Tableros vírgenes, por Carolina Gómez-Ávila
Twitter: @cgomezavila
Con frecuencia, quienes hacen propuestas que creen o quieren que creamos que son las únicas razonables, reaccionan al rechazo como si se tratara de una afrenta personal. La reacción suele venir con un falso dilema que se reduce a que quien no acepte la propuesta A es porque pretende la opción B, para la que tiene muy buenas razones en contra. Lástima que a favor de la A, no tantas.
Este es el caso de cualquier demócrata, como usted y como yo, que le dice que hay que participar en las votaciones regionales. Seguramente lo invite argumentando que el pueblo puede dar ¿el primer paso? para cambiar de gobernantes. Añadirá que desde las instancias en discusión podrán operarse, quizás, algunas mejoras en las condiciones de vida del pueblo, a pesar de que en 22 años tengamos claro que los que están en el poder no quieren que el pueblo progrese sino que dependa exclusivamente del aparato estatal.
Pero coincidamos en que quien lo propone, igual que usted y yo, estamos de acuerdo en que soñamos tener unas «elecciones libres y justas». Que usted y yo, pero no el proponente, creemos que tales elecciones son imposibles en un entorno de aspirantes exiliados y presos políticos, con un sistema electoral que, de entrada, viola el derecho humano del voto secreto para quienes quieran votar nulo, que hay un ambiente de terror impuesto por múltiples denuncias de violaciones de derechos humanos y magistrados que han conculcado, una y otra vez, atribuciones constitucionales a funcionarios electos por el pueblo.
Ante tales argumentos, quien propone votar como sea le llevará al callejón en el que eso es lo único aceptable para un verdadero demócrata, que rechazarlo ¡equivale a apoyar la vía violenta! En ese punto, todos estaremos contra la violencia; más aún, contra la violencia en sí misma y contra sus fallas y consecuencias políticas. Todos, dije, excepto un puñado de exaltados a los que la tendencia continuista caracterizará como «oposición».
El tablero de la negociación se propuso como la única forma de evitar ese derrotero. No vimos —algunos aún no lo ven— que su astuto fin es prolongar tales negociaciones por años, permaneciendo cada quien en el mismo lugar que ocupa actualmente; es decir, sin cambios en el poder.
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Lo que hoy me importa es decir que no es verdad que negarse a participar en votaciones amañadas nos califique como violentos u obligue a la violencia, en cualquiera de sus grotescas presentaciones. Esto representa un falso dilema y nos conviene salir pronto de él.
Para empezar, recordemos lo que todos los operadores de opinión han repetido hasta la náusea y ahora callan: que hay que luchar simultáneamente en todos los tableros.
Aquí enumero tres subutilizados o completamente abandonados. Estos nos atañen como pueblo aspirante a recuperar su ciudadanía y, para activarlos, no importará lo que hagan los políticos ni quienes detentan el poder, siempre que no olvidemos que hay que luchar en todos a la vez o no se logrará nada.
El primero, es el subutilizado tablero de la protesta pacífica ciudadana. Desde 2017, después de la brutal represión, algunas oenegés y agrupaciones con interés en tener un rol político, fraccionaron las protestas por la ruptura del hilo constitucional en minúsculas manifestaciones por reivindicaciones inmediatas —electricidad, agua, gas, gasolina, alimentos, medicamentos y alguna, más osada, contra pequeñas corruptelas locales— que se repartieron por toda la geografía nacional. Ninguna por la restitución del hilo constitucional.
Esto logró el desgaste. Los reclamos casi nunca fueron satisfechos o, lo que es lo mismo, casi siempre fueron ignorados. Los manifestantes no reflexionaron sobre el necesario cambio de gobernantes para reivindicar sus exigencias porque los actuales no tienen voluntad política para tal cosa y el poder de facto celebró la falta de presión en las calles con más políticas públicas que nos redujeron a la supervivencia.
