Un Baby Boomer más, por Carlos M. Montenegro
Entre el abundante argot pseudo tecnológico, digital, 5G, Instagrammer, blogger, web y toda la caterva de términos, de origen anglosajón sin duda, generados en los últimos tiempos, hay uno que al no referirse a ninguna App, es utilizado por todo el mundo, incluyéndome, se trata de “milenial”; algo me hacía pensar que estaba relacionado con muchachos muy jóvenes, que era como un mote. Ante mi ignorancia, haciendo un gran esfuerzo físico e intelectual escribí el nombre en Google apreté enter y mis dudas se aclararon.
Resultó ser que no, que no es el apodo de ningunos jovencitos ni mucho menos. Para empezar se escribe “Millennial” y deriva del inglés, faltaría más, “milenio”; es el nombre perfectamente establecido de una generación de personas, concretamente de las que nacieron entre 1980 y 1999, es decir, que de carajitos nada que ver.
He hecho una encuesta rápida en mi entorno y todo el mundo conoce el término, pero rascando un poco se asombrarían ustedes de la cantidad de delirantes definiciones que afloraron tan peregrinas o más que la mía.
Parece que son cosas del marketing moderno, que utiliza a sesudos especialistas en conocer a la sociedad, o sea agudos sociólogos encargados de averiguarnos bien averiguados para determinar qué nos van a vender, cómo, cuándo, y si nos descuidamos hasta de parte de quién. Es por eso que necesitan segmentarnos, colocar a cada quién en su redil del mercado para tenernos perfectamente ubicados por edades, o generaciones, cada una con su nombre.
En mi niñez y adolescencia, las épocas en que se nacía no tenían nombre, en mi caso, que es el que mejor conozco y no creo que se diferencie mucho al de mis contemporáneos de cédula de identidad, apenas contábamos con tres generaciones: la mía, la de mis padres y la de mis abuelos y hasta entonces, que se sepa, el mundo funcionó durante milenios, con sus lógicos sobresaltos, sin necesidad de averiguarle la edad a la gente.
Mi generación heredó, eso sí, las secuelas amargas que dejaron en nuestros padres el Crack del ’29, la larga crisis económica más devastadora conocida como la Gran Depresión, emparedada entre dos Guerras Mundiales nada menos, más las consecuencias derivadas del apogeo de tres regímenes: el comunista, el fascismo y su secuela de nazis.
Al principio fuimos educados en un ambiente en el que las instituciones ejercían gran control sobre la vida de las personas en la familia, la escuela o la iglesia, siendo adoctrinados y adiestrados para hacer lo que otros ya habían decidido, sin cuestionar la autoridad ni permitir elecciones personales que discreparan de la norma; se nos enseñaba a no protestar y a callar ante muchas injusticias, éramos educados para agradar a la sociedad; el hombre estaba sobrevalorado por su intervención en las guerras mientras la mujer quedaba un tanto devaluada.
Las niñas desde la infancia fueron educadas en el recato, y desde pequeñas fueron sutilmente alejadas del varón manteniendo la vieja tradición de escuelas, colegios e incluso clubes para chicos y chicas por separado.
La mujer, al no poder realizarse plenamente en su relación con el hombre al regreso de la Guerra, buscaba la maternidad abundante para demostrar, hijo tras hijo, su importancia provocando una explosión demográfica que ayudaría a reponer los más de 100 millones de bajas de aquellas guerras.
Por eso a la cohorte demográfica que siguió a la de nuestros padres, a Landon Jones un escritor gringo y editor de People Magazine no se le ocurrió otra cosa que bautizarla con el nombre más cursi imaginable: “la generación del Baby Boom”. Se refería a la gente que nació entre mediados los ‘40 y principios de los ‘60 Pero con el tiempo nos fuimos deshaciendo de los arneses.
En Logroño, la ciudad donde nací, los de mi generación crecimos en la época en que la radio de válvulas era quien traía el mundo a casa. Todas las mañanas venía un carrito arrastrado por una mula y el lechero nos vendía a granel la leche cruda recién ordeñada y debía hervirse; mi padre aseguraba que venía “bautizada”.
Los asuntos urgentes llegaban traídos por muchachos en bicicleta para entregar en mano el telegrama. Yo viví el momento en que los empleados de la telefónica cambiaron el teléfono que al levantar el auricular conectaba con la operadora, por otro que traía un disco con orificios y números del 1 al 0, eran los teléfonos automáticos. En mi ciudad los números telefónicos eran de apenas 4 cifras. El de nuestra casa era el 2451 y el de la oficina de mi padre el 2483.
