Teodoro, el que conozco (II), por Eloy Torres Román
En esa cárcel, Teodoro, se encontró con el máximo dirigente de ese grupo de presos. Eloy Torres, mi Padre. Por razones obvias lo era, pues Eloy venía precedido de su aureola de miembro del Buró Político del PCV y de ser uno de sus principales dirigentes; luego, su “auctoritas” era muy grande. Los presos, repito, en su mayoría, jóvenes, le dispensaban un gran afecto. Eloy, a su vez, era uno de los más grandes amigos de Teodoro a lo largo de su vida, especialmente desde que ingresó al PCV.
El experimentado “Viejo Eloy”, como lo llamaban los presos en la Isla del Burro, estaba preso por participar en el proceso insurreccional violento que buscó derrocar a Betancourt, mediante un golpe militar. Fue apresado en Carúpano; era diputado y le respetaron su condición. Seis meses duró la discusión en el seno de la Cámara de Diputados, para allanarle la inmunidad parlamentaria a fin ser juzgado, por un tribunal militar. Hecho que ocurrió y fue condenado a 16 años de cárcel, pero Betancourt, quien le dispensaba aprecio a Eloy, en lo personal, consintió, con la defensa, en rebajar esa pena a 8 años de cárcel. La de 16 años, para el Presidente era excesiva; a su vez él conocía a los comunistas venezolanos y sabía que esa actitud de “cabeza caliente”, duraría lo que, en efecto duró: pocos años y todos, volvieron al cauce democrático.
En esa cárcel, Teodoro sintió lo que debe sentir el hombre que pierde la libertad: La solidaridad. Eloy, su amigo, lo recibió con los brazos abiertos y con su característica carcajada le dijo: “Estamos presos, pero debemos mirar con optimismo lo que se nos viene encima”. El catire sintió esa solidaridad y fraternidad y recordó “los años de la rata”, como los llamó Pompeyo Márquez al período de la dictadura de Pérez Jiménez. Fueron 10 años. En ese entonces, Eloy era el secretario del clandestino Comité regional de Caracas del PCV y Pompeyo del mismo, pero, nacionalmente.
Teodoro, rápidamente ascendió y figuró como uno de los más destacados miembros de ese combativo partido que no superaba la cantidad de 300 militantes a nivel nacional. Teodoro los bautizó, por su valentía, como “los 300 espartanos”, por aquellos míticos héroes griegos. Él mismo, era uno de ellos.
Su desempeño en la política lo acompañaba con el hermoso sueño “rimboudiano” de querer cambiar la vida. En plena dictadura, se casó con la bella Aurora Martínez, excelente periodista y conocida por nosotros como Aurorita. Gran amiga de mi Madre. Ella, junto con Teodoro, valientemente, compartió muchas vicisitudes con nosotros en distintos sitios de Caracas, entre ellos destaco: Catuche, Los Frailes, Lídice, El Manicomio, La Vuelta de la Auyama y AltaVista, entre otros.
La Seguridad Nacional de Pedro Estrada les pisaba los talones a mi padre y a Teodoro, como al resto de ese grupo de hombres valientes que arriesgaban su vida. Todos, habían bebido el néctar metafísico del comunismo con el cual se sintieron inmunes a la represión y al peligro. Teodoro, junto a Aurorita, fue animoso, decidido y hermosamente alegre por la causa que vinculaba a todos esos 300 espartanos. Su alegría, yo, pequeño al fin, la veía normal. Esos afectos eran tan familiares y ordinarios. Igual ocurría con Pompeyo, Guerra Ramos, quienes vivían ocasionalmente, con nosotros y a veces se aparecía Pedro Ortega Díaz. No puedo dejar de destacar a Douglas Bravo y Domingo Martínez quien murió al desaparecer la dictadura de Pérez Jiménez: Ellos dos, junto con Teodoro, formaban un gran equipo.
A pesar de todo, la realidad era complicada y difícil todo. La represión era muy grande; el caso es que gracias a su inteligencia y valentía pudo salvarse él, mi padre y al resto de esos 300 espartanos. Basta leer ese hermoso libro “Ida y vuelta de la Utopía” de otro valiente, noble y extraordinario ser humano: Héctor Rodríguez Bauza quien recientemente falleció. En su obra destaca el nivel de compromiso con Venezuela que mostraron esos hombres. Lo hacían, no por dinero o lujos, sino por creer en un país distinto. Todos apostaron por el comunismo. Era el siglo XX. Las ideologías se habían impuesto.
