Tiempos de reformateo nacional, por Gregorio Salazar
Twitter: @goyosalazar
Mientras Putin recrudece su ofensiva genocida en suelo ucraniano y los vaticinios sobre el futuro de la economía y la paz mundial se vuelven cada vez más sombríos, Nicolás Maduro parece estar a punto de embarcar en el último vagón del último tren que lo lleve a un reacomodo de sus relaciones internacionales y de la economía de Venezuela antes del final de su gobierno.
La historia le está dando una nueva oportunidad. Todo ocurrió de improviso, como por obra de birlibirloque. Todavía resonaban las atronadoras declaraciones de respaldo «contundente» de Maduro al Kremlin en su guerra de invasión (defensiva para él) a Ucrania y el anuncio de «una poderosa cooperación militar con Rusia» cuando pasó a tratar de persuadir a la audiencia de lo bonito que se ven las banderas de EEUU y Venezuela, «unidas, como deben estar».
Sólo 17 días le llevó este espectacular giro acrobático, sorprendente para propios y extraños no sólo en lo que a él respecta, sino también por los Estados Unidos, el denostado imperio, que dio ese paso de aproximación aún sin reconocer la legitimidad de Maduro y sin dejar de ser el principal soporte político y económico del evanescente interinato presidencial de Juan Guaidó.
Ambos actores, criollos y gringos, tendrán en lo inmediato que ajustar su narrativa para intentar con ella una especie de cuadratura del círculo de cara a sus aliados nacionales e internacionales, pero parece haber la disposición de ambos gobiernos de entrar en una nueva fase de relaciones que por ahora está en tanteos, fintas, amagos de entendimiento que ya han llevando a una suavización de la retórica.
Tras la invasión rusa a Ucrania y la consecuente desestabilización de la economía mundial, se vislumbra un nuevo orden, una nueva distribución de bloques de poder en el que Rusia, proscrita por Occidente, terminaría dependiendo en grado sumo de China, a la que la aventura bélica de Putin puede terminar entorpeciendo su embalaje hacia el primer puesto de la economía del orbe.
En ese barajo de las relaciones internacionales se inscribe obviamente el encuentro del sábado en Miraflores. Para Estados Unidos no sería difícil neutralizar la retórica de quien se ha mostrado como el más vehemente y vociferante de los aliados de Putin en el continente, sobre todo si logra convencerlo de que una flexibilización o eliminación de las sanciones económicas pueden darle un impulso, no inmediato pero sí seguro, a la recuperación de la producción petrolera y por tanto avanzar hacia la estabilización económica. Ese oxígeno que tanto ha ambicionado Maduro y su entorno.
Si el régimen venezolano, al que su apoyo inicial a Putin dejó descolocado del resto de los gobiernos de América Latina, cree que puede maniobrar con dinero venido del imperio para no quedar en exceso sujeto al futuro de Putin, el más probable perdedor económico de la partida, y evadir las repercusiones de ese menoscabo, la oferta se torna más atrayente. ¿Cuánto hay para eso? Ya se vería.
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Que la conversación bilateral abarca implicaciones políticas quedó evidenciado al anunciar Maduro un relanzamiento, «reformateo» lo llamó, de los diálogos de México, en los que de paso ahora sería difícil evitar que no entren otros actores de oposición distintos al G-4. Lo cierto es que nada debería avanzar en lo económico si no se produce un retorno al Estado de Derecho.
El tren que Maduro está a punto de abordar vale también para la oposición agrupada en torno a Guaidó. Y eso es lo que espera la mayoría, que salgan del desconcierto y del discurso cautivo en torno a las salidas anticipadas. Las elecciones presidenciales con garantías surgidas del nuevo proceso de negociación es la meta para salir de Maduro y su mega desastre.
Pero también que a corto plazo una Venezuela con niveles de convivencia y unificada alrededor de objetivos que alivien las calamidades de la población pueda enfrentar con mejores posibilidades las enormes dificultades que se vislumbran en el complejo panorama mundial tras la desquiciada invasión de Putin a Ucrania.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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