Un demócrata, por Simón García
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Cuando en el siglo V a.C un griego pronunció admirado la palabra democracia es seguro que con esa hermosa raíz etimológica designaba algo distinto a lo que representa hoy.
Entre nosotros la identidad pueblo y democracia, aferrada a la idea de soberanía desde la independencia, degradó en años recientes de su generalizada acepción populista a significar una población sometida al poder de una élite, por una élite y para una élite.
Un régimen autoritario vació la democracia de los contenidos sociales, valores éticos y principios humanistas propios de la civilización y la civilidad. Recientemente emerge desde las altas esferas del régimen una rectificación debido al evidente fracaso de su modelo inicial, la destrucción país y su necesidad de recuperar bases sociales de apoyo. No se sabe hasta donde puede llegar esta tendencia que ha hecho de Maduro un inesperado reformador de Chávez.
La crisis que corroe al régimen pone sobre el tapete el tema de cómo defender la democracia en una situación caracterizada por su máxima reducción desde el poder y una fuerte debilidad de las fuerzas de cambio, no todas ellas practicantes de la democracia. Ya hemos comprobado que las tesis del quiebre y del poder paralelo no aplican.
Ellas perviven marginalmente porque hay autoritarismo transferido transversalmente a la oposición. Esa distancia entre proclamarse formalmente demócratas y no serlo, se pretende resolver con un profiláctico ustedes allá y nosotros acá.
Pero las líneas rojas sólo impiden la interrelación democrática entre sectores que aún tienen recuerdos de lo que es una democracia. Los decretos de exclusión y satanizaciones son menos democracia en una oposición dividida, disminuida en su peso social y contundentemente rechazada por los ciudadanos.
A pesar de que hemos asistido en los últimos años a la castración de voluntad alternativa por acciones internas y externas en la oposición, sus actuales decisiones siguen insistiendo en una confrontación/relación con el gobierno sobrepuesta a una confrontación sin relación en la oposición. Ninguna de las distintas oposiciones muestra ni logros ni innovaciones con sus dispersas y opuestas estrategias.
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No estamos para copiar experiencias como la del «váyanse todos» y menos la mortal cesión de «entre el opositor tal y Maduro prefiero a este último», posiciones que revelan una increíble prolongación de la hora loca opositora. Desde esos pesimismos extremos y vitales la reconquista de la democracia luce inviable.
Pero, frente al fallo catastrófico de las élites la mayoría de venezolanos no debe seguir paralizada. Es natural que cada quien, desde su aislado braceo por sobrevivir, sienta que no tiene nada que hacer y se pase al campo de una inconformidad pasiva, cese de toda resistencia cívica al autoritarismo.
Ese círculo vicioso hay que romperlo porque sustrae a la mayoría de su participación en la solución del conflicto que surge de la ausencia plena de relaciones y derechos democráticos. Y no lo romperemos situando a la democracia en un ámbito exterior a cada ciudadano ni postergando su realización a cuando tengamos otro gobierno. La democracia como sistema político son relaciones, reglas y sobre todo vivencias y conductas personales cotidianas inexpropiables por el poder.
No hay democracia sin demócratas, cuyos tres primeras responsabilidades personales deberían ser, según el maestro Sartori, practicar y acrecentar el debate con buenos argumentos; unir la discusión a los temas que interesan al ciudadano y finalmente escuchar a la gente e intentar traducir lo que quiere.
Para hacer democracia, apenas hace falta un ciudadano.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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