Todos somos refugiados: cuando huir es la única opción
En el marco del Día del Refugiado, TalCual muestra una serie de videos que narran las historias de refugiados venezolanos en países de Latinoamérica , el Caribe y Europa. La nostalgia y la melancolía se personifican en los rostros de aquellos que cuentan sus experiencias, pero también la esperanza y la alegría de sentirse seguro, pleno e incluido en las tierras receptoras en las que gozan de derechos que el Estado venezolano no les garantiza
Cada 20 de junio se conmemora el Día Internacional del Refugiado, una fecha en la que el colectivo venezolano – con 140.000 refugiados reconocidos y 5,7 millones de migrantes– alza la voz por la diáspora que la Agencia de Naciones Unidas para Refugiados (Acnur) declaró el 18 de junio de 2021 como la segunda más grande del mundo: la venezolana. Es sólo superada por la de los sirios, un gentilicio que, a diferencia del nuestro, lleva más de una década en guerra.
La crisis, reflejada en el desplome del 90% de la economía venezolana desde el segundo trimestre de 2013 y el mismo período de 2020, y una pobreza que arropa a 80% de la población, compraron el boleto de salida de muchos venezolanos. Desde 2014 ha habido un aumento de 8.000% en el número de connacionales que solicitan la condición de refugiado.
Hoy, desde países receptores como Colombia, Ecuador, Perú, Argentina, y organismos internacionales como la propia Acnur, el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), se han planteado y financiado proyectos de protección a la migración venezolana. En el Plan Regional de Respuesta para Refugiados y Migrantes de Venezuela 2021 se proponía la recaudación de 440 millones de dólares para apoyar a los más vulnerables y responder a sus necesidades – acrecentadas durante la pandemia- en 17 países de América Latina y el Caribe. Pero mientras los esfuerzos se redoblan, los venezolanos siguen huyendo de su país.
Más hacia el norte, en otras fronteras que no son las marítimas que conectan hacia Trinidad y Tobago, se empiezan a escuchar los sollozos de aquellos que intentan cruzar por ríos como Río Grande. Los pasos fronterizos mexicanos ilegales que conectan con Estados Unidos se han convertido en los últimos meses en otra de las salidas desesperadas a la emergencia humanitaria en la que viven los venezolanos.
El Consejo Noruego para los Refugiados (NRC) sostiene que Venezuela es el cuarto país con la crisis de desplazamiento más desatendida del mundo. La voluntad política para solventarla, la asistencia económica que se le brida – o deja de brindársele- y la atención y espacio que le otorgan los medios son los factores que llevaron al país a obtener esa clasificación dentro de otras 40 crisis migratorias a escala global.
En el marco de esta conmemoración, TalCual presenta Todos somos refugiados, una serie de videos con testimonios de refugiados venezolanos que cuentan su historia y lo que ha significado para ellos dejar el país.
A Tokio desde Trinidad
Eldric Sella salió de Venezuela en 2018. No imaginó que en Trinidad y Tobago, país al que emigró, podría cumplir la meta que la gran mayoría de los deportistas se plantea: participar en los Juegos Olímpicos.
Trabajaba en obras de construcción y mientras batía cemento en largas jornadas, pensaba en lo valioso que dejó en su país; su familia y su carrera como boxeador. Había abandonado el camino atlético que desde niño empezó a abonar. Pero pronto, una oportunidad llegó a él y con ella la pasión que lo llevó a ganar un torneo de boxeo en la Asociación de Boxeo de Trinidad y Tobago, y posteriormente una beca del Comité Olímpico Internacional.
Con orgullo y coraje, aunque no representará a su país, es el único venezolano dentro del Equipo Olímpico de Atletas Refugiados en la cita Tokio 2021. Y sí, hay 38 criollos más que irán en nombre de Venezuela, pero él es esperanza para los migrantes venezolanos en Trinidad y Tobago – que ya son 40.000 – y en el mundo. Es la prueba del éxito que se logra cuando a un refugiado se le da la oportunidad de aprovechar al máximo su potencial.
