Supervivencia en Venezuela, por Rafael A. Sanabria M.
Si de algo podemos calificarnos los venezolanos es de tener una alta resiliencia y en estos últimos años lo hemos demostrado fehacientemente. En las últimas décadas se ha acentuado la obligada resistencia de los hombres y mujeres que se han colocado una coraza como traje, para sobrevivir en un país que tiene muchos recursos para salir adelante, pero quienes tienen la responsabilidad de llevar el timón del barco, no aceptan las críticas, ni reconocen que han fracasado en ciertas políticas que nos han sumergido en el atraso.
Es cierto que sobre el país pesan sanciones impuestas por la potencia más grande del mundo, EEUU, pero también es cierto que esta experiencia de supervivencia no la estamos experimentando desde hace algunos meses, tenemos años inmersos en un constante desmejoramiento del país y los ojos de las autoridades son indiferentes a los hechos.
Se ha dicho en múltiples ocasiones que el petróleo, recurso no renovable que nos había resuelto todos los problemas, ya no tiene el auge de otros tiempos. ¿Quién es responsable por el deterioro de la industria petrolera en Venezuela? ¿Es responsabilidad de las sanciones, de otros países o simplemente es corresponsabilidad de quienes estuvieron frente a la cartera ministerial, que no supieron administrar y se gastaron el erario público sin medir las consecuencias de lo que generaría en un futuro inmediato?
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De allí la realidad que vive el pueblo de a pie, sumergido en una situación que lo ahoga, una verdadera película de vivencia extrema no de un día, sino que lleva años con esa cruz a cuestas.
Basta con salir a la calle y observar la verdad que está a la luz. Allí está en la ausencia del gas (entre tantos otros ejemplos) donde se pierden horas y horas para comprar una bombona y cuando no nos llega hay que resolver con leña o con cocinilla eléctrica y para rematar la electricidad se va a cada rato. Aunado a esto, muchos venezolanos carecen de agua.
Si compran tres artículos con su sueldo es mucho, aunque reciben el beneficio del Clap éste le llega una vez a la cuaresma. Por la carencia de transporte o porque no tiene efectivo le toca –como se dice en el argot popular- “a pedal y bomba”. ¿Quién será el responsable de todo esto? Tal vez la culpa es de la vaca.
Ésta es la gran verdad de Venezuela y de quienes la habitamos. Estamos conscientes de lo que sucede, algunos callan porque se están beneficiando sin importarles que esa simbiosis acabe con la vida de un pueblo que está ahogado e intenta resistir, aunque llegará el momento que las necesidades lo dobleguen. Esto semeja un campamento de condiciones extremas donde hay que valerse de todo para poder contar la experiencia a otros.
Estamos frente a un país envuelto en políticas efímeras que no han resuelto nada, que nos han llevado al desequilibrio social, político y económico y por ende nos han convertido en seres humanos indolentes, donde lo que más importa es el yo antes que el nosotros.
En esa gran lucha diaria hay una palabra: crisis, y de esta palabra otras más como deterioro, desorden, violencia, crimen, corrupción. Para eso el pueblo debe tener resiliencia, pues la crisis que más entristece es la crisis de pensamiento de nuestros dirigentes, la falta de educación y su poco sentido de trascendencia histórica, su incapacidad de asumir riesgos en la toma de decisiones, su fácil y acomodaticio ejercicio del poder.
Los venezolanos no hemos conocido los sueños del colectivo, lo que conocemos es una Venezuela reciente hecha por los ciudadanos humildes, los barrios y la explosión del 27 de febrero como la trasgresión actuando en el imaginario.
No esperemos que el pueblo se canse de resistir como ocurrió aquel 27 de febrero donde las fuerzas sociales, las pulsiones colectivas, las conciencias y reflexiones individuales no respetaron leyes. Simplemente la revuelta impuso sus propias leyes contra una condición injusta e inhumana.
No estamos muy lejos de agotar la paciencia del pueblo. Ya basta que el Estado venezolano siga afirmando que no pasa nada y continúa tratando de convencer a un pueblo del ideal, el símbolo es el petróleo y el sacrificio la forma de alcanzarlo.
En la reingeniería que necesita Venezuela hay que construir los valores, el orden moral, la idea, el equilibrio donde todos gocemos de los mismos beneficios, reconstruir la memoria, no para guardarla sino para transcurrir –como el tranvía– humana y estéticamente.