Traidores nunca, por Douglas Zabala
Como si les hubiese dado muy duro la actual dieta de Maduro, así aparecieron ante la historia los héroes del cuatro de febrero: ojerudos, flacuchentos, sin obesidades y curtidos por el fragor militar. Todavía cargaban sus rostros llenos de sueños, cuales soldados contra la corrupción y el bipartidismo adeco copeyano, al cual le acababan de dar un tiro de gracia.
Desde esos días hasta el sol de hoy han dominado al país durante dos décadas; de nuevo se muestran al país acompañados de humildes hombres y mujeres en son de guerra, pero esta vez su tropa lo conforman cuerpos y caras de seres hambrientos, que les delata la profunda crisis social y económica, donde han sumergido al país.
Con sus ahora mofletudos rostros, signos de la opulencia derrochada, pretenden acusar de traidores a la mayoría del pueblo venezolano, por no acompañarlo en esta nueva farsa, montada más como sainete donde reflejan su propia tragedia, que como verdaderos ejercicios militares contra el supuesto ejército invasor.
Los traidores no se definen así mismo sino por la gente a quienes traicionan.
De traición y con suma propiedad pueden hablar los millones de marginados por la injusta distribución de nuestra renta petrolera durante el período cuarto republicano, quienes incautamente volcaron sus esperanzas en las elecciones del 6 de diciembre de 1998 hacia el Líder de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez Frías.
Si de traiciones, falsías y vilezas nos tocara hablar, es evidente que no tendríamos espacio para explicar las razones por las cuales, desde el propio comandante eterno hasta el último enchufado de baja ralea, han traicionado sus ideales, que en algún momento de su existencia, juraron no solo defenderlos sino cumplirlos, una vez llegados al poder. Ellos y no otros son los verdaderos traidores.
Aquí se juró acabar con los vicios del pasado y traerle a este pueblo la mayor suma de felicidad posible, pero todo lo han convertido en letra muerta. Hoy acorralados como andan, acusan al primero que insinúe ponerles al descubierto el mar de privilegios, dólares y bienes de todo tipo que los rodea.
Con la desaparición física de Vladímir Lenin, su camarada José Stalin, utilizó los mismos términos de traidor y vende patria, contra todos aquellos dirigentes del Partido Comunista de la Unión Sovietica (PCUS) que se atrevieran a disentir de su modelo socialista, impuesto allá en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas a finales de la década de 1930.
De trotskista y de alta traición al proceso revolucionario, también acusó Stalin en 1936 a Grigori Zinóviev, Lev Kámenev y a 13 miembros más del Comité Central del Partido; dando inicio con estos juicios a la gran purga, que, en definitiva, terminó con las posibilidades de realizar el gran sueño de construir un Estado Socialista, Democrático y Libertario.
De manera que estos episodios no son nada nuevo en la historia, cuando de intentar construir el socialismo se trata; en todo caso, lo que llama la atención, es como hallándose el ignorante de Nicolás, rodeado de tantos viejos militantes del socialismo, no exista uno que le recuerde como del 14 al 26 de febrero de 1956 se celebró el XX Congreso del Partido Comunista de la URS, donde el mismo se transformó en el punto de partida de las primeras críticas directas a la gestión de un régimen, que después de 50 años se vino abajo, sin echar un tiro y sin necesidad de que insurgiera un soldado o miliciano para defenderlo de la amenaza de una invasión extranjera. Simplemente, fracasó por la tozudez de sus líderes.
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