Un diferendo argentino-chileno con olor a naftalina, por Fabián Bosoer
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Los países del Cono Sur americano sucumbimos juntos a la violencia y el terror dictatorial de los años 60 y 70. Y juntos, también, recorrimos el camino de la dictadura a la democracia, en los 80’s y 90’s, con distintos retos, ritmos y condicionantes. La desactivación -cuando no resolución- de los conflictos limítrofes fue uno de los requisitos que permitieron avanzar en esa dirección y asentar los pilares del proceso de integración que también contribuyeron tan decisivamente a hacer de esta parte del mundo una “zona de paz y cooperación”.
El Tratado de Paz firmado entre Argentina y Chile, que puso fin al centenario conflicto por el Canal del Beagle (1984) y los acuerdos de Argentina con Brasil que sentaron las bases del Mercosur (1985-1991) fueron mojones de ese derrotero que mostró la fortaleza de las nuevas democracias para suspender o remover el estado de beligerancia, latente o explícita, que nos tuvo en vilo desde que nuestros países se imaginaron y se constituyeron como estados nacionales.
La reaparición de un diferendo limítrofe
Por eso es que la reaparición de un diferendo limítrofe entre Argentina y Chile, en este caso por mapas superpuestos sobre una porción de la plataforma continental al sur de Tierra del Fuego que la Argentina considera con legítimos títulos como propia y Chile ha decidido incluir como suya, puede ser la punta de un iceberg de un panorama geopolítico más complejo y preocupante.
Los antecedentes del caso señalan que el 21 de abril de 2009 la Argentina tomó la iniciativa de llevar a la Comisión de Límites de la Plataforma Continental (CLPC) los documentos para fijar el límite exterior de su plataforma. El 17 de marzo de 2017 la CLPC adoptó las recomendaciones excluyendo aquellas zonas sujetas a una disputa de soberanía con el Reino Unidos así como el sector que está regido por el Tratado Antártico. Este dictamen permitió extender los derechos de soberanía argentina sobre los recursos del lecho y subsuelo en más de 1.782.000 km2 que se suman a los ya habidos 4.799.000.
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El Congreso argentino aprobó por unanimidad el dictamen textual de la Comisión de Límites que se convirtió en Ley 27557 el 4 de agosto de 2020 promulgada el 25 del mismo mes. El Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile ya había hecho conocer en mayo su oposición a la Cancillería Argentina, y según afirma, reiterando los términos expresados ante el organismo técnico de Naciones Unidas en el 2009 donde se reservó el derecho de determinar los límites de su plataforma. El Decreto Supremo 95 del 23 de agosto y la actualización de la Carta Náutica chilena cuatro días después, estableciendo los derechos soberanos de su plataforma continental, son la continuidad de esas gestiones diplomáticas iniciadas en 2009.
La superposición con la soberanía argentina corresponde al sur del Mar de Drake, conocida como “medialuna”, con una superficie de 5000 km2. Como señala el diplomático y economista argentino Felipe Frymdan, durante largos once años ambos países no encontraron la oportunidad para dialogar, aclarar las diferencias ni definir qué hacer con tanta agua. Y ahora sobreviene el desentendimiento público que puede derivar en nuevas apelaciones internacionales si no hay un tratamiento bilateral conjunto.
La disputa por el dominio del lecho marino
Este diferendo, por otro lado, se puede inscribir en la disputa por el dominio del lecho marino que se observa en otros espacios estratégicos: en el Ártico, el Caspio, el Mediterráneo, el Mar del Sur de la China. Extender esta soberanía es un fenómeno de la geopolítica global que involucra a potencias mayores y países que se ven empujados a esa carrera por los recursos.
Lo que nos lleva a ampliar el foco regional y observar también este conflicto limítrofe binacional argentino-chileno en línea con los desacuerdos y divergencias que colocan al Mercosur en su peor momento, como parte también de la erosión -sino resquebrajamiento- del piso regional que hizo posible avanzar juntos, dentro y fuera de las respectivas fronteras nacionales de cada uno de los países miembros: Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay.
Es así como vemos aflorar dos conductas reactivas de “fuga” de las encrucijadas actuales, en apariencia contradictorias, en el fondo consustanciales: despegarse de los compromisos regionales para buscar cada uno por la suya un “salto” hacia los mercados globales, o replegarse en los nacionalismos territoriales y aislacionismos de un mundo que ya no existe.
Dos espejismos que pueden servir para distraer la atención de los problemas domésticos y no hacen otra cosa que evidenciar que cuando faltan proyectos comunes de futuro, nos asaltan los atavismos y fantasmas que parecían definitivamente superados, en un escenario regional cuyo parcelamiento y fragmentación debilita los intereses nacionales de cada país. Lo último que nos faltaba, ahora, es que la Argentina y Chile reediten viejas rivalidades en el Cono Sur, en un túnel del tiempo que nos retrotraiga 40 años atrás, mientras las potencias globales redefinen el Gran Juego de la geopolítica global.
*La versión original de este texto fue publicada en Clarín, Argentina
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Fabián Bosoer es Cientista político y periodista. Editor jefe de la sección Opinión de Clarín. Prof. de la Univ. Nac. de Tres de Febrero. Profesor de la Univ. Argentina de la Empresa (UADE) y FLACSO-Argentina. Autor de «Detrás de Perón» (2013) y «Braden o Perón. La historia oculta» (2011).
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