Tremendo susto, por Marcial Fonseca
El de hoy durante su caminata diaria de madrugada por los alrededores de la granja; pero contemos desde el principio.
La madrugada estaba fría, casi siete grados centígrado; se puso tres chaquetas, la linterna de cazador en la cabeza, guantes y el móvil y los auriculares para su podcast favorito; la historia radiada de hoy era la del norteamericano que oyó de un robo ocurrido por allá a principio del siglo veinte, con la industria aérea incipiente, y en la que el ladrón, en pleno vuelo, llamó a una de las aeromozas y le dijo que volaría al avión con todos sus ocupantes si en el aeropuerto que les indicaría más tarde no habría un empleado de la compañía aérea con un maletín lleno de veinticinco mil dólares.
El avión aterrizó en el lugar que el perpetrador indicó, le entregaron el maletín con el efectivo, y tomaron vuelo nuevamente, luego les ordenó que aterrizaran, de noche, en una carretera solitaria, se bajó del avión y se perdió. Demás estas decir que nunca fue atrapado, se salió con la suya. La historia no termina aquí. El gringo que oía de la historia se dijo a sí mismo que eso era fácilmente replicable, la época era la de los sesenta cuando no había tantos controles aéreos, la única diferencia: pediría doscientos mil dólares.
Y lo replicó; pero tuvo mala suerte; el FBI lo capturó dos meses luego de detectar una huella en los billetes del rescate cuando el delincuente empezó a usarlos. Y la mala racha llegó hasta el punto de recibir sesenta cadenas perpetuas, tantas como pasajeros había en el avión; menos mal que en el estado donde lo juzgaron, los secuestros de personas no eran penalizados con la pérdida de vida.
Se acabó la historia y se dedicó al oír el segundo podcast que tenía programado para esa caminata. Este era el caso de un novio que se volvió loco y descuartizó a la novia y a los padres de esta: posteriormente confesó que le habían preguntado cuándo se casarían.
Se cansó de oír sus programas, paso a música country británica y a prestarle atención a la caminata. Casi siempre caminaba la carretera que bordeaba la granja que estaba bajo su cuidado, una calle ciega de unos setecientos metros que intersecaba con una avenida importante. Observó el cielo; las estrellas estaban todas como siempre en su punto de acuerdo con la hora.
El frío hizo que se cubriera la cabeza con la capucha de una de las chaquetas; pero esto obstaculizó el haz de luz, así que se colgó la linterna en el cuello; y aunque apenas alumbraba sus pies, era suficiente para sentirse seguro.
Al llegar a la avenida, normalmente permanecía en ella unos cincuenta metros debido al fastidio de los carros que no le dejaban oír su programa favorito. Si la avenida está muy traficada, subía el volumen a su móvil, y esta mañana ese fue el caso. Ya de regreso en la calle rural, bajó la cabeza y con la mano izquierda iba a quitarse el guante de la derecha para controlar el volumen cuando pasó el animal frente a sus pies en raudo vuelo hacia la derecha, como huyendo de él; sintió como si la sangre que tenía que bombear su corazón se pusiera más espesa y se negara a circular; pero en un instante se tranquilizó, se dio cuenta de que había sido la sombra de su brazo izquierdo, en movimiento, lo que él confundió con un animal corriendo; sin embargo, el susto fue el mismito.
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Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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