Tiempo de democracia, por Teodoro Petkoff
Mucha de la gente que se dedicaba a la exploración del futuro, comenzando por el paradigmático George Orwell y su «1984″, preveía un mundo con fuerte predominio de los totalitarismos (comunistas, para el caso) o bien de toda clase de regímenes autoritarios o abiertamente dictatoriales, sin particular sesgo ideológico. En el Medio Oriente se imaginaba un porvenir hegemonizado por toda clase de autocracias con mayor o menor preeminencia religiosa. Pero hete aquí que desde los finales de siglo pasado los regímenes comunistas del imperio soviético se derrumbaron y ya, desde pocos años antes, América Latina se venía desembarazando de sus dictaduras militares. Y ahora, de pronto y casi por sorpresa, una oleada democrática recorre varios de los países árabes del norte de África, con su epicentro en Egipto. Dentro de la incertidumbre que aún rodea el desenlace de los procesos que se viven en esos países, es inocultable el fuerte sesgo democrático y moderno que caracteriza a las gigantescas movilizaciones populares que ya derrumbaron la dictadura tunecina y han colocado al aparentemente inconmovible Mubarak al borde de su salida del poder. El futuro, contra toda previsión, era, pues, de la democracia, no de su contrario. Ya lo dijo alguna vez Víctor Hugo, «no hay nada más poderoso que una idea a la cual le llega su tiempo». Aparentemente, le llegó su tiempo a la democracia.
En América Latina y el Caribe, pese a sus vulnerabilidades y debilidades, la democracia no hace sino afirmarse. La buena noticia es que nadie se llama a engaño con la pura «democracia electoral» y se exige una profundización institucional y social de la democracia. El desafío que le surgió desde su flanco izquierdo, proveniente de regímenes de origen democrático pero con fuertes tendencias al ejercicio autoritario y autocrático del poder, después de unos pocos años de brillo, sobre todo por su empeño en privilegiar lo social, se debilita visiblemente. El delirio de Hugo Chávez de un bloque continental «antiimperialista», bajo su liderazgo, ya hoy no es más que un difuminado vapor de la fantasía. La inefable Alba se metió un autogol cuando optó por asociarse estrechamente con el decadente e impresentable régimen cubano y hoy apenas si es un pequeño club de clientes del Gobierno venezolano, sin mayor influencia. De hecho, se reduce, además del dueño de la chequera, a Bolivia y Nicaragua, cada uno con serios problemas internos y una Cuba en trance de replantearse a sí misma. Ecuador marca sus distancias con el club y en el resto del continente, aunque Chávez no está aislado, dista de ser visto como algo más que como un sujeto bastante incordiante. La reciente declaración de Dilma Rousseff sobre su indeclinable defensa de los derechos humanos y la democracia, más su denuncia del régimen iraní, marca un importante matiz frente a las ambigüedades de Lula. Recientemente, Pepe Mujica, con un hierático Chávez al costado, soltó estos mensajes con destino: «Es legítimo que muchos puedan tener puntos de vista negativos sobre el proceso venezolano, pero lo que no se puede tener es una visión negativa de Venezuela», y también: «Los gobiernos vamos y venimos, ganamos y perdemos, y somos, en definitiva, transitorios. Los únicos permanentes son los pueblos».