Transición democrática en tiempos López Conteras, por Fredy Rincón Noriega
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Venezuela, comenzando el siglo XX, vivió un rico proceso de transición durante el gobierno de Eleazar López Contreras. Se abandonaron largos años de dictadura para entrar en un accidentado viaje hacia la democracia. En estos cinco años de recorrido hubo que aprender maneras civilizadas de ejercer el poder, al mismo tiempo, en la acera de enfrente, la disidencia se educaba en modernas formas de luchas.
La tarea formativa de la elite gobernante tuvo que lidiar con los viejos resabios heredados del gomecismo. Cambió la forma de perseguir a los contestatarios. La crueldad represiva mutó a otras formas de persecución. Se privilegió la instancia judicial para neutralizar la acción de los dirigentes opositores. Este nuevo estilo de persecución fue el motivo por el cual, Betancourt bautizó el gobierno de López como el “Quinquenio Socarrón”.
La ola represiva no fue obstáculo para que, los representantes del pensamiento renovador, aprovecharan al máximo las libertades políticas existentes. Se utilizaron con afanosa intensidad los medios impresos. En la sombra de la clandestinidad se realizaron numerosas reuniones de trabajo para discutir y elaborar documentos programáticos. La comunicación con el poder nunca se abandonó, particularmente con quienes defendían las ideas liberales y promovían una “democracia evolutiva”, con orden y en paz. Sector que, al propio tiempo, mantenía diferencias con los defensores del viejo autoritarismo gomecista y al cual, pertenecía el propio López.
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A pesar de un sufragio restringido y de amplias ventajas para el gobierno, las fuerzas opuestas al régimen, en ningún momento abandonaron estas trincheras de lucha. En medio de las dificultades impuestas por la persecución y el acoso, en enero de 1937 se dedicaron a obtener curules en el Parlamento. Las gestiones ante legisladores y ediles regionales dieron sus frutos. Aunque el régimen mantuvo una sólida mayoría, se logró ampliar, de manera considerable, la representación de la corriente que pedía acelerar los cambios democráticos y la modernización del país.
En esa jornada electoral de comienzos de año, fueron electos, Rómulo Gallegos, Jóvito Villalba, Raúl Leoni, Gonzalo Barrios, Martín Pérez Guevara, Jesús Enrique Lossada, Juan Oropesa, Ambrosio Oropeza, José Trinidad Rojas Contreras, Héctor Guillermo Villalobos, entre otros. La audaz y exitosa operación política tomó por sorpresa al lopecismo. Su respuesta fue la de acudir a la Corte Federal y de Casación con el fin de solicitar la anulación de las credenciales a varios de los antes mencionados. El 19 de febrero de 1937, de manera sumaria, la Corte dictó sentencia y revocó la elección de Villalba, Barrios, Leoni y Juan Oropesa
Ninguna de estas agresiones apartó al movimiento democrático de la ruta pacífica y electoral. La asumió con sentido pedagógico. Como una manera de ir asimilando y aprendiendo a hacer política bajo estas formas de lucha ciudadana. Desde esta invariable conducta se insistió en demandar mejores condiciones para votar y elegir. Incorporó entre sus principales exigencias el sufragio universal y directo. Objetivo alcanzado años después. No fue posible persuadir a quienes administraban el poder, de llevar cabo una reforma constitucional que incorporara esta anhelada aspiración. De haberse logrado, probablemente se hubiera evitado los accidentes históricos ocurridos a posteriori.
A fines de junio de 1937 se celebraron elecciones para integrar las cámaras edilicias. La oposición participó con la organización denominada Acción Municipal y los resultados le fueron favorables. En Caracas, donde funcionaba el ayuntamiento más importante del país, lograron convertirse en mayoría.
Para las elecciones municipales de diciembre de 1938, el gobierno continuó recurriendo al abuso y al ventajismo, pero esta vez, acogió la recomendación de crear Agrupación Cívica Bolivariana. Pensó que con esta iniciativa, además de organizar a sus partidarios, podría tener mayor control sobre los electores y así, obtener un mejor resultado. Sin embargo, de nada valieron estos ajustes. La derrota sufrida fue superior a la anterior.
Durante el año 1939, el aprendizaje democrático continuó su curso. El gobierno dio señales positivas. Refrescó el tren ejecutivo con figuras de reconocida solvencia académica y de pensamiento liberal. Mientras que la oposición robusteció su fracción parlamentaria con prestigiosos profesionales. Creció en número de curules y en prestigio.
