Suicidios, por Américo Martín
@AmericoMartin
Incapaz ya de resistir las humillaciones a que durante años fue sometido, Alan García, hijo político del gran líder peruano y americano Víctor Raúl Haya de la Torre, esperó en su hogar la comisión de la Policía Nacional encargada de detenerlo en ejecución de una orden judicial solicitada por el Fiscal José Domingo Pérez.
El ex presidente peruano y ex secretario general del APRA había declarado que ni se asilaría ni se escondería. Se propuso esperar la formalización de la acusación por el Ministerio Público, para conocer oficialmente el contenido de la imputación. Y así fue, solo que el desenlace fatal parece descuadrar la intención de presentarlo como un hombre vencido moralmente.
De hecho, el lamentable suicidio de un líder de larga trayectoria democrática, fue como el colofón de su decisión de afrontar con serenidad y valor un juicio del cual sentiría que no podía esperar una equilibrada decisión absolutoria. El clima era de justa indignación pero no necesariamente de objetividad e imparcialidad. No era para menos. Se trataba del célebre Lava Jato brasileño, que convirtió a Odebrecht en el emblema trágico de la corrupción.
La causa del juicio se basaría en un supuesto soborno recibido para otorgar a la empresa brasileña la construcción de la Línea 1 del Metro de Lima. Pero las circunstancias y duros enfrentamientos que sacudían la vida política de la pujante República peruana, hicieron que el expresidente se sintiera acorralado e indefenso.
- Soy un perseguido político, declaró
Esperó tranquilo a la Policía con total dominio de sí, se llevó la pistola a la sien y disparó. Tuvo una trayectoria intensa. Amado como digno seguidor del fundador, ha tenido la muerte que no esperaba ni merecía.
Estoy en Los Teques tomando cerveza con mis hermanos Luis Antonio y José. Yo, disfrutando de mi reciente libertad, rodeado de afectos fraternales. Corre el año 1970. No sé por qué nuestra conversación nos conduce al suicidio de Alirio, ocurrido unos cuatro años atrás. Lo recordamos con personal afecto por sus habituales visitas al callejón de nuestra infancia en el barrio El Conde, en las alegres veladas de fin de semana, organizadas con trasfondo musical por Julián y Lucho Martín. Alirio recita versos que iluminan su presencia. Es buen lector y conversador. Adversario de AD, logra atraer independientes de distinta procedencia que con los años lo proyectan y rodean de atractivo misterio. Su olfato lo conducirá a Jóvito Villalba, tal vez por aquello de “Quien a buen árbol se arrima….”
Es una decisión inteligente la de apalancarse con líderes rivales de la invencible organización de Rómulo Betancourt, en lugar de permanecer al margen del cauce democrático, tan marcado por la personalidad de Betancourt, Jóvito y Caldera.
Se desmarca del izquierdismo de JV Rangel, Herrera Oropeza y Ochoa convirtiéndose en el factor de contención para evitar la repetición en URD de la absurda división de AD. Villalba comprende la importancia de un aliado que no cede a presiones maximalistas, pero respetables seguidores suyos subrayan diferencias entre el Maestro indiscutido y el líder emergente. Su tenacidad impacienta a Alirio, quien les responde con inmerecido desprecio. ¿Cómo entender su trágica determinación?
Aquel día había convocado a sus seguidores. Era alta la expectativa despertada por sus próximos anuncios… pero en lugar de concretarlos, Alirio extrae una pistola, chequea la recámara, se apunta -quizá ceremoniosamente- a la sien y aprieta el gatillo.
Su recuerdo se difumina. Reviso enciclopedias y no encuentro su nombre. Mucho desearía que estas líneas ayudaran a no olvidar su rutilante paso por la vida