Teodoro: el que conozco, por Eloy Torres Román (I)
El Catire se fue, con su aureola de hombre inteligente, culto, lúcido y valiente. Hoy, descansa en paz. Nos duele su partida. Aunque la esperábamos; ella, duele. Su salud empeoraba cada día, a la par que la suerte del país. Posiblemente, ello le atormentaba y le perseguía en su silenciosa soledad que le atrapó en los últimos años; la cual se acrecentó con la reciente muerte de su bella hija, mi hermana y amiga Rayna Petkoff Martínez.
Fue un incansable escritor. En sus libros y los miles de artículos, todos escritos con la fuerza de la voluntad y la pasión, destacaba el amor por el país. Hoy, éste, está deteriorado y en vías de disolución. Teodoro, siempre lo señaló en sus editoriales en TalCual, firmados en su mayoría, como Simón Bocanegra, nombre de uno de sus alter egos.
Éste, fue su “camarada y cómplice” y con quien compartió la osadía de apuntar con su dedo al régimen bolivariano. Siempre fue Teodoro; un hombre pugnaz, lúcido, valiente, irreverente, culto, crítico y apasionado. Desde muy joven destacó con todas esas cualidades. Su inteligencia deslumbró a más de uno; a otros, incluso, muchos camaradas de lucha mostraban, con un silencio, la envidia por todas sus condiciones. Es la naturaleza humana. Teodoro, nunca fue inadvertido.
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Teódulo Perdomo, Roberto, Quintín y quien sabe otro seudónimo que no recuerdo, siempre fue Teodoro. El joven que retó a la vida en más de una ocasión. Desde finales de los años 40 ingresó al comunismo venezolano. Hay, por allí, quien le condena por ese pasado e incluso le acusan de ser el forjador de las ideas que cobijaron lo que se instauró en Venezuela, desde 1998; luego, si vamos un poco más atrás, le acusan de haber participado en la operación militar, absurda, por demás, del asalto al tren del Encanto, donde murieron varios guardias nacionales en 1963. Falso. Él, no estuvo en ese momento.
Inicialmente estuvo recluido en el cuartel San Carlos. En esa ergástula, planificó, con algunos camaradas, tomarse medio litro de sangre humana a fin de ser trasladado al Hospital militar. Cuestión que logró. Desde allí, desafió, con su peso corporal, la ley de la gravedad y bajar desde un séptimo piso con sus manos, aferradas a una cuerda introducida con la complicidad de algunos camaradas de lucha, para alcanzar la libertad. Al llegar a la planta baja por la parte trasera del recinto hospitalario, sin ser visto por la seguridad, pudo ingresar a un vehículo que le esperaba y partió hacia un sitio para comenzar el proceso de adaptación a los cambios que se originaban en el desarrollo de esa estupidez llamada “lucha armada”.
Ese absurdo atentado, una vez en la calle, Teodoro, en una reunión de la dirección del PCV lo condenó. Hoy, se sabe quién dio la orden; aunque no del asesinato de los guardias nacionales, sino de asaltar ese tren. No se ponderó que en ese transporte viajaban niños, ancianos y mujeres inocentes. La ceguera voluntarista de los comunistas fue muy grande, aunado a un desorden generalizado. Había un largo listado de comandantes en el seno del PCV, producto de militarismo que les dominó. Como quien dice: muchos caciques y pocos indios.
Fue una acción irresponsable que no contó con la aprobación del PCV. Fue una fracción que actuó, como se decía, “por la libre”. Teodoro, no tuvo nada que ver con ello. Tras ese atentado, por órdenes del partido comunista, disciplinadamente, se reincorporó a otro frente guerrillero (los comunistas de entonces, honestos y muy disciplinados, actuaban dentro del PCV, como si éste fuere una iglesia: la fidelidad a las decisiones del partido, era algo sagrado) A pesar de su compromiso con la idea insurreccional, comprendió desde ese entonces, que el partido estaba equivocado.
