Tierra del sol amada: 490 años hoy una distopía, por Ángel R. Lombardi Boscán
¡490 años de la fundación de Maracaibo! Hoy, no existe tal cómo la conocimos. Fue destruida por sus actuales gobernantes. Una cuarta refundación se hace necesaria antes que el último de sus habitantes la abandone. Maracaibo es hoy una distopía. La vida social y familiar en Maracaibo murió como resultado de unos servicios públicos deficientes que afecta la posibilidad de llevar una vida cotidiana normal.
Es tan grave la situación de regresión histórica que vive Maracaibo ante la mirada indiferente del resto de Venezuela y el mundo que una novela emblemática como lo es: “Tierra del sol amada” de José Rafael Pocaterra (1889-1955) que la describe postrada, miserable y provinciana en el año 1917, en plena dictadura de Juan Vicente Gómez, es una luz en el firmamento sí la comparamos con la catástrofe actual.
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Un auténtico campo de concentración es hoy la ciudad de Maracaibo cuya crisis pareciera ser irrevocable ante la indiferencia gubernamental y el secuestro de la nación y sus instituciones. Esa creencia bucólica de que la historia es progreso fue echada al traste en pleno siglo XXI, aquí mismo en la ciudad mitificada por Udón Pérez (1871-1926) y Rafael María Baralt (1810-1860), porque se han retrocedido más de cien años.
En el ánimo del gobernante de turno hay un rencor en contra de la ciudad y sus habitantes. Y nosotros, despojos de una ciudadanía, nos hemos quedado inermes como víctimas de un sacrificio colectivo sociológico sin precedentes en los 490 años desde que se fundó la ciudad
No exagero al señalar la actual tragedia en una fecha conmemorativa y que tradicionalmente nos servía para celebrar los logros y trayectoria de una ciudad pujante asociada a la riqueza petrolera y bonanza nacional.
Maracaibo era la perla del Caribe y su puente sobre el Lago un símbolo de modernidad. Tuvimos a finales del siglo XIX de la mano de la inversión extranjera de alemanes, ingleses, holandeses y demás el primer servicio eléctrico de alumbrado público en el remoto 1888
Hoy, ya no tenemos electricidad. Y sin electricidad la civilización se estanca y muere. Todo se difuminó y las “Casas Muertas” de Miguel Otero Silva migraron de Ortiz hasta Maracaibo.
La mitología de Maracaibo alrededor de la chinita, el rayo del Catatumbo, los piratas y wayuus, el petróleo y el lago, su Universidad del Zulia y nuestro Luis Aparicio y Águilas del Zulia hoy forman parte de una idolatría anémica y fragmentada en recuerdos encontrados, adoloridos, bajo el naufragio sombrío de la actual tristeza que embarga a la ciudad.
Al habitante de Maracaibo se le están violando sus más elementales derechos humanos con la pesimista perspectiva de que esto sea indefinido en el tiempo y que éste crimen se profundice aún más. Además, la clase dirigente opositora falló en abandonar sus responsabilidades emigrando despavorida hasta Caracas o el exterior. Hoy, resuenan en éstas pálidas celebraciones, el eco taciturno de un derrumbamiento que nos negamos a convalidar y las voces de una trasnochada independencia de las que sobran motivos para emprender sí implica poder librarnos de nuestra actual desgracia.
Más que celebrar un rutinario onomástico de la ciudad de Maracaibo lo que corresponde hacer a sus habitantes es exorcizar la actual fatalidad e imponernos una movilización colectiva cuya protesta cívica sea permanente y liberadora.
A Maracaibo la fundaron los alemanes: Ambrosio Alfinger en 1529. Luego los españoles dos veces: Pacheco (1569) y Maldonado (1574). Hoy la destruyeron, con saña y alevosía, quienes han revivido la doctrina de la “banalidad del mal”. Y nos tocará reconstruirla, cuando todo esto pase, porque pasará, a los marabinos de bien que somos mayoría. No hay más.
Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