sus entrañas.
Que la defensa del ambiente abandone las absurdas líneas del discurso para convertirse en religión y fervor militante.
Y por último que Dios nos provea de políticos ajenos a la corrupción para quienes el erario público sea sagrado.