Tome la llave y suba, por Omar Pineda
Twitter: @omapin
A sorbos pausados se tomó el café mientras permanecía inmóvil, atrapada bajo una maraña de pensamientos que no lograba descifrar. Nada de lo que ocurría a su lado le concernía. Quedaba poco en la taza y el camarero se aproximó, diligente, con intención de limpiar la mesa y escuchar un pedido adicional; pero Hilda, todavía absorta, ensimismada, con sus manos rodeando la taza, le miró con tanta frialdad que el joven, asustadizo, el rostro resplandecido por el sudor, se alejó torpemente soltando disculpas y acabó en la barra sobre la cual se apoyaba el dueño apertrechado en la caja registradora.
Pasaron los minutos. Hilda no dio señales de estar instalada en el presente hasta que escuchó que alguien se paró enfrente y dijo: «Hola». Al girar la cabeza, el inspector Rodríguez, de pie, esperaba por la respuesta. Entonces, Hilda se sacó los auriculares de los oídos y preguntó si había venido por ella. «¿Es Hilda Larsen?»…
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«¿Cómo está usted aquí si su última llamada a emergencia informaba que su novio le había golpeado y pidió auxilio, dijo, además, que estaba encerrada en la cocina… y exigió que acudiéramos pronto», resumió secamente Rodríguez.
El hombre observó que en el local apenas había una pareja en una mesa, y un señor mayor en otra, ensimismado, tratando de resolver el crucigrama del periódico.
«Ciertamente», alcanzó a confirmar Hilda, «pero temo que desde esa última llamada la situación cambió y tuvo otro desenlace… cuando él derribó la puerta de la cocina, yo había tomado el cuchillo con en que suelo despedazar la carne».
El inspector Rodríguez frunció el ceño, como si le costara entender lo que había escuchado. Se inclinó hacia ella para confirmar sus palabras, pero Hilda no habló más, cerró el libro, sacó una llave de su bolso, puso un billete en el platito del café y, volteando hacia el inspector de policía, dijo: «Si quiere esposarme, hágalo ahora… pero, lo siento, ese desgraciado ya no es mi novio y allá está, tirado en la cocina, pero no se apure: ya no hay nada qué hacer».
Omar Pineda es periodista venezolano. Reside en Barcelona, España