Pero este tablero no se debe descartar aunque no sea posible retomarlo a corto plazo, gracias al cisne negro que cambió la balanza de nuestra lucha: la pandemia. Sí, creo que el proceso de vacunación no avanza porque, entre otras cosas, la protesta ciudadana organizada para exigir alternancia republicana y democrática estará ahí, esperando por todos nosotros.
El segundo tablero es el de la motorización de reformas legales, empezando por un par de enmiendas constitucionales. Podrían parecer poco alcanzables, pero viendo la sorprendente influencia que tienen algunas oenegés que extrañamente participan en instancias de poder, creo que es pertinente conminarlas a ocuparse de dos áreas imprescindibles para el retorno de la democracia.
Póngalas usted en el orden que quiera, porque una sin otra no tiene sentido. Se trata de la enmienda que elimine la posibilidad de reelección para todo cargo de elección popular y la enmienda que regrese a la hacienda pública la exclusividad del financiamiento de los partidos políticos.
Doy razones prácticas: en un país en el que las aspiraciones por el poder están represadas por las continuas reelecciones —donde quienes, además del poder, tienen el control social de su población e impunidad para asignar contrataciones— quienes no pueden competir hacen lo que en la historia han hecho todos los que quieren el poder y no tienen vías lícitas para llegar a él, conspirar.
Si usted, como yo, quiere vivir en paz, por favor dele prioridad a la alternancia abogando por el fin de la reelección.
Sí, hay muchos ejemplos de gobernantes varias veces reelectos, hombres y mujeres excepcionales de naciones con poderes independientes que se controlan recíprocamente, cosa que hemos perdido. También hay países con tradición de reelección por un solo período y les va muy bien, pero no es el caso de Venezuela. Tenemos suficientes demostraciones de políticos con ambición y sin virtud, de su vulnerabilidad a mudarse de acera ideológica porque la otra les garantiza un poco más de acceso al poder. Los honestos entenderán que este sacrificio es necesario para recuperar la credibilidad en la política. Basta de ilusiones, el fin de la reelección acabará con esas miserias.
Como dije antes, esta enmienda sin que el financiamiento regrese a la hacienda pública, no servirá de nada. La actividad política como una actividad privada, terminará haciendo que hasta una empresa recolectora de basura tenga recursos para crear su propio partido político con las consecuencias que ya conocemos sobre la prestación del servicio y sus tarifas. Esto es escandaloso.
No me engaño. Tengamos o no hombres probos que administren esa asignación de recursos como es debido, este sí merece ser llamado un primer paso para el retorno de la democracia. La política es cosa pública, no cosa privada.
En el tercer tablero que propongo hoy se debe luchar a la vez que en los anteriores. Protesta pacífica bien orientada y motorización de estas dos enmiendas constitucionales deben ir acompañadas por el más olvidado de los deberes ciudadanos: la contraloría social.
Entiendo que esa contraloría de los partidos solamente estará disponible para nosotros si la actividad política es financiada con el erario, no si es financiada por privados. Entiendo que el fin de la reelección abrirá el dique de las ambiciones y hacer más fácil el acceso al poder también facilitará la entrega republicana del poder.
A diario me pregunto si los venezolanos estamos dispuestos y preparados para este tipo de contraloría, pero, como todo, será cuestión de aprender. Y a diario me pregunto por qué la prensa, que sería muy influyente en la contraloría social, hace investigaciones que apuntan a la cúpula de corrupción internacional del chavismo pero no hace investigaciones igual de profundas en los 335 municipios y en los 23 estados del país.
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La función contralora necesita el trabajo de la prensa digna y comprometida con el orden republicano —que es el único orden constitucional—. Lo necesita tanto como ese cambio legislativo para que alguna elección tenga cierto sentido y, sus resultados, estabilidad y proyección en el tiempo. Hasta entonces, la sociedad será esta confusión, este abismo, este conflicto singular de hombre a hombre y de cuerpo a cuerpo como vaticinó desde Angostura, en 1819, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad.
Carolina Gómez-Ávila tiene más de 30 años de experiencia en radio, televisión y medios escritos y escribe sus puntos de vista como una ciudadana común.
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