La lucha armada, como acto voluntarista, si bien, al principio, él, la acogió con entusiasmo. Paulatinamente llegaba a la conclusión que íbamos por el sendero del ridículo. Se requería de un respiro
Había demasiada heroicidad por un mendrugo de soberbia que inflaba los corazones de algunos valientes camaradas, tanto del partido como de la Juventud comunista. Teodoro comprobó que la equivocación iba a la par del desgaste de su organización política y paradójicamente mejoraban las condiciones socio-económicas del venezolano.
Estuvo varios meses en la zona guerrillera, comía monos e iguanas. Su fidelidad al partido era emblemática. Era el compromiso con una idea. Malraux le acompañaba con su “Condición humana”. Varios meses deambuló por las montañas en reuniones tras reuniones. Teodoro intuía el fracaso. Fue convocado a una reunión en una montaña cercana. Al bajar del sitio, en una zona alejada de donde funcionaba su frente guerrillero, de nuevo, fue capturado. Una delación lo llevó, por segunda vez, al viejo cuartel San Carlos.
Esta vez, por instrucciones del alto gobierno, le vigilaron sus pasos en su metro y medio que debe tener todo preso. Era considerado un hombre sagaz y listo para evadirse. Un poco más calmado, luego de varios meses en esa mazmorra, Teodoro pretendió introducir unas seguetas a fin de cortar los barrotes y de nuevo fugarse.
Para él, era obligatorio la dogmática creencia: todo preso debe fugarse. Es ley de vida. El caso es que fue castigado y lo trasladaron a una cárcel más dura: a la Isla de Tacarigua o del Burro que se encuentra en medio del Lago de Valencia. En esa prisión se encontró con docenas de jóvenes guerrilleros quienes mostraban orgullo y alegría en su rostro por estar presos por el sueño de la reivindicación y la justicia social.
Todos creían en la Revolución, cantaban, reían, jugaban pelota pero, estudiaban; hacían discusiones largas y cursos de economía, sociología, leían el Capital o los textos de Marx, historia de Venezuela
Los presos eran una variedad de muchachos de distintos estratos sociales quienes tenían la estrella en su pecho de ser revolucionarios. Hay una anécdota que me narró el Dr. Rómulo Valero, médico y gran amigo de Teodoro, de mi padre y mío; luego, cómplice en muchas cosas de la política. Teodoro, se fugó del Hospital militar en 1963, gracias a él quien le recomendó tomar ese medio litro de sangre y simular un derrame estomacal para ser traslado al recinto hospitalario señalado anteriormente.
El Dr. Rómulo Valero, aparte de ser un extraordinario galeno, es un melómano consumado. Su pasión auditiva la focaliza en Beethoven, Mozart, Chaikovski, Berliotz, Chopin y curiosamente en el rumano Georges Enescu.
En uno de mis viajes a Rumanía me pidió le trajera un disco con la música de éste. Enescu, es un compositor y virtuoso del violín, por quien Rómulo sentía y siente veneración. Bueno, resulta que Rómulo se deleitaba, en la Isla del Burro, con su música y los presos de menor formación cultural, pues simplemente asaltaron la idea que podían ser revolucionarios, pero sin la cultura y formación previa, o por lo menos la que tenían los otros presos.
Muchos de ellos le pedían a Rómulo que les colocara esa música, pues les tranquilizaba y los sacaba de ese nefasto proceso en el preso cae fácilmente: La depresión y que los presos llamaban la “caligueva”. Teodoro, todo maravillado por ese encantamiento, similar al del flautista de Hamelin con los ratones, le decía a Rómulo: “Esto, es un acto pedagógico sublime”. ¿Cuándo y cuántos muchachos podían deleitarse al escuchar esa música enaltecedora de los impulsos estéticos del hombre? Teodoro, creía que el comunismo debía ser educación, para elevar el alma humana a niveles extraordinarios.