Tercera campanada, por Gregorio Salazar
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No se afane buscando en la página del CNE un solo link que lo conduzca a conocer cómo fue la votación en el referéndum sobre el Esequibo en algún estado de Venezuela. Eso es demasiado pedir, aún para «el mejor sistema electoral del mundo», que perdió una gran oportunidad para lucirse ante el planeta.
De modo que si usted quiere saber cómo se repartieron los «sí» y los «no» en alguna entidad federal del país, discriminados por distritos, centros y mesas de votación, votos válidos y votos nulos, niveles de participación y de abstención, olvídelo por esta vez. Confórmese con saber que, cifra récord, votaron más de diez millones y medio de personas y ya. ¿Que usted no las vio? Bueno, ¿quién lo manda a levantarse tarde? Perdió esa bonita oportunidad.
Lo mismo con el simulacro realizado dos semanas antes. Si Amoroso dice que se triplicó el número de participantes fue porque se triplicó. ¿O es que usted no cree en la palabra de Elvis? ¿Para qué quiere cifras? ¿Acaso eso importa?
Lo que sí parece sorprendente es que el jefe del Estado acudiera a votar a las seis de la mañana, cuando Venezuela dormía –¡cada vez menos!–, en vez de envolverse en esa multitudinaria (y fantasmal) avalancha de votantes para darse un baño de popularidad en el escenario de un referéndum de exaltación nacionalista diseñado a la medida de sus necesidades electorales. Oportunidad perdida.
Pero no fue así. Votó oscurito, casi que alumbrado con candiles y bajo el resguardo de una zona militar como lo es Fuerte Tiuna. No se informó –¡no exijan tanto!—si en la misma mesa votó el ex presidente de Pdvsa Tarek El Aissami, de quien se dice que en esos predios permanece cómodamente instalado. Si se hubieran topado, qué gran oportunidad –una más perdida– para preguntarle: «Oiga, camarada, ¿por fin cuándo nos va a decir dónde está la caleta?».
Punto y aparte con los sarcasmos y volvamos a la realidad objetiva. Todos vimos y sabemos lo que pasó: el pueblo venezolano con su ausencia en los centros de votación dio una tercera campanada de alerta sobre el rechazo y la soledad a la que ha quedado condenado el régimen. Tan grave como la derrota en la emblemática gobernación de Barinas. Tan contundente como la avalancha de participación en las primarias ganadas por María Corina Machado.
El mismo protagonista en tres procesos: el pueblo venezolano de todas las regiones y todos los estratos sociales, decidiendo a conciencia para enviar claras señales del nuevo rumbo que quiere para el país. En las elecciones regionales pasó por encima de los llamados a la abstención para acabar con el reinado de más de veinte años de la familia Chávez.
En el referendo del 3 de diciembre actuó al contrario: haciendo caso omiso al acoso de una campaña propagandista desorbitada, desenfrenada y milmillonaria, que hubiera sido innecesaria si el pueblo no hubiera olfateado que detrás del discurso nacionalista sobre un histórico reclamo justo y apegado a derecho, estaba el aprovechamiento para relanzar de cara al 2024 la menguada imagen de Maduro, esta vez como el gran unificador de la nación. Repotenciación que no llegó. Fueron por lana y el trasquilamiento fue de pronóstico reservado.
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Pero el régimen está empeñado en un feroz combate contra la verdad que lo acorrala. Un pugilato en donde falla sus torpes manotazos y de allá para acá recibe ganchos al hígado y uppercut a la mandíbula. En consecuencia un exabrupto conduce a otro, una mentira es sucedida por otra de mayores proporciones, al punto que hoy parecen dispuestos a desencadenar el mayor desbarrancamiento institucional de los últimos sesenta años.
El disimulo, el falseamiento de la realidad y la ficción marcan la pauta en esta gran huida hacia adelante –como ninguna vista antes– que los lleva, por ejemplo, a crear nuevos segmentos de Pdvsa y la CVG para el Esequibo, cuando estas casas matrices no logran despegar en suelo soberano de sus desastres administrativo y de corrupción.
Se crea un nuevo estado y se anuncian las medidas de eficiente atención a sus habitantes, cuando de este lado del mapa la población clama por gasolina, agua, gas, electricidad y un salario mínimo que no sea de unos ínfimos e infames 4 dólares. Y a la ficción se le ha sumado la represión. Persecuciones contra el entorno de quien visualizan contra el rival que ya los desalojó del ánimo popular.
El cambio del destino de Venezuela, todos lo sabemos, se decidirá en el seguimiento de la ruta electoral, la que nos llama y compromete. Frente a ello el régimen está cimentando el muro de la desconfianza y el descreimiento absoluto sobre la autoridad electoral. El resto de los venezolanos estamos obligados a levantar, voto a voto, otro muro electoral. Un muro de contención, hecho de coraje y voluntades, que evite el hundimiento definitivo de nuestra atribulada patria.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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