Tierra de horizontes abiertos, por Américo Martín
En nuestra atormentada Venezuela el entusiasmo y el pesimismo se alternan debido al desconocimiento teñido de prejuicios sobre lo que sea la política. En discurso en el Congreso para evocar a Andrés Eloy Blanco, un hombre dotado del don de la palabra y de la política como Manuel Alfredo Rodríguez, reconocía esos mismos dones en el poeta que lograba concitar sentimientos afectuosos, incluso entre los peores de sus enemigos.
¿Incluso entre ellos? Invocaré un testimonio casual para explicarlo. Un perezjimenista condiscípulo mío en el Liceo Andrés Bello, entreviendo mi militancia y sabiendo que las normas clandestinas me impedirían contestarle, me soltó en ácida burla:
– Todos los dirigentes de AD son corruptos, el único que se salva es Andrés Eloy
– Pero Andrés Eloy es alto dirigente adeco. Si tolera la corrupción que imputas, no entiendo por qué lo “salvas”.
– Es el único que se salva, insistió, ahora desconcertado
La declaración de Mike Pompeo sobre aspiraciones presidenciales en la oposición no deja de tener sentido. El 5 de enero se consagró la unidad alrededor de Juan Guaidó y la Asamblea Nacional. 56 presidentes diplomáticamente relacionados con Venezuela desconocieron a Maduro y la ANC, y reconocieron expresamente a la Asamblea Nacional y a Juan Guaidó. Tan sólido cimiento debió convertir en historia la tradicional división opositora.
“Debió” pero no fue así. A través de las redes sociales fluyen agrios ataques contra Guaidó y la AN, ejes graníticos de la unidad. Naturalmente, la orden del desafuero partiría de la cumbre del Poder en la que reina un desencuentro más grande que el de la oposición, lo que ya es decir
Aunque sea impensable destruir la alianza con un mundo que nunca en la historia fue tan solidario con Venezuela, lo que enciende el ánimo es la política que deba guiarla. Se enfrentan el corazón, residencia metafórica de la pasión y sus azotes, y el cerebro, sede de la razón y la toma decisiones. Las derrotas más profundas y en principio inesperadas tienen su origen en el desequilibrio “pasión-razón” Hablo de mí mismo y de mis grandes e ilusos compañeros de los años 1960.
Con el corazón caliente, componente de notables movimientos siempre que no pretenda dirigirlos, extraviamos la vía, sufrimos derrotas fulminantes pero ganamos una experiencia valiosa que desesperamos por transmitir a las nuevas generaciones para que sepan valorar y administrar lo que tienen. Cuentan con un inédito respaldo mundial que tampoco es incondicional: ha preferido la negociación a la violencia y en eso está.
Se incurre en la candidez de creer que basta pedir que nos invadan (cosa que muchos no haremos nunca) para que así suceda. El análisis de la complejidad de una operación de esta índole debería ser obra de cerebros fríos y no de corazones encendidos. “Condenar” a quienes tanto tenemos que agradecer es un error y a la vez una injusticia. Al fin y al cabo nadie está obligado a pasar de un buen gesto en asunto de solidaridades; menos, de asumir el protagonismo alcanzado en Venezuela.
El fenómeno crece. Rusia busca una nueva alineación y declara junto a Colombia, principal aliado de EEUU, bajo los términos que prevalecen: presionar incansablemente la salida incruenta del infierno. Importantes razones geopolíticas que la pasión no ve, alientan a Putin
Nuestra tragedia se agrava al son de deserciones civil-militares, en contraste con una disidencia que pese a todo sigue confundida con la Nación. Toda crisis busca salidas. Democrática, libre y próspera es la reservada a la noble Venezuela, la bien llamada por don Rómulo Gallegos “Tierra de horizontes abiertos”.