Un beso de cien mil dólares, por Alexander Cambero
Twitter: @alecambero
Los barbitúricos estaban en la burbujeante espuma del Moët & Chandon. Una intensa noche de copas en el hotel Flamingo de Las Vegas, ubicado en Blvd South NV 89109, dejó exhausta a Marilyn Monroe. Durmió con el ajustadísimo vestido rosa, que había usado en la noche de gala. Llegó a trompicones a la suite 457 para abalanzarse sobre finos almohadones de plumas de Egipto, en aquella habitación, se refugiaba la estrella del celuloide.
Hacia pocas horas que había terminado un fantástico Show junto a Sammy Davis Junior, Deán Martín y Frank Sinatra. Un espectáculo increíble en donde el escenario exudaba calidad. Todas las miradas se derretían al disfrutar de la sensualidad hecha mujer enloquecedora. Su melena rubia coqueteaba con sus chispeantes ojos con el fulgor californiano. Su carrera era tan meteórica que Hollywood le aceptaba todas sus excentricidades.
Las mujeres se pintaban el cabello de rubio para buscar algún parecido. Dolorosas sesiones de ejercicio, anhelando que las grasosas curvas, pudieran entrar en unos atuendos que solo le lucían a ella. Los mercados vendían en cantidades industriales la col: como ingrediente fundamental de la dieta del nutricionista de Arlington Ernest Bennett. Las básculas sufrían el atropello adiposo de quienes soñaban ser Marilyn. Dietas de ayuno, pastillas adelgazantes suecas, que garantizaban 5 kilos en quince días.
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Toda una industria que se movía en torno a ella. Sus romances con reconocidas celebridades marcaban las pautas del interés citadino. El mundo estaba impactado por la relación sentimental de Marilyn Monroe y la mega estrella del beisbol Joe DiMaggio. Joe DiMaggio y Marilyn Monroe se casaron el 14 de enero de 1954 en San Francisco, dos años después de haberse conocido. El matrimonio duró apenas nueve meses, pero el beisbolista no pudo quitarse nunca de la cabeza a la bomba rubia de Hollywood, con la que cada vez que se juntaban en un dormitorio, «era como si estuvieran luchando los dioses; había rayos y truenos«.
La tormentosa relación con los hermanos Kennedy era la fiesta en el clan. Un secreto a voces que se comentaba en los círculos de la familia. Para aquellos beneficiados de sus encuentros sexuales lo que se conseguían era dinamita. Cinco años de tormento extremo llevó el dramaturgo Arthur Miller, en su publicitada historia con la diva. Se habían casado en el año 1956 con gran repercusión en los medios. Miller desarrolló una obsesión tan marcada que contrató a varios detectives privados para vigilarla, su relación se volvió altamente desquiciante.
Varios siquiatras la atendieron en sus reiteradas crisis. Un joven líder cubano de nombre Fidel Castro Ruz le escribió una carta de amor mientras preparaba los fusiles para derrocar al dictador Fulgencio Batista. Un periodista de CBS se encargó de llevar su epístola hasta su casa en Los Ángeles. Sin embargo, era una mujer tremendamente infeliz.
Una paciente que tenía que drogarse para conciliar un sueño pesado, angustioso y aletargado. Prescripciones facultativas para buscar alivio para sus penas. Su depresión parecía irreversible.
Su mágica sonrisa cautivaba en sus esplendorosas presentaciones. Estando en una serie de presentaciones en Reno en el estado de Nevada. Un emisario se presentó todas las noches del espectáculo. Un hombre cenceño de carnes, elegantemente vestido de gris con turbante blanco. Se colocaba en la mesa más exclusiva consumiendo solo agua mineral. Todas las noches se esmeraba en que los ramos de flores inundaran la habitación de la diva. Sus detalles fueron interesándola. Una noche accedió a conversar con él. Este le dijo que era asistente del Sultán de Brunei Omar Ali Saufiddien III. Que su majestad estaba interesadísimo en llevarla hasta su reino en la isla de Borneo. Ella le alegó que su agenda estaba copada.
El emisario le indicó que estaban dispuestos a costear todos los espectáculos. Que su amo le pagaría cien mil dólares por un beso. Que solo ella pondría la cifra de acuerdo a lo cariñosa que se mostrase. En el aeropuerto un jet con las coordenadas precisas de hacer escala en Paris para buscar al Sultán. Marilyn Monroe pidió una semana para organizarlo todo.
Un dossier entregado indicaba que el Sultán Omar Ali Saufiddien III era el tercer hombre más rico del mundo. Con propiedades en todo el planeta. Su mansión en Brunei costaba de cuatrocientas habitaciones cubiertas de oro. Gozaba de grandes excentricidades, con un harén con doscientas chicas. La intención era que Marilyn Monroe fuera la reina por un tiempo indeterminado. La tentadora oferta estaba sobre la mesa. La propuesta, quizás le recordó una frase escrita por ella en 1955: “Hollywood es un lugar en el que están dispuestos a pagarte mil dólares por un beso, pero sólo cincuenta centavos por tu alma” Un día después voló a Los Ángeles para planificar aquella odisea.
Pasaron quince días de la extraña propuesta. La hoja del calendario se vistió de muerte en aquel 4 de agosto del año 1962. La hermosa mujer fue hallada sin vida en su casa con el brazo extendido como buscando tomar el teléfono. En un cuaderno había escrito: «La fama es caprichosa. Tiene sus compensaciones, pero también sus inconvenientes. Y la conozco. Te tuve, fama, ¡hasta luego!» Un telegrama del Sultán Omar Ali Saufiddien III llegó con un beso de mujer pintado y con un dólar anexado en la parte de arriba.
Alexander Cambero es periodista, locutor, presentador, poeta y escritor.
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