Un apagón que preludia el final…, por Gregorio Salazar
Y finalmente llegó, como tantas veces fue advertido, el colapso eléctrico. Venezuela a la deriva y de extremo a extremo bajo un manto de oscuridad.
Quién lo diría. En pleno siglo XXI toda una nación a ciegas, incomunicada y paralizada, el caos acrecentándose principalmente en los hospitales públicos y en las clínicas privadas y llevándose vidas humanas, primero de los más débiles, neonatos y de ancianos. La incertidumbre y la inseguridad aposentadas en el hogar de cada venezolano.
El mega apagón que se inició la tarde del jueves 7 y que se prolongó por más de 24 horas en todo el territorio nacional es un nuevo aldabonazo para los hasta ahora insensibles mandamases del régimen que, desconocidos y repudiados dentro y fuera de Venezuela, se aferran desesperadamente al poder.
Pero, claro, usted ya se sabe bien esta letanía: ellos no son culpables, no han fallado en nada, no se han equivocado ni han fracasado.
Ese discurso no ha tenido variación en dos décadas. Se asumen infalibles e invencibles sin explicar de dónde les viene tan increíble privilegio, que suena mucho a aquel: “Fidel ni pierde ni empata” del destructor de Cuba.
Así, a cada horrorosa evidencia que surge de la ineptitud, la imprevisión y la corrupción de Maduro, Cabello y su elenco de protegidos los responsables son los mismos de siempre, un grupito de saboteadores que burla la acción supuestamente vigilante de las invictas legiones militares del proceso: el imperio, la extrema derecha, la oposición apátrida… Si supieran el rechazo que levanta en la gran mayoría del pueblo venezolano tan insultante cantaleta.
Basta de inventar excusas, de buscar chivos expiatorios, de irrespetar la inteligencia de los venezolanos. Basta de recurrir a las justificaciones más extravagantes para evadir sus responsabilidades. Lo decente y responsable sería admitir que se equivocaron, que el modelo que persiste en implantar es el que ha llevado al hundimiento de Venezuela y sus ciudadanos.
Pero no. Se cierran a elecciones sin su amañado CNE. Se cierran a cualquier salida pacífica y llaman a la “bayoneta calada” y a otra serie de sandeces cuando deberían apelar a la tan usada frase del gran padre de la destrucción nacional para reconocer que “los objetivos no han sido alcanzado por ahora” (y muy difícilmente para después) y hacer mutis definitivo por el foro.
A la hora de establecer responsabilidades, hay que recordar en primer lugar que Chávez inauguró una funesta era en la administración pública durante la cual se abandonó esa imprescindible rutina institucional, consustancial al funcionamiento de cualquier país de gente sensata, de invertir en mantenimiento, en ampliación, en actualización de equipos y en afianzar una cultura de la seguridad en los servicios y las empresas del Estado. Todo en él era efectismo y relumbrón.
Pero si no fueron capaces de preservar mediante el ejercicio de esas sanas políticas la industria petrolera nacional, centro de la mayor codicia revolucionaria y punta de lanza de todo lo que a su libre arbitrio y para mal hicieron dentro y fuera del país, ¿dónde iban a ser capaces de hacerlo?
Así como llegamos al punto del colapso del servicio eléctrico, en cualquier momento puede sobrevenir en PDVSA o en el servicio del agua, cuyo suministro se va haciendo más esporádico y de peor calidad en varias regiones del país. Una caída paulatina en camino hacia un derrumbe que no sorprenderá a nadie.
Mucho más grave resulta que en varias oportunidades al gobierno central se le aprobaran los recursos para recuperar equipos e instalaciones eléctricas o hídricas y el dinero terminara repartido en cuentas secretas alrededor del mundo y en el derroche más fastuoso.
La mal llamada revolución de la que se dijo, y todavía lo repite algún energúmeno, era el faro que iluminaba el futuro de América Latina es fuente de toda oscuridad y retroceso para los venezolanos: en derechos humanos, en calidad de vida, en seguridad ciudadana, en oportunidades y posibilidades de superación y para alimentarse y tener salud como aspira cualquier ciudadano del mundo.
Por ello, tal como se los exige la inmensa mayoría, no deben ocasionarle más desgracias al pueblo venezolano. Deben irse pacíficamente contribuyendo, en primer lugar, a abrir las compuertas para que los venezolanos a quienes tantas penurias ocasionan con sus desatinos escojan democráticamente nuevos gobernantes que puedan devolverles el futuro que hoy quienes desgobiernan les arrebatan.