Tu país está feliz, por Teodoro Petkoff
En un discurso excesivo, como todos los suyos, pero de tono relativamente tranquilo y sin mayor pugnacidad (lo cual es una novedad), Chávez machacó sobre algunos de sus temas favoritos. Curiosamente, admitió que la democracia no puede ser sino representativa, por muy protagónica y participativa que la queramos hacer. Fue un concepto novedoso en él. Reclamó mayor altura a la oposición, lo que da pie para pedirle que predique con el ejemplo. Porque el tono del debate político lo ha puesto Hugo Chávez. La altura que pide no la ha tenido él. El uso abusivo de las cadenas de TV, los insultos y la descalificación constante de sus opositores, la manía de ver en toda crítica una conspiración, son parte del estilo del Presidente. Un tono más decente por su parte, como el de ayer, por ejemplo, contribuiría a crear una atmósfera política menos signada por la agresividad. Su derecho a responder y polemizar no lo negamos. ¿Sería demasiado pedirle que lo haga de modo que ayude a un debate civilizado?
El Presidente reconoció que en materia de seguridad ciudadana era muy poco lo que tenía que decir y que el problema es grave. Fue sincero y autocrítico en esto, aunque sobresimplificó el manejo del asunto al reducir tan sólo a la pobreza el problema de la delincuencia. ¿A son de qué, entonces, sostuvo, sin embargo, que «los medios» han hecho del tema de la inseguridad una suerte de caballito de batalla para atacar a su gobierno? La manía paranoide de ver en todo una conspiración lo hizo incurrir en esta flagrante contradicción. ¿Cómo pretende que los medios no sean críticos con Dávila cuando él mismo lo clavó en la picota ayer? El Presidente continúa sin entender el rol de los medios en una sociedad democrática.
Sus criterios sobre gobernabilidad y cohesión social y política son también muy peculiares. Si extremamos sus argumentos de ayer, la mayor gobernabilidad y cohesión las proporcionarían los gobiernos tiránicos. Ahora se siente cómodo porque controla todas las instituciones. Ahora, dijo con satisfacción, puede hablar con todos los gobernadores. Parece creer que la gobernabilidad es tener a todo el mundo en un puño. De esa visión proviene su intolerancia ante la crítica. Esa misma visión conspirativa de la política le impide ver la viga en su propio ojo en materia internacional. Reconoció que se ha producido un cierto aislamiento de su gobierno en América Latina, pero lo atribuyó a las «intrigas». Ya que no podía echar el cuento del despido del gordo Miguel Quintero, preferible es que hubiera eludido el tema antes que proporcionar una explicación tan superficial, que enturbia aún más las cosas, puesto que parte del supuesto de que los demás son suficientemente idiotas como para dejarse engatusar por «intrigantes».
Adentrarse en la selva de números que el Presidente presentó ayer requeriría varias semanas. A primera vista algunas de ellas lucen plausibles; otras son francamente fantasiosas y otras son cobas que sus ministros le meten, para que él nos las meta a los venezolanos. Por ejemplo, sostener que ya no hay deserción escolar llega a los límites del delirio. Mentirillas de esta clase se pueden espigar por montones en su discurso. Cuando comparó el gasto público con el del año 99 olvidó mencionar que en el 2000 el gobierno contó con ingresos extraordinarios que le permitieron financiar esa enorme expansión del gasto. Justo es reconocer, sin embargo, que el incremento del gasto en educación y salud marca una orientación adecuada. De la eficiencia de ese gasto habría, sin embargo, mucho que hablar, así como del realizado en los programas sociales, donde por las goteras de la corrupción y de la burocratización se filtran miles de millones a pura pérdida, pero, en todo caso, invertir más en el capital social es correcto. Esperemos que las goteras sean tapadas.
Aparte de registrar los datos de lo ocurrido en el año de la cuenta, el Presidente eludió señalar los elementos fundamentales de la estrategia económica de su gobierno. Aparte de la defensa de los precios del petróleo y de las quimeras del eje Orinoco-Apure, todavía no sabemos hacia dónde va el gobierno en materia de política económica. ¿Habrá que esperar que termine la Constituyente económica?
Chávez lucía contento. Por ahora tiene razones para estarlo. Pero, ¿está feliz su país?
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