Todo se derrumbó por Fernando Rodríguez
El país se derrumba, salgamos de Chávez. Si no fuésemos racionalistas, se podría apelar a fórmulas como «pava ciriaca», «castigo de Dios», «maldición gitana», «venganza de la osamenta profanada del Libertador» y muchas otras que nombran la intervención de fuerzas sobrenaturales para explicar las desventuras humanas.
Es que son tantos y tan variados los desastres que nos han sucedido a los venezolanos en un tiempo demasiado breve, escasas dos semanas, que, de verdad, retan cualquier racionalidad. Pero, fieles al espíritu terrenal, digamos que son los frutos de una gestión gubernamental desastrosa, de los delirios ideológicos y psicóticos, y de la incapacidad majestuosa de una pléyade de advenedizos que han manejado el país con los métodos administrativos de una cantina militar y la voracidad depredadora de un cardumen de caribes.
La última tragedia es la de la refinería de Amuay en la madrugada del sábado, que ha dejado hasta ahora 41 muertos y más de 80 heridos, ha dañado gravemente la capacidad productiva de la mayor refinería nacional y ha sembrado devastación y terror en las zonas adyacentes.
El gobierno ha enmudecido y sólo se le ocurre decir algo así como que accidentes suceden por doquier. (Salvo, no hay que dejarlo pasar, la muy sagaz superagente Golinger que ha insinuado sin mucha pudicia que, dada la cercanía del 7-O, puede ser un posible saboteo, de la CIA suponemos). Lo cierto es que ya han aparecido muy serios indicios de impericias y negligencias en la génesis del desastre y se debería llegar hasta el final de esa investigación, al menos de parte de las familias afectadas, los conocedores del complejo negocio petrolero y la prensa libre.
Por lo pronto, hay que recordar que ha habido más de 300 accidentes, 77 muertos y 300 heridos, después de que Pdvsa pasó a ser «de todos» y no la empresa modélica mundialmente hablando, que manejaba un grupo muy entrenado de expertos, veinte mil «elitistas y apátridas», execrados de un solo carajazo. Y trabajos universitarios muy calificados han mostrado que una contundente mayoría de los empleados de la empresa revolucionaria apenas tiene nociones de los mecanismos de seguridad industrial. Humano dolor y pérdidas económicas cuantiosas a sumar al expediente negro del gobierno que nos quiere convertir en Potencia mundial.
Pero no hay que pasar la página con el puente de Cúpira, que ha incomunicado una parte sustancial de nuestra geografía, sembrando el caos económico y una invivible cotidianeidad para centenares de miles de conciudadanos. Un puente en estado de emergencia, de desastre avisado desde hace un decenio y que forma parte del 80% de puentes nacionales en estado de emergencia, entre ellos el del lago de Maracaibo y el de Angostura, segmento de una vialidad dañada seriamente hasta en un 70%, todo ello según el Colegio de Ingenieros de Venezuela. Y que cualquiera puede comprobar si se da un paseíto por esos caminos patrios.
Y para seguir con el puro presente no hay que olvidar tampoco la espantosa mortandad de Yare, con sofisticadas armas de guerra incluidas, que se suma al sempiterno infierno carcelario que la actual ministro, como su alias lo sugiere, no ha hecho sino atizar.
Además llueve al son del cambio climático y hasta el Guaire, un río medio pendejo, ha hecho de las suyas. Miles de venezolanos tiemblan, en todo el país, ante el riesgo de caer en la tétrica condición de damnificados que ya no es producto del calentamiento global sino de un gobierno sin previsiones y sin pasión por el debido socorro, verídico y oportuno.
¿No son bastantes calamidades juntas para concluir que este país perdió todo rumbo y está, como sus calles, lleno de huecos en todos sus ámbitos y pide a gritos desgarradores un nuevo camino? Por fortuna nos queda mes y medio para comenzar a reconstruirlo.
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