Teleacoplamientos: una historia sobre litio y transformaciones globales asimétricas

Autor: Lucas Enrico
Aapo se levantó y miró por la ventana. El mar Báltico estaba tranquilo como siempre al amanecer. Pasaron muchos años desde las mañanas con cielos enrarecidos por el smog. La transformación social y ambiental aquí ha sido un éxito, y todos hicieron algo por ello. Aapo mira orgulloso su nuevo auto eléctrico. Se siente parte de esta transformación desde hace 10 años, cuando el gobierno impulsó la transición desde combustibles fósiles a energías de fuentes renovables. Para 2030 todo el parque automotor será eléctrico, movido con baterías de litio, un elemento inocuo y sin consecuencias para el ambiente. Al menos para el suyo.
Al otro lado del mundo, al levantarse, Amaru también mira por la ventana. La Puna amanece tranquila. En un rato partirá con su rebaño de llamas en busca de alimento. Hace un tiempo que es más difícil encontrar comida y agua en las vegas cercanas y sus antiguos senderos hoy están restringidos por alambres. A lo lejos, el humo de los autobuses anuncia la llegada de trabajadores a las minas de litio. En su pueblo, hay una nueva escuela, un nuevo playón deportivo y pronto habrá una enfermería. Pero a pesar de las mejoras, Amaru y su gente sienten que, junto con el litio, se está yendo parte de su vida y de su ambiente.
Nuestro mundo inmediato incluye no más que unas decenas o cientos de kilómetros, y acostumbramos pensar que lo que hacemos impacta solamente a nuestro entorno. Sin embargo, en un mundo globalizado nuestras decisiones pueden afectar a puntos remotos del planeta con los cuales no estamos en contacto directo.
Los volúmenes de materiales y especies que intercambiamos a escala global tienen un impacto inédito. Las ciencias vienen estudiando estos flujos de materia y energía entre sitios a distancias significativas – algo conocido como «teleacoplamientos» –, y sus consecuencias ambientales y sociales.
Un vehículo eléctrico como el de Aapo, fabricado en Europa o Asia, incluye piezas de orígenes muy diversos. Sus baterías se componen de plástico y metales comunes, pero para su funcionamiento es indispensable el más liviano entre los metales, el litio. El litio es un elemento simple pero difícil de obtener y de procesar. Gran parte del utilizado hoy en baterías se encuentra como cloruro de litio disuelto en salares de Los Andes. Para obtenerlo, es necesario procesar allí grandes cantidades de salmuera en procedimientos que requieren evaporar grandes volúmenes de agua, utilizando incluso agua dulce subterránea. En los ambientes áridos de los Andes, con condiciones climáticas extremas y una biodiversidad única, el agua es un elemento extremadamente vital y crítico.
Para obtener el litio de la batería del automóvil de Aapo, probablemente fue necesario utilizar el agua que hoy falta en la Puna de Amaru. Sin esa agua, falta también la biodiversidad única de esas vegas y el alimento de los animales, fundamentales para el sustento de su familia y la identidad de su comunidad.
Litio: ¿desde dónde y hacia dónde?
La región de la Puna sudamericana donde habita Amaru integra el famoso «triángulo del litio», que abarca partes de Bolivia, Chile y Argentina y concentra más del 60% de las reservas mundiales. Esto ha llamado la atención de empresas multinacionales (por su valor económico), y de gobiernos locales y extranjeros (por su valor estratégico). Si bien su explotación representa ingresos económicos importantes para estos países, también representa altos riesgos para el ambiente y la justicia socio-ambiental, que implica que la gente pueda permanecer en un entorno propio y saludable. Actualmente la explotación de litio es extractivista, es decir, una apropiación intensiva de bienes naturales que son luego exportados a mercados globales. Chile, Argentina y Brasil están entre los primeros cinco productores de litio, con Bolivia cerca de integrar esta lista.
El litio sudamericano es utilizado por China y países del Norte Global para producir baterías para la transición energética. Como ocurre con otras materias primas exportadas desde Sudamérica, las ganancias económicas para el país y comunidades locales son mínimas, recibiendo y asimilando en cambio altos costos o pasivos ambientales.
Estos últimos, en el caso del litio, incluyen desecación de humedales (vegas de la Puna, el Altiplano o Atacama), pérdida de biodiversidad y paisajes que forman parte de la identidad local, cambios en el clima y perjuicios para la salud humana y del ambiente.
Chile, el segundo productor mundial de litio a partir de salares, ya está sufriendo consecuencias socioambientales. El Salar de Atacama se está hundiendo a un ritmo de entre uno y dos centímetros por año, y en él los niveles de agua subterránea han descendido hasta 10 metros respecto del nivel histórico. Además, el excesivo uso del agua dulce de napas profundas circundantes tiene consecuencias que sin dudas serán críticas a futuro por las características de aridez de la región, con menos de 25 mm de lluvias anuales. La extracción de litio hoy representa, sin dudas, hipotecar el futuro de estas reservas estratégicas de agua. Problemas similares a estos se están viendo actualmente en Argentina.
¿Cómo alcanzar una transición energética justa a escala global?
Aapo intenta hacer su parte, pero simultáneamente y sin saberlo está aportando a generar consecuencias catastróficas para Amaru y los socioecosistemas de Sudamérica. Tanto las empresas que fabricaron su auto como los gobiernos que planearon la transición energética pensaron sólo en el aquí y en el ahora. Lamentablemente, los gobiernos en Sudamérica también. Aprovechando el momento histórico en el que el recurso abundante alcanza valores altos en el mercado internacional, estos gobiernos ven una excelente posibilidad de ingreso de divisas. La situación desnuda además una asimetría de fuerzas y capacidades para negociar formas sustentables de utilización de los bienes naturales comunes. Incluso existen disputas entre América del Norte y Asia por el control del litio sudamericano.
¿Cuál es la solución? En primer lugar, intentar que la extracción de litio sea un proceso socioambiental sustentable. Para ello, aún debemos desarrollar técnicas que permitan la extracción sin consecuencias negativas.
Además, los países sudamericanos que básicamente exportan materias primas, deben participar de la transición hacia una movilidad sustentable en eslabones superiores de la cadena, como mínimo en la producción de baterías.
Por último, los actores que desarrollan estas transiciones deben ser conscientes de las consecuencias de los teleacoplamientos e interrelaciones en cada etapa del ciclo de vida de los productos (producción, uso y disposición final). Para ello se necesita comunicar acerca del origen de cada componente de los vehículos, incluyendo trazabilidades sobre las formas de obtención de materiales.
*Lea también: La fiebre del litio en Argentina opaca la preocupación ambiental
En 2023, la Unión Europea aprobó una regulación sobre productos libres de deforestación (EUDR), una medida política innovadora con implicaciones directas en la gobernanza de las cadenas globales de productos básicos, o «commodities«. Implica una trazabilidad por la que ciertos bienes, como la carne o granos, deben certificar que su producción no implicó deforestaciones en el país de origen. Regulaciones similares podrían aplicarse al litio importado en la Unión Europea para fabricar baterías o automóviles. Si bien aún resta tiempo para poder evaluar la eficacia de estas medidas, podrían representar un gran primer paso.
Necesitamos políticas de este tipo para desarrollar un pensamiento global, centrado no sólo en el comercio sino también en preservar la diversidad (biológica y cultural), la igualdad de derechos y la salud de los socio-ecosistemas del planeta. Un planeta del que tanto Aapo como Amaru sean parte.