Un día triste y la nobleza de Orlando Fernández Medina, por Alexander Cambero

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La noticia se regó como pólvora. Un acontecimiento nos sacudía cuando apenas comenzábamos a laborar en la Gobernación del estado Lara. Un compañero de trabajo de nombre Francisco Antonio Rodríguez era asesinado en extrañas circunstancias. Recuerdo que compartimos en un ambiente distendido donde destacaban la buena música y las bellas féminas. Se caracterizaba por ser un hombre un tanto retraído. Hablamos generalidades hasta que me marché dejándolo allí.
Esa noche desapareció. La policía lo encontró días después en la vía que conduce a la población de Río Claro, a unos dieciocho kilómetros de la ciudad de Barquisimeto. Se tejieron varias hipótesis que no condujeron a nada. El caso fue archivado como tantos otros.
El velorio fue un hervidero. El dolor del barrio se manifestaba en la expresión sencilla de vecinos con los ojos llorosos y flores arrancadas de sus propios jardines. Sus compañeros de trabajo llegaban contando alguna anécdota. De pronto, de un cuarto de cortinas verdes salió María Aurora Rangel, su madre, con el lacerante dolor de cruzar el mismísimo infierno de un corazón en llamas. Los pasos cansinos en el limbo del trance más cruento de su vida. Andaba como atrapada en esos episodios tan crueles que las palabras sobran.
Salió hasta el patio dirigiéndose a un rincón en donde estaban unas botellas de cerveza vacías. Tomó una de ellas y se la asestó violentamente en su frente. Varios que observábamos la escena salimos a socorrerla, ella apenas nos miró, el deseo de marcharse con su hijo era tan grande como su tristeza. Un poco de vidrio sobre su rostro arrugado con el descendiente de unas canas que nacieron de tanto trabajar para sostener a la familia. La mirada extraviada en la búsqueda seguramente de respuestas y de un consuelo que solo suministra Dios.
El sepelio fue el viacrucis de las conjeturas. Una comunidad los llevó en hombros. Los compañeros de trabajo lo trasladamos hasta nuestra sede y lo paseamos por cada espacio en donde dejaba una huella de tesón y esfuerzo. Detrás del ataúd como un celoso guardián celote marchaba María Aurora Rangel. Su mirada profunda y desgarradora, la madre que ofreció su fértil útero, para llevarlo en sus entrañas, lo veía abruptamente partir. Lagrimas silenciosas sobre sus surcos de piel.
¿Ahora quién mantendrá a María Aurora? Se preguntaban sus vecinos, ya que Francisco era quien lo hacía. El gobernador de entonces, Orlando Fernández Medina, se entera de la situación. Y le da trabajo fijo a su hijo menor Enrique Rodríguez. Un hecho que demostraba la nobleza del primer mandatario regional. Esas son las obras humanas que valen más que aquellas materiales que terminaran deteriorándose. Este ejemplo habla de un hombre de principios que siempre se ha preocupado por la causa de los humildes. De ese légamo está hecho Orlando Fernández Medina, líder constituido con los cromosomas de la gente.
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El compromiso fue que el joven debía estar pendiente de su madre. Lo hizo con creces. Enrique se dedicó a cuidarla hasta su último día en la tierra.
Como buen hijo de Jehová y predicador de la palabra Enrique logró que su madre llegara a creer en Jesucristo como Salvador. Doña María murió la semana pasada y su triste deceso nos trajo el recuerdo de aquel momento en nuestras vidas.
Alexander Cambero es periodista, locutor, presentador, poeta y escritor.
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