Estos 300 espartanos, escogieron la suya y lo hicieron todo por alcanzar sus sueños redentores y luego, lo llevaron a cabo con una consistencia testicular que ya muchos quisieran tener; sobre todo esos que deslizan argumentos infames, por las redes sociales, o aquellos que viven en el exterior y piden “sangre y heroicidad” al liderazgo opositor. No respetan ni siquiera a quien vivió su tiempo con gallardía, honestidad y valentía.
El caso es que Teodoro en la Isla del Burro, se refugió en la amistad con Eloy y el resto de los camaradas, algunos de ellos estuvieron con él en la montaña. “Estamos presos y derrotados” se decían. Pero, hay que insistir, como Sísifo, con nuestra roca al hombro y escalar nuestra montaña y aprender a hacer política para ganar
Pero, para ello debían superar muchos mitos, presentes en su cabeza. Felizmente Eloy, un hombre sabio y amigo de Teodoro, lo comprendió. Pues, él mismo, ya preso y condenado a 8 años de cárcel, ponderaba el tremendo error político de asumir la insurrección armada como forma política. Eloy, consideraba la inteligencia, cultura y valentía de Teodoro, un gran valor. El, no le consideraba ningún “pequeño burgués”, como le decían algunos, en el partido. Por el contrario, Eloy le apreciaba y le dispensaba un afecto muy grande, muy fraternal. Hay muchos testigos de que lo que digo es tan cierto como el tamaño de un templo.
Tras cumplir el castigo impuesto, Teodoro fue trasladado de nuevo a la ergástula del San Carlos. Él ya tenía, in pectore, una información muy valiosa. Había un plan para fugar, desde la calle a Guillermo García Ponce y a Pompeyo Márquez. En la Isla del Burro se enteró, por medio de Alonzo Palacios y confirmado por Eloy acerca del plan de fuga de éstos; el cual, se organizaba, muy silenciosamente, bajo el comando de Antonio José Urbina y un equipo de la Juventud Comunista. El Buró político del PCV clandestino trabajó en el diseño de ese plan. Eloy, le comentó que en la misma Isla ya se trabajaba en un plan de fuga para los presos en esa Isla. Si se terminaba a tiempo, él podría fugarse con todos los comprometidos. Pero, no. El plan fue descubierto a pocos metros de alcanzar la orilla y de allí al agua, desde donde tenían en mente embarcarse en unas lanchas y recuperar la libertad; para seguir la lucha revolucionaria.
Recomendamos esa extraordinaria obra de Eduardo Liendo, “Los Topos”. Un verdadero homenaje a aquellos hombres que buscaban romper, con sus manos, el granito para alcanzar la libertad. Teodoro marchó de la Isla con el optimismo y la esperanza en el alma. Era cuestión de tiempo.
El caso es que Teodoro se incorporó al dueto y se convirtieron en el trio que se fugarían meses después, en febrero de 1967; en una mañana carnavalesca, los tres salieron por el túnel construido por unos sacrificados hombres, militantes todos de la J.C., dirigida ella, por Antonio José Urbina, alias Caraquita; desde mi perspectiva, todo un héroe, a quien le debemos tanto. En esa fuga, jugó un papel primordial el sirio Nehemt Changin Simón (Simón, el árabe) quien fungía de dueño del pequeño abasto que vendía jabón, cervezas, azúcar, café y otras cosas que hoy en el socialismo del siglo XXI, no conseguimos. Su abasto, fue el punto de partida desde dónde se inició el camino a la libertad de estos tres dirigentes políticos.
Ese túnel, construido con las espaldas de unos jóvenes militantes de la JC, hasta las entrañas de la misma ergástula; directamente al calabozo donde estaba recluido Pompeyo, introdujo una dosis extraordinaria de optimismo para seguir la lucha.
Desde el interior de ese abasto, la tierra era sacada de su vientre para construir el pasadizo por donde huirían los líderes del PCV. Todo con el fin de continuar la lucha, pero en términos democráticos. No para abandonarla, ni para irse al extranjero, sino para correr los riesgos de la empresa revolucionaria. Mucha pasión, pero también mucha razón. Se buscaba rectificar y corregir los errores. Acabar con ese absurdo de la lucha violenta y deponer las armas.
Ellos, lo hicieron, especialmente cuando colocaron sus testículos sobre la mesa, como dijera Miguel Otero Silva y éstos, provocaron la furia de Fidel y del Che, al desconocer y desafiar su pretensión, de dirigir los destinos de Venezuela desde La Habana. Teodoro fue uno de ellos. La dignidad de Venezuela se debía respetar