Trucos para dejar de fumar, por Omar Pineda
Twitter: @omapin
Escuché una voz de mujer detrás de mí.
-No te muevas ni voltees y pásame el celular. Vas a seguir caminando como si nada. A tu esposa y a la niña las tenemos retenidas en la zapatería, me explica una voz de mujer.
-¡Coño! ¿y qué hiciste?, pregunto algo angustiado, sin atreverme a voltear.
-¿Qué quieras que te diga? Obviamente no me contuve, voltee y me encontré con una chica de treinta años, en leggins negros y envuelta en una chaqueta también negra, el rostro tostado por el sol y los cabellos teñidos para parecer rubia. Le protegía una gorra de los Mets. Le obedecí porque me apuntaba con una Glock 19. Conozco esa pistola. Es una Barrely 9 mm de 4 segundos. Fue la primera arma que tuve cuando empecé con esto de la compra y venta de dólares. Después contraté al Pelón para que me protegiera y él se trajo su propio yerro cuando eliminaron la Disip y se quedó sin trabajo. Pero ¡coño! al Pelón este día precisamente le había nacido su tercer hijo y le regalé el jueves para que celebrara.
Con aire de nostalgia Antón fija la mirada en un punto lejano y vuelve al banco de la plaza donde conversamos. Se da cuenta que lo miro con respeto, silencioso, esperando la continuación del relato. Entonces pone su mano sobre la mía y me explica con voz monótona.
-¿Me preguntas qué hice? Pues subí al Hyundai gris plomo, donde ya habían dos tipos como recién salidos de la cárcel de Tocuyito y nos dirigimos al apartamento. No hizo falta que les diera la dirección: los hijos de puta sabían donde residía.
Un silencio reflexivo siguió a sus palabras. Yo respeté el mutismo para observarlo mejor y aplicar mi detector mental de mentiras, porque me resulta curioso que muchos de quienes abandonan el país traen consigo uno o varios episodios de una existencia marcada por la tragedia y la inseguridad. Antón aplasta con sus dientes lo que queda de una ramita que había cogido de un árbol.
-Bueno, entonces ingresamos a mi apartamento, y los bichos fueron directo al pasillo que va al baño y me obligaron abrir la pequeña caja fuerte que mantenía oculta con un cuadro imitación de El Grito, de Edvard Munch. Sin dejar de preguntarme cómo podían saber lo de la caja fuerte y lo de los dólares vi cómo se llevaban todo, y cuando te digo todo te hablo de 82 mil dólares, dos Rolex y unas joyas de Mariela. Lo metieron en un bolso, y la jeva llamó por celular a los dos que retenían a mi mujer y a la niña en la zapatería de Sabana Grande. El más viejo, con expresión cansada y gestos de asesino, me ordenó quedarme «quietecito» en el sofá, y seguidamente cortó los cables del teléfono y del Wifi. Antes de huir me tranquilizó: «tu mujer y la niña van a llegar pronto, porque el pana que está con ellas le dejó plata para que se vengan en taxi».
Hay un momento en el que abre la boca y se ahoga con sus propias palabras que no alcanza a pronunciar. Finalmente, tras calmarse, continúa su desventura.
-Desaparecieron, y yo esperé temblando hasta que ellas llegaron. No denuncié el asalto porque tendría que rendir cuentas de tantos dólares y de los Rolex. Durante varias noches me decía «no pasa nada, Antón… fíjate, están vivos».
Antón pensó que todo había terminado cuando le dejó las llaves del apartamento y de la camioneta a su cuñado. Un compadre del Pelón le prestó la plata que faltaba para los boletos de avión y, sin darle demasiadas vueltas, volaron a Barcelona donde vive su hermano menor. «El tema, chamo, es que ahora ocurre que, estando aquí de paseo, Mariela, nerviosa, me indica con el dedo a uno de los delincuentes que la retuvieron en la zapatería». ¡Estaba en Barcelona! Cuando estoy a punto de preguntarle por tercera vez sí está segura, veo cómo el tipo camina tranquilamente por una calle y de un estanco de tabaco sale el Pelón y se le une, mientras prenden sus cigarros y se ríen. Me dio tanto asco la escena que desde ese día no he tocado más un cigarro.
Omar Pineda es periodista venezolano. Reside en Barcelona, España