Un diálogo conveniente, por Félix Arellano
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A petición del presidente Joe Biden, se reunirán altos funcionarios de su gobierno y de China en la ciudad de Anchorage en Alaska, los días 18 y 19 de marzo, encuentro definido como “un diálogo estratégico de alto nivel” que se presenta como una iniciativa oportuna y conveniente para ambos países y para la economía global. Por Estados Unidos presiden la delegación Anthony Blinken, secretario de Estado y Jake Sullivan asesor de Seguridad Nacional; en el caso de China, Wang Yi, el canciller y Yang Jiechi, director de la Comisión de Asuntos Exteriores del Comité Central del Partido Comunista.
Cabe destacar que Blinken llegará a Alaska procedente de su primer viaje oficial como secretario de Estado, precisamente a países representativos del Pacífico, como son Japón y Corea del Sur, lo que contribuye a evidenciar las transformaciones que está experimentado la geopolítica mundial. No podemos esperar mayores resultados de este primer encuentro, lo relevante es que se reúnan, no obstante el mar de fondo que afecta sus relaciones bilaterales.
El tema chino es muy complejo, uno de los mayores desafíos tanto para la nueva administración de los Estados Unidos como para las democracias del mundo.
Para enfrentarlo se requiere de una estrategia coordinada, en diversos niveles y con múltiples actores, que permita establecer límites efectivos al expansionismo chino, en particular a su modelo autoritario, sin destruir su importante participación en la economía mundial. .
La estrategia de la máxima presión que aplicó en los últimos años la administración de Donald Trump —que incluyó, entre otros, sanciones arancelarias millonarias— generó un ambiente de alta tensión que ha afectado el comercio y las inversiones y conllevó, por reciprocidad, que China, siguiendo la ley de talión, haya sancionado exportaciones competitivas de los Estados Unidos.
Con la estrategia de máxima presión las dos economías están perdiendo y no se lograr avanzar en el objetivo de limitar la expansión china; por el contrario, en el marco de la llamada guerra fría con China, Xi Jinping ha reaccionado incrementado su poder interno y fortaleciendo su política de expansión que, además, se ha tornado más agresiva, rompiendo con el esquema de bajo perfil que caracterizaba la actuación internacional de China, desde los tiempos de Deng Xiaoping.
Un ejemplo ilustrativo de la expansión acelerada lo constituye el ambicioso proyecto de carácter mundial de “la ruta de la seda”.
Es necesario destacar que, en esencia, el enfrentamiento entre ambos países se concentra en la lucha por el liderazgo de la economía global, entre otros, el control de las nuevas tecnologías y la cuarta revolución industrial. China ha crecido como una gran potencia y compite en el plano económico con los Estados Unidos; empero, paradójicamente en instituciones como la Organización Mundial del Comercio (OMC) aspira a mantenerse en la lista de países en desarrollo.
La estrategia de expansión mundial de China ha sido hábil, creativa e innovadora y, en varios ámbitos, está logrando desplazar el liderazgo de los Estados Unidos y debilitar el orden liberal, basado en reglas y principios, que privilegia la libertad en sus diversas expresiones y los derechos humanos. Adicionalmente, durante la presidencia de Donald Trump, con su equivocada política de aislamiento internacional, propició las condiciones para consolidar la internacionalización china en el mundo.
En este contexto, el retiro de Estados Unidos del Acuerdo de Libre Comercio Transpacífico (TPP), facilitó la expansión de la influencia china en el área del Pacífico y, finalmente, bajo su liderazgo, logró la firma del acuerdo de Asociación Económica Integral Regional (RCEP siglas en inglés), que se posiciona como el acuerdo comercial más importante del mundo, con la ausencia de los Estados Unidos.
La Unión Europea ha calificado a China como una competencia sistémica y, en el caso de los países en desarrollo encontramos una situación paradójica. Por una parte, apoyan la activa presencia china en comercio e inversiones; por otra, surgen serias dudas sobre los efectos para las frágiles instituciones democráticas.
Ahora, en el marco de la pandemia del covid-19, el Partido Comunista chino también ha desarrollado una agresiva acción internacional frente a los países en desarrollo; primero, con la llamada “diplomacia de las mascarillas”, apoyando con productos fundamentales para enfrentar los efectos del virus y, más recientemente, con la llamada “diplomacia de las vacunas”, para posicionar sus vacunas contra el covid en la mayoría de los países en desarrollo.
Pero poco se comenta sobre las consecuencias negativas de la expansión China en los países en desarrollo, lo que representa un aspecto importante en la estrategia que se debe definir coordinadamente. Al respecto, cabe destacar, entre otros, la primarización de la relación comercial. China exporta manufacturas y tecnología e importa materias primas. Esa dinámica representó un elemento central en el discurso crítico de los teóricos marxistas contra los países desarrollados de Occidente; ahora, en el caso de China, muchos hacen silencio.
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China también se ha posicionado como gran inversionista en los países en desarrollo, en el caso de nuestra región, está desplazado a los organismos multilaterales, pero los procesos de negociación y renegociación de deuda con China no son transparentes; además, no forma parte del Club de París y, si bien no tiende a no establecer programas de ajuste para el financiamiento, como es el caso del Fondo Monetario Internacional (FMI), todo el proceso de negociación está cargado de opacidad y discrecionalidad.
Un tema de particular sensibilidad en la expansión global china tiene que ver con los valores de libertad, democracia y derechos humanos.
En su actuación internacional, China, en gran medida, tiende a privilegiar la relación con los gobiernos autoritarios y, en todos los casos, promueve las bondades del partido comunista para lograr crecimiento económico y estabilidad, pero se ocultan los costos sociales de la “paz social” comunista.
En las diferencias con los Estados Unidos el tema de los valores juega un papel relevante. Al respecto podemos mencionar casos tales como: los derechos de la minoría uigur, el genocidio cultural del Tíbet, el acoso contra las democracias de Hong Kong y de Taiwán. Frente a esos cuestionamientos, China responde que son asuntos internos y no acepta su incorporación en la agenda de negociación. Adicionalmente, en los últimos años, como parte de la agresiva acción internacional de Xi Jinping, se han incrementado las tensiones con los países ribereños en el mar del Sur de China y los problemas limítrofes con la India.
Cómo se puede apreciar la agenda para el diálogo es amplia y compleja, pero limitarse a la guerra comercial no resulta lo más eficiente, solo conlleva un desgaste para los dos países, con negativas repercusiones para la economía mundial. Por el contrario, el diálogo podría contribuir a identificar potenciales áreas de cooperación y definir los convenientes límites que deberían ser respetados por cada una de las partes.
En la compleja relación con China debemos sumar la negativa matriz de opinión, particularmente en la sociedad norteamericana, que sataniza la negociación con el coloso asiático y complica la posibilidad de acuerdos.
Es posible que la coordinación multilateral que propicia el presidente Biden, en el marco del diálogo transatlántico y con los países de nuestro hemisferio, pueda contribuir a identificar opciones para un manejo más inteligente del desafío chino.
Otro tema que debería formar parte de la extensa agenda del diálogo tiene que ver con la solución de la crisis venezolana. No se trata de que China asuma un protagonismo en la recuperación de la democracia, eso resulta contra natura, a lo que se aspira es a que no obstaculice los esfuerzos que está desarrollando la comunidad democrática internacional. China debe tener claro que en una Venezuela democrática sus intereses e inversiones no serán afectadas, todo lo contrario, podrán disfrutar de seguridad jurídica, como es el caso en la mayoría de los países de la región.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.