Aunque de náufragos y desaparecidos están llenas las aguas que llevan a la isla, fue en ese lugar donde lo recibieron como refugiado y donde llegó a lo que cree es la cúspide de su carrera como atleta. Se hacía sentir en la calles del 23 de Enero, en Caracas, el lugar que lo vio crecer y convertirse en parte de la selección nacional de boxeo. Hoy le dice a los desplazados venezolanos que el Día Internacional del Refugiado es «un recordatorio de que no todo está perdido y de que aún puedes lograr eso que siempre has querido, porque aquel que tiene intenciones de crecer y de superarse, la vida siempre le sonríe. Así que ten fuerza, paciencia y aprende a disfrutar del camino».
En México para potenciar el talento
En Venezuela la ausencia de un marco normativo que permita garantizar los derechos de las personas Lgbti aumenta la incidencia de casos de violencia por prejuicio y la negación de derechos fundamentales. No contempla tampoco los crímenes de odio en razón de la orientación sexual de las víctimas. Tener una familia o una vivienda son derechos inexistentes para ese colectivo que ha tenido que huir del país no sólo para desarrollar su sexualidad en pleno, sino también por su seguridad.
Esa fue la razón que movió a Fernando Ramírez – o Ally BioHacker- a irse a Guadalajara, la ciudad mexicana que le brindó la oportunidad de ser drag queen y donde se siente incluido. Dejó atrás a sus padres y se separó de su seno familiar. Renunció a volver a ver a su familia por tener calidad de vida, algo que en Venezuela, por su expresión e identidad de género, muchos otros tampoco pueden tener.
Las exclusiones en espacios laborales, la negación de acceso a conformar una familia, amenazas por ejercer activismo en favor de derechos de las personas de la comunidad Lgbti, e incluso la incapacidad de comprar tratamiento para tratar algunas enfermedades como el VIH, son las razones que, según Acnur, han llevado al colectivo a irse de Venezuela.
Ally es hijo único y dejó aquí a su mamá y su papá. Está en México, donde la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes Venezolanos contabiliza que hay aproximadamente 102.200 connacionales. Allí promueve mensajes anti xenófobos durante los shows que hace en The House of Fenix, una casa artística donde drag queens como él pueden debutar y potenciar todo su talento.
«En Venezuela mi vida corre peligro debido a la inseguridad que hay, más al ser una persona Lgbti en un país altamente homofóbico». Ejemplos sobran: la segunda semana de junio de este año asesinaron a una pareja gay y una mujer trans en Caracas, tres asesinatos que se suman a la larga lista de los 109 que registró el Observatorio de Personas Trans de Viena entre 2009 y 2017. Él no formó parte del movimiento migratorio criollo que se va a las grandes ciudades de la región para tener mayores libertades civiles sino que decidió agarrar sus maletas y volar al norte.
Colombia: La otra Venezuela
Colombia alberga a 1,7 millones de migrantes y refugiados venezolanos. Gabriel Mazalli es uno de ellos. Encabeza el éxodo masivo de venezolanos que se vio en 2017. Se fue porque le iban a arrebatar su libertad. ¿La razón? Defender el condominio Doral Beach, en Lechería, Anzoátegui, de ser invadido.
Recibió una llamada que lo alertó sobre su captura, y a la hora siguiente ya era un abogado errante huyendo de una justicia que, en incontables oportunidades, ha dado muestra de estar del lado del poder antes que de la verdad.
Temió, se escondió, huyó. Cuando finalmente pisó suelo colombiano sintió que estaba a salvo. Y sí, lo estaba físicamente, pero el Gabriel padre y esposo estaba desmoronado. En cuatro años sólo ha podido ver a sus dos hijas dos veces. Las salidas al colegio y al parque desaparecieron, como también la relación de pareja con su esposa.
