Trump, el día después, por Ángel R. Lombardi Boscán
Twitter: @LOMBARDIBOSCAN
No tengo bola de cristal, aunque nunca caí en el chantaje emocional y político de que Trump nos está ayudando para acabar con la tragedia chavista en Venezuela y que por ello había que apoyarle con los ojos cerrados. Es más, salvo unos gritos contra Maduro, no hay nada tangible. Maduro sigue atornillado al poder y las sanciones nos afectan más a los ciudadanos de a pie que a los poderosos bolivarianos atrincherados en Fuerte Tiuna, con sus arcas bien llenas.
Razoné, en una predicción que aún no sé si se irá a cumplir: Trump pierde la reelección. Por twitterlandia “mis amigos” y seguidores —muchos, aunque no todos— me tildaron de rojo, socialista, comunista, chavista, doble cara, intelectual de pacotilla y otras especies. Mi insistencia en mis razones les molestaba aún más. Seguí en mis trece para realizar un experimento de la conducta humana y evaluar los niveles de tolerancia que hay en las redes sociales. La conclusión es muy clara: la ideología, como falsa conciencia —concepto este de Marx—, nos impide dialogar desde posiciones plurales y contrarias entre sí.
El dogma militante y agresivo es lo que manda, y también muchas dosis de estupidez. Umberto Eco llamó a esto la “invasión de los necios”. Eso de que por las redes sociales se expande la sociabilidad, cultura y la información es un mito urbano. Las redes sociales se han convertido en una jungla muy peligrosa para la salud pública.
Donde más les dolió a los trumpistas venezolanos fue cuando señalé que los modales y prácticas de Trump eran de un populismo de país rico, aunque con las mismas características irresponsables de un Chávez o Maduro, abanderados de un populismo pobre y autoritario. Trump y su camorra permanente e impresentable lo hacían parecer un Chávez anglosajón y blanco. Ególatra, inculto, demagogo, mentiroso del tamaño de los confines de la tierra; con amor por los flashes y un excesivo protagonismo; despreciativo de las leyes y normas. Con sendas prácticas intolerantes contra la diversidad, comportamiento irresponsable a nivel de la jefatura del Estado, donde sus decisiones inciden en el bienestar o desgracia de sus dirigidos. Señalé que lo que más unía a estos gemelos, Chávez-Trump, era su inmenso ego desbordado de frenética y delirante soberbia en el ejercicio de un poder sin contrapesos.
Los integrantes de este ejército digital, todos opositores declarados al régimen madurista, asumían tácticas idénticas a las de su mentor contra toda forma de pensamiento que no esté alineado con el de ellos. Al parecer, el rencor —y su sucedáneo, el odio— nos define y es la emoción más poderosa. Estos trumpistas venezolanos se terminaban comportando igual o peor forma que los que combaten. La ideología pro-Trump les cegó y en el otro bando solo había rojos e izquierdistas, no gente. Biden, no solo es el “dormilón” nulo y achacoso, sino también el rojo come niños. Asumían que un triunfo de este llevaría a los Estados Unidos a convertirse en la atrofiada Venezuela de hoy.
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En realidad les comprendo aunque no es aceptable este tipo de comportamiento tan visceral, mal educado y primitivo. Les entiendo que han visto en Trump a un nuevo salvador, a un mesías que hemos asumido como el director de orquesta en la historia de Venezuela.
A los venezolanos nos ha hecho mucho daño una psicología del redentor, la del hombre fuerte, el «gendarme necesario», el caudillo con dotes especiales en alianza con las potencias oscuras a lo Doña Bárbara. El líder carismático y providencial, la muleta militar que te castiga/protege bajo el diseño de un culto a Simón Bolívar, que nos ha lanzado a una infancia permanente como ciudadanía menor.
Luego de la independencia (1830), los “padres fundadores”, nuestros caudillos, en vez de fundar, construir y progresar, se dedicaron al pillaje. Y esta huella del desorden y dilapidación del tiempo, prefiriendo la guerra a la paz, nos impide confiar en nuestras propias capacidades colectivas como pueblo. Al fallar los mecanismos tradicionales para socavar la actual guerra chavista que los bolivarianos imponen contra su propio pueblo nos hemos santiguado ante Trump y su verborrea de la amenaza sin sustancia. Los más agresivos y fanáticos trumpistas son los venezolanos en el exilio, que muy comprensiblemente extrañan al país y la impotencia les corroe.
En realidad, ni Trump ni Biden nos van a salvar a los venezolanos. Un poquito de orgullo debemos empezar a sacar del subsuelo de la desesperanza para asumir que solo nosotros, en un sentido sustancial, saldremos de esta tragedia. Toda ayuda y acompañamiento desde el exterior será agradecida. ¿Que lo hemos intentado y aún no se ha podido? Cierto. Aunque igual hay que perseverar. Ahí es donde el buen ejemplo de Simón Bolívar, con su voluntad de hierro para conseguir sus metas, debe sernos útil.
No me voy a referir a las prácticas de Trump el 03 de noviembre porque aún tenemos a los acontecimientos en desarrollo y la historia es impredecible en sus resultados. Solo quiero acotar que Trump, a las 3:00 am del día 04, declaró al mundo que él había ganado pero que le habían hecho fraude. En realidad, Trump, un hombre que vive de las rentas de las crisis y el caos, establece con esta acción un comportamiento tercermundista que solo la férrea institucionalidad de los Estados Unidos tendrá que atajar.
Aun así, abre con ello las puertas de la violencia y profundiza la incertidumbre del momento, haciendo de su poder presidencial una línea Maginot. Es lamentable que hoy la sociedad estadounidense esté al borde de una guerra civil y que su presidente haya preferido la confrontación a los consensos. En esto Trump siguió al dedillo el comportamiento de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
Los tres años de prosperidad económica de Trump, si es que los hubo, se esfumaron en el último año de su mandato, básicamente por el mal manejo que hizo de la pandemia del covid-19 y las protestas raciales. Su objetivo era mantenerse en el poder a toda costa y esto fue su tumba.
Ahora, Trump intentará de todo para quedarse, ya sea por las buenas o por las malas. Hasta la posibilidad de un golpe de Estado no escapa a nuestras previsiones, producto de una ambición desesperada del personaje en cuestión. Razón por la cual el sistema le quiere fuera para preservarse y mantener una gobernabilidad mínima óptima que no degrade el liderazgo mundial que hoy ostenta.
A diferencia de Venezuela, hay en los Estados Unidos instituciones en pie y una Constitución sana y robusta, que como gran pacto de la nación fundada por Washington, les garantiza a pesar de la actual turbulencia, que las aguas vuelvan a la calma. Sinceramente es lo que deseamos.
Ángel Lombardi es director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia.
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