Un barquito de papel, por Pablo M. Peñaranda H.
Twitter: @ppenarandah
Con la mitad de un periódico
hice un barco de papel,
en la fuente de mi casa
le hice navegar muy bien.
A. Nervo
Una de las actividades que solíamos realizar como maestros, en nuestra época de militancia, para hacer ejercicios de proselitismo a nuestras ideas, era vincularnos con organizaciones de trabajadores. En sus sedes organizábamos cursos para preparar a los interesados, en obtener el certificado de sexto grado. Esta actividad nos permitió entrar en contacto con muchos trabajadores de distintos ramos, donde llovían las historias, algunas cargadas de tragedia y otras de una gran jocosidad.
La historia a la cual haré referencia se mueve entre esos dos extremos y se refiere a un funcionario de los tribunales del Litoral Central que tenía acceso a los documentos de propiedad registrados en el estado Vargas. Este funcionario, periódicamente sustraía algunos documentos al azar, para convertirlos en barquitos de papel y todos los fines de semana los llevaba a la población de Macuto para verlos navegar.
Algunos niños de la comunidad, que ya conocían esas andanzas, lo esperaban con alborozo cada fin de semana, para recibir como regalo un barquito de papel y así competir con gritos, viéndolos como se alejaban, venciendo las olas, impulsados por el viento.
Todo se descubrió cuando en pleno trabajo sus compañeros se percataron de aquel astillero improvisado, donde más de una docena de barquitos rodeaban su escritorio y era evidente el material con el cual se habían construidos.
La alarma y la presencia del supervisor no logra inmutar a aquel constructor, que frente a las preguntas siempre respondía «las propiedades navegan bien, si hay buena brisa y no se preocupen, documentos es lo que sobra en este edificio».
En el momento preciso en que la sirena de la ambulancia hacia su entrada a la puerta principal y los enfermeros saltaron con sus indumentaria al interior del edificio, ya sus compañeros de trabajo habían desarmado todos los barcos y el pobre enajenado incontrolable y violento, lloraba con furia por no poder disfrutar su fin de semana en Macuto.
Los amigos y familiares que lograron visitarlo semanas después, comentaron, que lo habían aislado, porque en la fuente del edificio varias historias clínicas navegaban elegantemente alrededor de las esculturas de piedra, en forma de peces, cuyas bocanadas de agua alimentaban la fuente y refrescaban un poco el clima en el sanatorio.
Nada más, eso quería contarles.
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