Tiempos difíciles, por Aglaya Kinzbruner
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Fueron tiempos difíciles. Vino primero el tiempo de la desaparición del arroz, visto que no pasaba nada, luego vino la desaparición de la harina Pan. Se formaron enseguida Comités de Intercambio entre la gente que no podía vivir sin arepa y los que no podían vivir sin arroz. Suena extraño pero fue así. Por ejemplo, tengo un conocido que regañó a su mujer porque en la mesa no había comida. Pero, – ¿Cómo es eso? preguntó ella –»si te hice un rosbif de pollo con relleno de jamón ahumado y queso amarillo y julianas de zanahoria y calabacines con hierbas aromáticas y aceite de oliva». «Si no me haces arroz blanco no me siento a la mesa», dijo el ingrato. Justificación para que ella se convirtiera en el eje impulsor de los Comités de Intercambio.
Y así fue por mucho tiempo. Además de la comida desaparecieron muchas cosas más, por ejemplo, los cauchos primero y luego las baterías. La gente se levantaba a las cuatro de la mañana para hacer cola dondequiera fabricaran baterías. Los ladrones se pusieron las pilas para robar baterías en los estacionamientos. La gente aprendió a sacar las baterías cuando tenían que hacer una diligencia larga como ir al médico que atiende a los pacientes por orden de llegada, un tipo de martirio impuesto en parte por el hecho que se han ido del país más de 40.000 galenos. Luego vino el tiempo en que desaparecieron las medicinas.
Unos cuantos aprovechados se metieron entonces en el negocio de la importación de medicinas. Se importaban de cualquier parte sin registro de ningún tipo con la excusa que no había en el país. Una amiga nuestra compró un anti hipertensivo fabricado en un país bañado por el Océano Pacífico. Sin embargo, parece que Pacífico y Caribe no se llevan bien porque a nuestra vecina más bien le subió la tensión.
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Las cosas estaban mal e iban para peor. Aunque esto último se presta para una discusión, casi de mayéutica. Porque si las cosas iban mal antes y ahora van peor, entonces ¿hay cambio o no hay cambio? Porque si se mantiene la tendencia hacia lo malo, la tendencia siendo la misma, realmente no hay cambio. Cuando altos chivos del gobierno dicen que no salen ni por las buenas ni por las malas, tenemos pleno derecho de preguntar (como haría Sócrates), –por favor defina malas. Buenas lógicamente no podrían definir. Sin embargo, videntes, sujetos paranormales, profetisas y profetas todos, aseguran que vienen tiempos mejores, si queremos creer en vaticinios y presentimientos.
Como cuando la joven Emanuela Orlandi, ciudadana del Vaticano, de solo 15 años, una tarde, el miércoles 22 de junio, 1983 llamó a su hermano Pietro y le pidió que la viniera a buscar a su escuela de música, «Ven, por favor, tengo un mal presentimiento, no quiero volver sola». Él la tranquilizó, le dijo que no iba a pasar nada, que se verían más tarde. Esa tarde a las 19 horas, ella fue secuestrada por Enrico de Pedis un boss de la mafia romana La Magliana. Resulta que el Papa Juan Pablo II le había pedido un dinero prestado a la mafia para salvar a su país de nacimiento, Polonia, del comunismo. El dinero prestado fue entregado a Solidaridad y el encargo tuvo éxito. Emanuela no fue vista nunca más y hasta el día de hoy su hermano, un tipo alto, buen mozo, de abundante cabello blanco, no encuentra la paz, aunque hizo una investigación muy completa al respecto. Esa investigación ha sido publicada y le valió el despido del Banco del Vaticano después de 25 años de trabajo y el retiro de la ciudadanía vaticana.
En Venezuela siguen sucediéndose las revoluciones de los tiempos y ahora también de las letras. Tenemos entendidos que se sublevó la «l» y ahora los empleados públicos han pasado a ser empleados «púbicos» sin que nadie sepa con exactitud cuáles sean sus deberes. Dice Antonio Machado, Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Antes de que se sume la «s» que causaría problemas sin fin, dicen, nadie sabe cuándo, pronto llegará la Revolución del No.
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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