Tiempo de traidores, por Carlos M. Montenegro
La traición comienza en el momento en que la gente viola sus propios derechos.-M.F. Moonzajer.
Cuando suceden las cosas transcendentales, sean buenas o malas, adquieren preponderancia y asombro en la sociedad. Pero si esas causas se tornan frecuentes, a medida que van abundando, su importancia se diluye hasta convertirse en algo cotidiano, pierden vigencia y se van devaluando, aunque el fundamento que las hiciera notables permanezca sin menoscabo.
Es el caso de un fenómeno que por su naturaleza debe ser sin ninguna duda, unánimemente denostado por la gente normal, ya que pertenece al sentido común y humano de la vida, además de estar mencionado y condenado en la mayoría de los códigos, doctrinas, constituciones y leyes en los regímenes políticos de cualquier orientación sin distinción de colores. Me refiero al perjurio que según todos los diccionarios denuestra lengua significa:Juramento en falso o quebrantamiento de la fe jurada.Podrá decirse más fuerte, pero no más claro.
Por lógica quien quebrante intencionalmente el juramento que ha hecho, está perjurando, con lo que pasará a ser directamente un perjuro, condición ésta que forma parte esencial de la traición.
A lo largo de los siglos, los traidores a la patria son los que atentan contra la existencia y seguridad del Estado, cometiendo delitos contemplados en la legislación penal vigente; claro que si esa legislación no se ajusta a lo deseado por quienes acusan, éstas pueden y suelen ser moldeadas ad hoc. Solo se necesita un gobierno dispuesto a hacerlo, si puede. Y aquí durante este nuevo siglo, los gobiernos se han hartado de hacerlo, retocando las leyes para que todo aquel que no esté de acuerdo con su “forma de gobernar” ni las cosas que infringe (no hay espacio para enumerarlas), y así lo manifieste en público e en privado, puede ser acusado con toda probabilidad de traición, inhabilitado, perseguido, detenido y encarcelado sin muchas explicaciones, lo mismo da si es clérigo, civil o militar, porque así está “decretado”; no parece necesario entrar en detalles de cuándo, cómo, ni de parte de quién, lo que si queda claro es que, probablemente, casi todos ustedes sean unos traidores a la patria.
Pero hoy quiero referirme a los auténticos traidores, con “todos los papeles en regla”, no bajo mi criterio, qué tontería, sino por el de los que pensaron en diferentes civilizaciones, incluso mucho antes que los griegos, que también pensaron lo suyo, inaugurando el pensamiento en occidente; luego, ya se sabe romanos, celtas, árabes, visigodos, arios y no sé cuántos más hasta hoy mismo.
En todos eso siglos los filósofos de turno pensaban muchísimo de todo, con aciertos y errores, con acuerdos y discrepancias de toda índole, pero en lo que al parecer fueron unánimes fue en repudiar la traición»
Aunque hay quienes traicionan a la familia, a sus amigos, a su raza, su religión o a su pueblo, en Derecho la traición se refiere a los diversos crímenes que engloban los actos más graves en contra del propio país, que viene a ser el conjunto de personas que habitan un territorio conformando una nación o un Estado. Los políticos son a quienes se encomienda gestionar las actividades que el Estado diseña para formar un gobierno y una administración pública que debe tener como fin primordial satisfacer las necesidades de sus ciudadanos y defender la integridad de la nación empleando las políticas adecuadas.
Políticas son las maneras de ejercer el poder, actividades orientadas a veces con signo ideológico a la toma de decisiones de un grupo para alcanzar determinados objetivos. El término procede del griego polis aludiendo a las medidas tomadas por los funcionarios de las Ciudades Estado griegas que eran gobernadas por sistemas parcialmente democráticos. El uso del término se popularizó en el siglo V a.C. cuando Aristóteles difundió su obra titulada “Política” precisamente. Thomas R. Dye, presidente del Centro Lincoln para La Función Pública en 1992 sintetizó su ya famosa definición de la política pública: “es todo lo que los gobiernos deciden hacer o no hacer”.
Los políticos elegidos en elecciones libres para gobernar deben tomar posesión del cargo jurando públicamente sobre la Biblia, ante una autoridad designada, defender la constitución y trabajar lealmente para lograr aquello que le ha sido encomendado. Lo que viene a ser el punto institucional de salida para la gestión de cualquier político; desde que cruza ese umbral, tiene la obligación de cumplir todo lo que prometió a los ciudadanos para que lo eligieran, eso es lo que juró, pero debe hacerlo de acuerdo a las leyes ya dadas, es decir vigentes.
Cuando un gobierno alcanza el poder por métodos legales, pero la Constitución le estorba porque quiere cambiar las reglas para poder perpetuarse, necesitará saltarse el juramento y cambiar todo aquello que se lo impide. Cualquier intento de alterarlas en su propio beneficio y el de sus partidarios será traición. Si además con esa acción pudiera causar estragos en la economía o la moral del pueblo al que juró velar, la cosa cambia, pues eso ya constituye un delito de lesa patria contra la soberanía, el honor, la seguridad o la independencia del Estado. O sea alta traición a la patria.
Algo similar es lo que estamos viviendo en Venezuela. Se ha ido inhabilitando a los aspirantes que podrían vapulear con votos al candidato oficialista; se controla a un genuflexo árbitro electoral que ha convocado unas elecciones extemporáneas porque así lo ordena el patrón; se nombra a un fiscal general paralelo muy obediente, y al defensor del pueblo que dice no saber que están masacrando a los presos políticos en sus narices; mantiene una “diligente” corte suprema de justicia tiempo ha vencida, pero sumisa. Ya se ha designado, a golpe de índice, un montón de constituyentistas, creando una asamblea constituyente que aún no ha constituido nada, pero emite decretos a diestra y siniestra ninguneando a la Asamblea Nacional elegida por una mayoría apabullante del electorado, a pesar del pertinaz zancadilleo del gobierno. Esas cosas se pueden hacer cuando se cuenta con las armas de guerra y el apoyo de una parte de las FFAA a las que ha enriquecido y dado rienda suelta para usarlas. Con la contribución de todos ellos, civiles y militares, han devastado este país y a su gente; también han conseguido que la mayoría de naciones democráticas del mundo los señale como creadores de una narconación, gobernada bajo un terrorismo de estado imposible de ocultar. Y todo eso tras haber prometido y jurado lo contrario durante casi dos décadas.
Pienso en esta Venezuela que a pesar de contar a lo largo de su historia, incluida la colonial, con un amplio prontuario de traiciones, jamás había conocido tamaña eclosión de turbios politicastros tan perjuros, falsos, desleales y felones.
Definitivamente estos son tiempos de traidores.
* La ausencia de mayúsculas al citar algunos cargos e instituciones son a propósito