Se siente como uno más en el país vecino, muy pese a que dos tercios de la población colombiana rechacen a los criollos. Es el frío de Bogotá lo que lo estremece y le recuerda que no está en Venezuela. Pero no siempre le da el espacio de extrañar a su gente, pues en una caminata por la ciudad una de cada 25 personas con las que podría toparse son venezolanos. Son tantos en el mundo, que ya no se siente solo. Él da rostro a aquellos que hoy no se atreven a contar sus historias por temor a que sus familias que siguen en Venezuela puedan sufrir las consecuencias.
España, tierra segura
Adrián huyó de Venezuela a España en 2019.Un día hubo una explosión en su trabajo, en donde era operador de gestión eléctrica. Tres estados se quedaron a oscuras luego de eso.
Funcionarios del Servicio de Inteligencia Nacional y la Guardia Nacional llegaron al lugar y le decomisaron su teléfonos y los de sus compañeros. Había que encontrar al «culpable».
Él tenía en su dispositivo fotos de maquinaria dañada e instalaciones abandonadas, suficiente para que los efectivos de los cuerpos de seguridad del Estado decidieran golpearlo a él y al resto de su equipo. Lo señalaron de opositor al gobierno de Nicolás Maduro.
Su casa fue saqueada semanas después de ese incidente. La golpiza fue sólo la primera advertencia.
Tiene una hija y una esposa que no podía poner en riesgo -más-. Por ellas decidió irse a España, donde le han dado residencia por razones humanitarias a 75.000 venezolanos.
Hoy es refugiado junto con su familia. Él no puede dar la cara porque sus parientes en Venezuela correrían peligro.
Al norte vuelan los perseguidos político
Perdió a su esposa mientras se encontraba asilado en Estados Unidos y a sus hijos y nieta no los ha visto más en persona.
Marcado por la tristeza de esa pérdida y su salida de la vida política en Venezuela -la misma que lo condenó a alejarse de su tierra – José Quintero, un activista político oriundo de Catia, pasa sus años de vejez en Estados Unidos, el país que le brindó la protección que el Estado venezolano no le garantizó.
La persecución de un grupo de colectivos después de una marcha antigubernamental en 2016 y una alerta de que era objetivo militar lo llevaron a dejar el país. Pensó que sería por un par de meses, como máximo seis, que son los que se conceden con la visa de turista, pero se han convertido en cuatro largos años. Las aguas nuncas se calmaron. Empeoraron aún más.
Los recuerdos de su vida política en Propatria, un barrio al oeste de Caracas, y sus caminatas por los pasillos de la Asamblea Nacional -de la que fue parte en 2016- los lleva en la mente, no los olvida. Pero agradece las nuevas experiencias y oportunidades que le ha dado la nación estadounidense, que con beneficios migratorios como el Estatus de Protección Temporal (TPS) por sus siglas en inglés, ha tratado de ayudar a al menos 320.000 connacionales.
Tuvo la suerte de no formar de las estadísticas de deportaciones, que en 2017 fueron 4.200, únicamente de personas con nacionalidad venezolana.
Mientras los meses pasaban, la disyuntiva de si regresaba o no se empezaba a resolver. La persecución y arremetida contra dirigentes políticos opositores era cada vez mayor. Debía quedarse y pedir asilo.
El día de su entrevista con las autoridades migratorias, que decidirían si le otorgaban esa condición migratoria, su rostro mostró la tristeza que lo embargaba: en días previos al encuentro ocurrió la muerte de Fernando Albán bajo custodia del Sebin, a quien consideró «hermano de lucha». Ya tiene una vida hecha en el norte, pero poco se asemeja a la que construyó en Venezuela durante tantos años. Sólo espera a que algún día, cuando las circunstancias políticas cambien, pueda regresar. En ese ínterin, pretende plantear proyectos -entre ellos un programa de radio, como el que tenía en su país- que lo hagan sentir como en casa, que le transmitan esa calidez y cariño que sentía en las calles de su Casalta.