Teodoro, siempre Teodoro, por Tulio Ramírez
Les parecerá extraño que le dedique un artículo a Teodoro Petkoff en enero, cuando fue en octubre que se cumplió un año de su desaparición física. Lo procedente era escribir sobre los temas que mantienen a la expectativa a la población venezolana para esta fecha. Son tantos, que no se justificaría el argumento “es que no se me ocurre nada” Ni que viviéramos en Finlandia, donde la noticia con la que amanecen las primeras planas de los periódicos un día normalote, tiene que ver con la aparición sano y salvo del gato de Mr. Olsen, después de 24 horas desaparecido.
Cualquier cronista serio en Venezuela no pelaría comentar las noticias que “inundan la parrilla informativa” como diría un profesor de Comunicación Social. Vamos a ver, ¿a cuenta de qué y porqué vamos a pelar el boche de la lista del listo de Parra?, ¿por qué no develar la retahíla de mentiras que “Idem Fresca” expuso ante la ANC?, ¿por qué no denunciar que los funcionarios públicos son como esclavos que no trabajan por un sueldo, sino por una bolsa de comida?, ¿cómo no meterle el diente al zarpazo que recibirá la UCV el próximo 27 de febrero cuando destituyan a sus autoridades para designar a tenienticos, borrachines o agresores de damas como autoridades de esa casa de estudios?, ¿por qué no hablar de maestros que celebran su día ganando menos de 6 dólares al mes?.
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La verdad pareciera que no hay justificación alguna para no tocar estos y otros tantos álgidos temas que nos tienen la vida hecha cuadritos. Sin embargo, hoy decidí escribir sobre Teodoro y que el Dios de los periodistas me perdone. Aunque creo que el retruque que justificaría mi desliz es que hoy más que nunca hace falta la opinión orientadora y sin regodeos del catire Teodoro. Epa, no me refiero a la nostalgia por un caudillo, sino a la nostalgia por la política y sobre todo a la manera de hacer política de aquél que se enfrentó a mil demonios, sin claudicar ni vender la dinamita de su brazo, de su intelecto y de su verbo.
Conocí a Teodoro Petkoff por los tempranos setenta. La Universidad Central de Venezuela estaba en plena efervescencia por las elecciones del Frente de Renovación Estudiantil de la UCV (FREUCV), preludio de la moderna Federación de Centros Universitarios (FCU). Los partidos de izquierda se estaban reconfigurando después de la derrota de la lucha armada y la UCV seguía siendo un reducto de todos estos.
Para esos años el discurso fresco, contestatario del MAS monopolizaba simpatías en los jóvenes de la clase media urbana. Figuras como Teodoro, Pompeyo, Freddy Muñoz, Caraquita, Germán Lairet, Guerra Ramos y tantos otros, hicieron que volviera la esperanza para buena parte de la alicaída izquierda criolla.
Este nuevo liderazgo conformado en buena parte por jóvenes talentosos y cultos, cautivaron al sector universitario de la época. En medio de tanto talento, resaltaba la figura imponente de Teodoro. Su verbo claro y valiente vibró por toda Venezuela, mostrándose como la nueva referencia en materia de rebeldía e irreverencia. Pero Teodoro no fue luz de un día. Desde esos momentos y por casi 50 años se convirtió en la voz de los que no tienen voz.
El Poder siempre tembló ante su presencia. Como dirigente político, como intelectual, como diputado y como periodista fue una piedra en el zapato no solo para las élites que monopolizaron el poder en Venezuela sino también para el imperialismo soviético y los injerencistas cubanos. Por supuesto, también para la barbarie que se entronizó en Miraflores desde 1998.
Teodoro se despidió en 2019 como un viejo gladiador, con el cuerpo marcado por viejas y recientes heridas propinadas desde el poder. Fue perseguido hasta el final de sus días por una justicia descaradamente sesgada y cercado inhumanamente pese a su avanzada edad. Así pasa con aquéllos que inspiran temor a los abusivos de izquierda o de derecha.
Ya hace un año que no está entre nosotros. En mis cavilaciones me hago la idea que no estará descansando en paz. No me lo imagino enchinchorrado. Estoy seguro que allá donde se encuentre, estará luchando por mejorar lo que haya que mejorar. De Teodoro lo creo, ya que fue un ser incansable.