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Los de mi generación asistimos a la llegada de la televisión, la de tubos claro, con la pantalla casi circular y en blanco y negro, aunque más bien el rango cromático iba de gris claro a gris obscuro; las primeras neveras eléctricas, que sustituyeron a las que mantenían el frío con barras de hielo que traían diariamente a las casa y las de motor a gas; luego llegó el aire acondicionado que desplazó a los ventiladores eléctricos.
También llegaron las lavadoras eléctricas, y poco después las secadoras de ropa, la tostadora de pan y la plancha de vapor, y luego hasta el lavavajillas. Las mujeres dieron un cambio a su estatus anterior, revindicando su libertad y relegando a un rincón su posición casi exclusiva de madres y amas de casa.
Los de mi tiempo en cuestión de audio pasamos de escuchar música en frágiles placas de 78 rpm con una sola canción por lado, a los discos microsurco de larga duración (LP) de 33 rpm con hasta seis canciones por lado y sonido estereofónico, así como los discos de dos o cuatro canciones de 45 rpm. Luego llegaron los casettes de cinta magnetofónica de hasta 60 minutos de duración por lado, que antecedieron a los discos compactos (CD) digitales
Asistimos a la llegada del color en la TV, y las pantallas planas de plasma. Pero cuando llagaron el telex, el fax, los teléfonos celulares como ladrillos, las computadoras personales de escritorio, el internet y enseguida los laptops tabletas y smartphones, fue cuando entramos directamente al futuro que solo habíamos percibido en las novelas de Julio Verne y en las películas de ciencia ficción.
Hemos conocido acontecimientos dramáticos trascendentales como el triunfo de la revolución Castrista en Cuba en 1959, el asesinato de John F. Kennedy en 1963 y el de su hermano Robert en 1968 o el de Martin Luther King ese mismo año; la guerra de Vietnam (1955-1975); la masificación de las drogas y el ascenso del narcotráfico; Las guerras árabe-israelís de los Seis Días en 1967 y la crisis del petróleo derivada de la del Yom Kippur de 1973; Y el Mayo francés en 1968 que sirvió para poco.
Fuimos parte de una generación que cambió por completo la cara de la música. Desde la escena psicodélica de San Francisco hasta la música popular de New York, ayudamos a introducir un sonido completamente diferente al preferido por la sociedad dominante.
Este tipo de música ha ayudado a influenciar diferentes tipos de música que se escuchan hasta el día de hoy. Dimos la bienvenida al rock&roll en 1955 y al éxito mundial de los Beatles en 1963; a las luchas por los derechos de los negros en USA y Sud África, al auge de los movimientos por los derechos civiles, los ecologistas, los feministas y hasta la caída del Apartheid.
Vivimos la Guerra Fría (1945-1991) y la división del mundo en Este y Oeste, pero tambien vimos desmoronarse el muro de Berlín y todo lo que representaba, aunque ciertamente nos llegó esta indeseada “Paz Caliente”. Muchos nos trasnochamos cuando el Apolo 11 llegó a la luna en 1969 para ver a Neil Armstrong dar aquel pequeño paso del hombre convirtiéndolo en el gran salto de la humanidad. Vimos destituir en 1974 a todo un presidente de los EEUU por tramposo y embustero, atrapado en el escándalo Watergate.
Somos la generación que entre los años 60 y 70 del siglo XX dio otro gran paso cuando desafiando los códigos tradicionales relacionados con la concepción de la moral, dio inicio a la liberación en las relaciones sexuales cuyas consecuencias y extensión siguen vigentes y en pleno desarrollo.
Mi generación contó con artistas de cine dignos de las fantásticas películas que hicieron, les dejo algunos nombres: Ingrid Bergman Liam Nilson, Shirley MacLaine, Marilyn Monroe, Natalie Wood, Marlon Brando, James Dean, Cary Grant, Sofía Loren, Gary Cooper, Burt Lancaster, Kirk y Michael Douglas, Morgan Freeman, Clint Eastwood, Michael Caine, Al Pacino, Robert De Niro, Brigitte Bardot… y deben faltar unos mil.
Increíble, resulta que cuando pasaba todo eso y muchas cosas más, yo existía, pues resulta que sin comerlo ni beberlo soy un auténtico “baby boomer”.
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