Tragando grueso, por Gioconda Cunto de San Blas
Decía Rafael María Baralt, ese zuliano soldado, escritor, poeta, historiador, primer hispanoamericano miembro de la Real Academia Española, que la paz no da lugar a la historia, que la guerra con sus victorias y derrotas –mientras más sangrientas mejor– son las que por lo general se ponen al frente para narrar nuestro devenir como humanidad. Es decir, la paz una vez lograda, rara vez hace titulares, solo la guerra con sus miserias. “No news are good news”, dicen los ingleses: “es una buena noticia que no haya noticias”.
Así las cosas, las degollinas de la guerra de independencia y el decreto de guerra a muerte que redujo en un tercio la población venezolana de esos años aciagos, son más recordados que el tratado de regularización de esa contienda, firmado entre Bolívar y Morillo. Mantenemos en el recuerdo los horrores de la guerra federal y el dictum salvaje de Martín Espinoza, lugarteniente de Ezequiel Zamora: “mueran los blancos y los que sepan leer y escribir”, a la vez que olvidamos el tratado de Coche, mediante el cual los grandes contendores del momento, José Antonio Páez y Juan Crisóstomo Falcón, negociaron el término de esa guerra civil que acabó con la vida de casi 10% de la población de la época, más de 175 mil personas.
En ambos casos y en muchos otros a lo largo de la historia, la negociación ha sido la herramienta para detener la masacre que solo contribuye a fomentar el odio y las ganas de matarse. Naturalmente, la consecuencia inevitable de esas negociaciones es la renuncia a algunas exigencias iniciales en aras de un acuerdo medianamente satisfactorio
Esto nos lo explicaron diversos panelistas en las motivantes Jornadas de Reflexión Ciudadana “Construyendo Espacios de Entendimiento”, realizadas en la Academia Nacional de la Historia, como un esfuerzo conjunto entre las Academias Nacionales, el Diálogo Social y el Observatorio Global de Comunicación y Democracia”, los días 16 y 17 de mayo pasados, en el marco del Día Internacional de la Convivencia en Paz.
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Entre los temas tratados, la negociación fue uno de los escogidos para contribuir con propuestas en favor del proceso de transición democrática. “La negociación y la discusión son las mayores armas a nuestra disposición para promover la paz y el desarrollo”, decía Nelson Mandela quien, luego de pasar 27 años en un calabozo surafricano por sus luchas contra la discriminación racial que arrojaron miles de muertos, no le hizo ascos a sentarse con el jefe de gobierno De Klerk para lograr un acuerdo de convivencia que acabara con el odioso régimen del apartheid, contando con el apoyo de la comunidad internacional, interesada en derogar las leyes raciales.
Ahora que las brasas arden en nuestro patio, la negociación se ha señalado como una indignidad, a juicio de ciertos vociferantes radicales de lado y lado. La pobre disposición de unos pocos al acercamiento, a la negociación, hace incompleta la unidad opositora, a pesar del objetivo común. Mucho menos favorecen conversaciones entre el régimen y la oposición, porque el muro de suspicacias es enorme, dadas las experiencias previas. Noruega se ofrece a mediar, con su vasta experiencia en el oficio y eso genera rechazo y desconfianza.
Aceptar la necesidad de negociar salidas pacíficas al conflicto, con la renuncia parcial y sincera de las partes a ciertas posturas en aras del bien nacional, significa tragar grueso para marchar con relativo éxito en cualquier negociación, que necesariamente deberá incluir la realización de elecciones presidenciales libres y democráticas. Venezuela tiene un venerable historial de participación en negociaciones por la paz en diversos escenarios, sobre todo Centro América, una labor de mediación que hizo posible hace varias décadas la paz en la región. Todavía viven varios de esos destacados especialistas venezolanos, que podrían sumar su experiencia al feliz término de negociaciones locales.
Tarde, o mejor, temprano habremos de negociar una salida a nuestra tragedia, pero para ello hará falta que mentes prudentes, proclives al entendimiento de lado y lado de la contienda, se sienten a buscar esos caminos en beneficio de todos los venezolanos. Porque la alternativa trágica es la guerra, con sus muertos, con nuestros muertos. No es opción preferir la paz de los sepulcros a la paz creadora que nos permita crecer como país, donde las nuevas generaciones puedan vivir en democracia y libertad, construyendo espacios de entendimiento, cual fue el lema de las jornadas en comento, que permitan dejar atrás odios y rencores en pro de cimentar la ciudadanía. Ya lo decía John F. Kennedy: “Nunca negociemos por miedo. Pero nunca tengamos miedo de negociar”.