Sumisos, excluidos, ¡jamás!, por Pedro Luis Echeverria
Twitter: @PLEcheverria
El régimen, en los últimos días, ha atosigado al país con patrañas y mentiras de diversa índole tratando de mostrar una faceta de enmienda y modernidad. Sin embargo, simultáneamente profundiza el acoso y el cerco gubernamental contra la disidencia al cerrar los caminos para ejercer la oposición de manera civilizada y pacífica.
La crítica y el derecho a disentir los conculca de forma sistemática, mediante arbitrariedades y abusos; quienes discrepamos somos considerados por la dictadura como obstáculos, elementos antisociales que debemos ser suprimidos para facilitar la definitiva y urgente entronización de un orden totalitario.
Estamos asistiendo a la completa destrucción de la sociedad venezolana en los momentos en que es necesario proclamar con mayor fuerza el sentido de identidad nacional. Así lo demandan los avatares y requerimientos de un mundo moderno globalizado, sacudido por una crisis cuya duración y profundidad es impredecible y que compromete el presente y las posibilidades de nuestro país hacia el futuro.
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El madurismo nos quiere dependientes, sumisos y excluidos; pretende imponernos la noción que debemos aceptar todo por miedo a perder todo. Esta perversa manera de concebir nuestra participación en la sociedad nos ha generado un sentimiento angustioso por la descalificación del sentido de nuestras acciones como individuos. A su vez, esa angustia determina un giro de perspectiva, a un forzado eclipse de la ética de la responsabilidad con nosotros mismos y con la obligación de trazar firmemente la frontera entre nuestras convicciones y lo que se pretende imponernos. Ello nos debe reforzar la necesidad de reivindicar nuestro derecho a la movilización política para participar en la evolución de la vida de la república. Ese sentimiento –profundamente arraigado en cada uno de los ciudadanos– no puede ser negado ni escarnecido por un régimen totalitario, militarizado e íntimamente vinculado a un populismo de corte fascista.
Aumenta, entonces, la distancia entre el Estado y una importante parte de la sociedad. Nadie, en su sano juicio, está dispuesto a admitir pasivamente que una voluntad política única sustituya la pluralidad de opiniones e intereses divergentes, ni tampoco que se elimine la posibilidad de manejarlos mediante su negociación o conflicto.
Debemos estar conscientes de que cuanto más fuerte sea nuestra apatía y/o desinterés frente a lo que ha venido ocurriendo en el país, más totalitaria y despótica se volverá la dictadura y no dejará lugar a la libertad personal, a la democracia ni a las tradiciones si estas no se identifican con el poder del Estado. Ese poder absoluto del que hace gala y utiliza sistemáticamente el régimen, ha venido devorando vorazmente la acción autónoma de los actores sociales y a la sociedad civil. Nos suprime el espacio público y nos reduce a la condición de muchedumbre, de multitud dócil a la palabra y órdenes de un jefe. ¿Seguiremos tranquila y pasivamente de brazos cruzados? ¿Yo? Nunca.
Pedro Luis Echeverria es economista y consultor.
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