Para las elecciones municipales de 1940 el gobierno tenía una mejor imagen. La tendencia civilista en el gabinete ministerial, se había fortalecido con la presencia de dos intelectuales de renombre: José Rafael Pocaterra y Uslar Pietri. El objetivo de ganar los comicios en ciernes presionó la incorporación de Luis Gerónimo Pietri como ministro de Relaciones Interiores. Abogado pragmático, habilidoso y con experiencia en los quehaceres de la política. Tuvo como misión detener el avance de los sectores progresistas y lograr una imperiosa victoria para el régimen.
Las elecciones se efectuaron 27 de octubre de aquel año. El triunfo del gobierno fue arrollador. Ganó en todas las circunscripciones. Los resultados le garantizaron una sólida mayoría en el Parlamento. Como se acercaba la culminación del mandato, el ambiente político se tornó agitado. Tomó fuerza la campaña por la continuidad del mandato hasta 1943. Los aduladores de siempre tenían meses en una febril cruzada defendiendo la tesis de la no retroactividad la ley, con el fin de que no se aplicara lo establecido en la reforma constitucional de 1936, en la cual, se acortó a cinco años el periodo presidencial y se estableció la no reelección inmediata.
Este episodio originó un intenso debate. Fue calificado como la «aclamación continuista». El propio López Contreras no pudo detener a los desbocados lisonjeros. Lo intentó a través de los editoriales que, con su puño y letra, redactaba para el periódico Crítica. Apenas se conocieron los rumores sobre el tema escribió una nota que tituló “Ni extensión del periodo, ni reelección presidencial”. Allí dejó explícita su voluntad de dejar el mando “a la hora precisa del término constitucional del periodo y que, en ningún caso, bajo ningún motivo y pretexto, aceptaría la reelección” (En Crítica, 8/01/1938)
La maniobra de los continuistas fracasó. Los civilistas no tuvieron éxito con la candidatura de Diógenes Escalante. Tampoco cuajaron las aspiraciones de Amenodoro Rangel Lamus, Luis Gerónimo Pietri y Tomás Pacanins. La mayoría del gobierno se inclinó por el entonces ministro de Guerra y Marina, Isaías Medina Angarita.
Finalizando el periodo gubernamental, la oposición liderada por Rómulo Betancourt, claramente separada de los comunistas, se movió con prudencia. Sorteó las provocaciones del régimen y le reconoció logros admirativos a su gestión. No lograron modificar la normativa electoral. Se mantuvo el anacrónico sistema de elección indirecta. Instrumento que, además, propiciaba y amparaba toda clase de irregularidades.
Este sector, claramente identificado con los postulados socialdemócratas, a sabiendas de no poder derrotar al oficialismo en elecciones de tercer grado en el Parlamento, aprovechó al máximo el escenario de la sucesión presidencial. Lanzó la candidatura «lírica», «simbólica» y «pedagógica» -como se denominó entonces- de don Rómulo Gallegos. Con él al frente, desarrolló una intensa campaña por todo el país. Organizó seguidores y sumó nuevas voluntades. Potenció el mensaje modernizador y civilizatorio. Creció en fuerza y capacidad.
En términos simbólicos, apareció dibujado en el imaginario colectivo la histórica lucha entre militarismo y civilismo. Gallegos ejerció con dignidad y aplomo el papel que le fue asignado. Se creció como político. Su mirada y las de sus compañeros, estuvieron puestas en las jornadas por venir.
El 28 de abril de 1941, el Congreso Nacional eligió al general Isaías Medina Angarita presidente para el periodo 1941-1946. Ciento veinte diputados votaron a su favor. Solo 13 lo hicieron por el novelista. Conocidos los resultados, el autor de Doña Bárbara se fue a la residencia del vencedor. Lo felicitó, le deseó éxito y con ello, se inició un nuevo estilo de hacer política.
No es exagerado afirmar que a lo largo del periodo gubernamental 1936-41, la nación vivió un momento estelar en cuanto al manejo de ideas y proporciones para responder a los desafíos planteados en términos políticos, económicos y sociales. Los dos bloques enfrentados hicieron cuanto pudieron por reconocerse. Sin renunciar a sus convicciones ideológicas y cediendo posiciones. Se comenzó andar por los caminos de la civilidad.
Fredy Rincón Noriega es historiador UCV -1982, Maestría Ciencia Política USB
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