Te pareces tanto a mí, por Teodoro Petkoff
En 1996, estando yo en Cordiplan, fui visitado por un economista norteamericano llamado Steve Hanke. Para la época era bastante conocido porque aparecía como el apóstol de la «caja de conversión» y hasta se jactaba de haber convencido a Cavallo para que ella fuera adoptada en Argentina. Durante largo rato me explicó las «bondades» de la idea, que para decirlo coloquialmente, implicaba un tipo de cambio fijo, amarrado al dólar, es decir, no devaluable, y que en el caso argentino, comportó una paridad (transformada, además, en norma constitucional) de 1 por 1: un peso equivale a un dólar.
Después de escucharlo y de dejarle claro que en los planes del Gobierno venezolano no estaba la «caja de conversión», me permití un comentario que no resisto la tentación de recordar, a la luz de los dramáticos acontecimientos argentinos. En el corto plazo, admití, la «caja» puede funcionar (para la época era innegable su éxito), porque impide que el Gobierno se financie mediante devaluaciones, acaba con la emisión de dinero inorgánico y si se hace del dólar la moneda nacional, pues la inflación cae, como en efecto cayó, de 3.000% mensual a literalmente cero. Pero en el largo plazo, añadí, Argentina va a pagar un precio terrible por esto que hoy luce tan bonito. La «caja» va a acabar con la industria argentina. Argentina es un país de desarrollo industrial medio y su desindustrialización va a implicar niveles elevadísimos de desempleo y de empobrecimiento. Argentina importará de todo, para el consumo conspicuo, pero, a la final, no exportará ni carne y no producirá nada. Su destino es una pobreza que todavía no conoce. Lamento no haberme equivocado. Desde luego que la «caja de conversión» no es la causa única de la crisis argentina, ni pretendo decir eso. Como siempre ocurre, las crisis suelen estar determinadas por muchos factores, entre los cuales el político no es el menor. Pero una línea económica que se hizo girar en torno a la «caja de conversión» -que disciplinó al fisco, es verdad, pero para pagar una deuda externa gigantesca, interminablemente reciclada-, con grave sacrificio del gasto social, y con la destrucción del tejido industrial del país, sin duda que se cuenta entre las causas eficientes del desencadenamiento de la crisis.
Pero, lo político es decisivo. De la Rúa se empeñó en mantener dogmáticamente una política ya visiblemente agotada. Peor aún, con el agua al cuello, apeló a su creador, Domingo Cavallo, quien se negaba siquiera a discutir la posibilidad de modificar las bases de la política que lo hizo famoso hace años. Pa’trás ni para coger impulso, como pregonan suicidamente todos los obcecados. Dicen los argentinos que De la Rúa no oía a nadie y que gobernaba con un estrecho círculo de amigos, sobre todo después que perdió el respaldo del Frepaso y en su propio partido las reservas ante la política económica se hicieron inocultables. Un malpensado cantaría aquello de Juan Gabriel: «Te pareces tanto a mí». No por lo económico sino por el desempeño político.