Terapia intensiva para la salud, por Teodoro Petkoff
La sensibilidad de una sociedad hacia los más desamparados de sus integrantes puede medirse por la forma como ella, en su conjunto, Estado y sociedad civil, trata a los más desasistidos de sus integrantes, que, obviamente, son los pobres. La atención médica que estos reciben y el estado de los establecimientos donde esta se presta, son los parámetros adecuados para establecer el alcance del sistema que los atiende.
En nuestro país, como en casi todo el mundo, existe un sistema público de salud, paralelo al privado. El sistema público es de vasta dimensión (hay 214 hospitales y 4.819 ambulatorios) e incluye a varios de los más grandes hospitales del país; de hecho, territorialmente puede decirse que cubre toda la extensión del país, todas sus capitales de estado amén de centenares de segundas ciudades y poblaciones aún más pequeñas. Desde este punto de vista cuantitativo un observador de la Naciones Unidas o Cepal podría concluir que Venezuela cuenta con un gran sistema público de salud.
Pero, ¿qué hay de la calidad? Si nos atenemos a las voces de médicos, enfermeras y personal en general de los centros de atención médica, así como a las de quienes son atendidos en ellos, las cosas no andan muy bien que se diga. Desde luego que las fallas y defectos no son de estos últimos años, pero lo que si es verdad es que lo que ya estaba malo desde antes ahora está peor. Son más bien excepciones las mejoras que se han hecho y siempre parciales y la duración para ejecutarlas suele tomar más tiempo que la construcción de las pirámides de Egipto. El mejor ejemplo es el Hospital Vargas que lleva siete años en remodelación. No es el único. Una de sus pacientes resumió la situación muy gráficamente.
«Los baños no tenían agua y las instalaciones están deterioradas. Pasé mucho trabajo». Previamente, la señora que explicaba la situación, informó que debió comprar todos los insumos, porque el hospital, donde estuvo 46 días, no los tenía. De hecho, es tal vez la queja más frecuente entre personal médico y pacientes: los insumos deben ser aportados por estos últimos y por donaciones del sector privado. Más aún, algunos servicios costosos los privados los hacen gratis, ante la visible imposibilidad de que el paciente pueda pagarlos.
Una de las grandes calamidades de la administración pública es la centralización.
Todo depende del Estado central. Todo, absolutamente. De gobernaciones y alcaldías hacia abajo, no existe instancia administrativa que no dependa, para su funcionamiento de las decisiones y órdenes de arriba. «Hasta para pedir una resma de papel hay que pasar una solicitud al ministerio»; así resume la situación un conocedor de ella. No sin razón, pues, la administración pública venezolana, en general, se cuenta entre las más ineficientes del continente. Este no es un fenómeno nuevo sino de muy vieja data, pero ahora, obsesión centralizadora del chavismo en su versión original y en la desteñida, la cosa se ha hecho aún peor. El remedio pasa por la descentralización. Pero para el régimen ya la sola palabra es pecaminosa.