Trump quiere hacer “shopping” (y II), por Carlos M. Montenegro

En la entrega de la semana pasada, comentaba sobre la intención de Donald Trump de comprar Groenlandia, el territorio autónomo que posee el Reino de Dinamarca en el extremo nororiental de América del Norte, entre los océanos Atlántico y Glacial Ártico, con casi medio millón de km2 más que Alaska, ubicada en el lado opuesto de Norteamérica bañado por el Océano Pacífico.
También decía cómo Trump a pesar de ser buen conocedor del negocio que le hizo rico, el de los bienes raíces, o como dicen los gringos “real state”, no es el primer presidente norteamericano en salir a comprar tierras, o mejor dicho territorios. Dos décadas después que Estados Unidos en 1783 logró la independencia de las 13 colonias originales británicas, ya estaban de compras con el fin de extenderse hacia el prácticamente inexplorado oeste. La cosa, más o menos, era así:
En 1800, el rey de España Carlos IV, padre de otro incompetente Borbón, Fernando VII, que perdería unos años después el resto del continente descubierto por Colon, quería salvaguardar los derechos de sus parientes Borbón-Parma adquiriendo para ellos un reino en Italia.
Napoleón Bonaparte, aprovechando su alianza con España en contra de Inglaterra, urdió una hábil artimaña y le ofreció al Borbón el pequeño Ducado de la Toscana recién ocupada por él en 1801, para coronar en Florencia al sobrino como Luis I de Borbón-Parma, cambiando Toscana por Reino de Etruria. A cambio Napoleón recibió la Luisiana española, un lejano territorio semi explorado y salvaje, descubierto por los españoles Alonso Álvarez de Pineda y Alvar Núñez Cabeza de Vaca en 1527, en América del Norte. Pronto entendió el francés que no podría controlar tanta extensión y decidió vender el territorio y replegarse a Europa para atender su Imperio en el Viejo Mundo donde, de paso, poco después arrebató la Toscana a los Borbones.
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En 1803, encontró un comprador, su vecino del Este, Thomas Jefferson, prócer de la independencia y a la sazón tercer presidente de la Unión. Jefferson estaba en plena campaña para expandir su territorio; y como si fuera un milagro, en vez de la Virgen se le apareció Napoleón, que al igual que los reyes españoles no tenían ni idea de lo que habían poseído, y es que en 1803 Luisiana incluía la mayor parte de lo que ahora es el Medio Oeste de los Estados Unidos. Iba desde el golfo de México hasta la región de los Grandes Lagos, frontera con el Canadá francés.
La vasta extensión que Napoleón vendió a Jefferson por la irrisoria suma de 15 millones de dólares comprendía la actual Luisiana a ambos lados del río Misisipi, incluyendo la ciudad de Nueva Orleans y los estados de Arkansas, Kansas, Nebraska, Minnesota, Misuri, Wyoming, Iowa y Oklahoma, además de gran parte de Dakota del Norte, Dakota del Sur, el norte de Texas, una parte de Montana, el este de Colorado y el noroeste de Nuevo México. Digan ustedes si no fue una golilla.
Así que Jefferson, pudo comenzar su conquista del Oeste y llegar hasta el Océano Pacífico. A pesar de todo, tanto en el congreso como la prensa de oposición cuestionaron la adquisición por innecesaria. Y es que no faltan…
En otra salida de shopping, el mismísimo Abraham Lincoln a instancia de su secretario de Estado William H. Seward, adquirió en 1867, por $7.200.000 un territorio de 1.518.800 kilómetros cuadrados (casi tres veces la superficie de Francia) llamado Alaska, que el Zar de Rusia poseía en el extremo más al norte y oeste del continente americano. Rusia acababa de perder la guerra de Crimea, se había quedado sin flota y no podía ni proteger ni abastecer su lejano y gélido territorio americano, debía bastarle con Siberia.
Tampoco faltaron los de siempre criticando tanto gasto, y opositores a Lincoln, debieron considerar que para qué más tierras; algunos columnistas políticos y editores lo llamaron despectivamente el “parque de osos polares” y “la nevera de Seward “.
Ignoraban, por supuesto, los enormes recursos que en oro, plata, zinc, hierro, cobre y otros minerales Alaska posee. Pero la verdadera riqueza de Alaska se encuentra más abajo del hielo, en su subsuelo Al norte está el mayor yacimiento petrolífero de Estados Unidos con grandes depósitos de petróleo y gas natural que convierten Alaska en el segundo productor de petróleo de EEUU, después de Texas, con 20% de la producción total, además de enormes recursos en bosques, pesca, ganadería y pieles; y por si fuera poco, es una potencia en generación de energía hidroeléctrica, eólica y geotérmica. Al parecer, el Secretario Seward sabía lo que hacía.
Las transacciones de compra y venta de territorios entre Copenhague y Washington cuenta con diversos episodios con variados resultados.
En plena I Guerra Mundial, durante el auge de la guerra de submarinos, Estados Unidos temiendo una posible invasión alemana de las Antillas danesas, para usarlas como base de abastecimiento, presionó al Reino escandinavo para que le vendiera las islas, pues en el caso de que Alemania invadiese Dinamarca, Estados Unidos tendría que conquistar las islas, así que Copenhague aceptó la oferta y el 17 de enero de 1917, Woodrow Wilson compró para los Estados Unidos el territorio por 25 millones de dólares, tomando posesión el 31 de marzo, renombrándolas como Islas Vírgenes de los Estados Unidos.
Sobre el caso de Groenlandia Trump no es el primer presidente gringo que pone sus ojos en la Isla más grande del mundo, cubierta de hielo en el 75% de su superficie, ni el que más lejos llegó. En 1867 de Nuevo Abrahán Lincoln, con Alaska recién adquirida, por medio del departamento de Estado, manifestó a Dinamarca su interés en comprar también Groenlandia e Islandia, con la idea de rodear a Canadá de territorio estadounidense y así persuadirlo para unirse a ellos y no permanecer como colonia de Inglaterra. No lo logró.
No hace tanto en 1946, el presidente Harry S. Truman en plena guerra fría, también ofreció por la gélida isla 100 millones de dólares en oro, unos 1.300 millones actuales, fue en vano, lo único que logró fue un tratado para instalar la base aérea Thule, y una cadena de estaciones de radar que EE.UU. aún utiliza como parte de un sistema de alerta temprana, en caso de un ataque nuclear ruso por el Ártico.
Este inmenso territorio helado ofrece a primera vista pocos atractivos, pero sus recursos naturales y su situación geográfica lo convierten en una apuesta de futuro frente a los apetitos estratégicos de Rusia, o de China, que mueve el 90% de su comercio por mar, trasladando una gran parte por el océano Glacial Ártico. Pekín, de momento, ya dispone de una licencia de Dinamarca para explotar minas de “tierras raras” en la isla.
Por ahora Groenlandia igual que dice el pasodoble: “ni se compra ni se vende”, es más, ni siquiera tiene precio. Pero los gobiernos cambian, las subvenciones se hacen demasiado onerosas para la metrópoli, la isla decide ser independiente, o…