Un futuro en manos del pasado (por lo visto), por Luis Ernesto Aparicio M.
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Hace pocos días, retumbaba una voz en altoparlantes que anunciaba: «Las fuerzas políticas a las que antes se tachaban de ‘herejes’ y se identificaban con el pasado ahora representan el futuro». Este anuncio lo hizo uno de los hombres fuertes de la ultraderecha europea, el húngaro Viktor Orbán. Su declaración parecía sacada de una película de ciencia ficción, como si estuviera hablando de la puesta en marcha de una máquina del tiempo, pero en una sola dirección: hacia un pasado idealizado convertido en futuro.
Los amantes del pasado, incapaces de conciliar el sueño por los fantasmas de épocas oscuras que realzan, sueñan con recuperar un poder que, según ellos, les fue arrebatado. Su narrativa nostálgica evoca un mundo que glorifica las jerarquías, las desigualdades y los privilegios de unos pocos, ignorando los costos humanos de esos sistemas. Como los cantos de sirena de la mitología, estas ideas atraen a quienes creen que el regreso a esos tiempos sería suficiente para resolver los problemas de hoy.
Si estas fuerzas retrógradas logran imponerse -como lo estamos presenciando- el mundo que conocemos, construido a base de luchas por la igualdad, la equidad y la libertad, podría sufrir un drástico retroceso. Sería un giro de volante hacia un ciclo de poder absoluto en manos de los «mandamases»: aquellos que, como herederos simbólicos de reyes y señores feudales, buscan reducirnos a simples vasallos. En esta visión del futuro, los derechos humanos se convertirían en un obstáculo que estorba sus planes de dominación.
Las conquistas sociales serán el primer objetivo a demoler. Se borraría todo avance en igualdad de género, diversidad sexual, derechos de las minorías, programas sociales fundamentales para la disminución de la pobreza y riesgos de salud. El debate sobre la diversidad sería reducido a una visión binaria y restrictiva: hombre y mujer como los únicos géneros reconocidos, negando los hallazgos científicos sobre las hormonas prenatales y su impacto en la orientación e identidad sexual.
Del mismo modo, el cambio climático sería desestimado con explicaciones simplistas, ignorando los esfuerzos científicos que han probado su existencia y urgencia. El negacionismo sería el estandarte, justificando la destrucción de los ecosistemas y la desaparición de especies con la idea de que “estaban condenadas” de todos modos.
En este panorama, el pasado no será solo una referencia, sino un modelo a seguir. Las ideas de figuras como Francisco Franco y otros dictadores serán reivindicadas, mientras que los historiadores que documentaron sus abusos serán desacreditados. El patriotismo, en esta nueva época, no se medirá por el respeto a los derechos y libertades de todos, sino por la capacidad de imponer una visión única y excluyente de la identidad nacional. Será un patriotismo truculento, donde la glorificación de una historia distorsionada justificará las nuevas formas de opresión.
En estos cruciales momentos, hay que ser coherente, proponer cambios para beneficio de todos debe ser sostenido de forma consistente para no entrar en el juego de quienes hoy promulgan ese retorno hacia una especie de edad media o era oscura en donde solo los poderosos económicamente podrán disfrutar de una vida digna, mientras que quienes sufren los atropellos promovidos por estos, ven como se degrada su condición de ciudadanos libre. En pocas palabras, retratarse con esta nueva tendencia retrógrada, tira por tierra todo esfuerzo realizado para las conquistas democráticas.
Este regreso al pasado como futuro también traerá consigo un rechazo a la diversidad cultural. Nos harán creer que quienes lucen o piensan diferente no merecen atención ni derechos, relegándolos a los márgenes de la sociedad o expulsándolos a los confines de un mundo de miseria y violencia. Las políticas de exclusión y segregación racial y cultural no serán disimuladas, y serán parte del programa político tendencial.
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Al final, el mundo que soñamos, uno de justicia, igualdad y derechos universales, está en juego. Como ya lo advertí, el avance de estas ideas retrógradas pone en peligro las conquistas sociales, científicas y políticas que han costado siglos de esfuerzo colectivo.
Ante esta amenaza, queda en nuestras manos decidir si permitiremos que el futuro sea dictado por un pasado idealizado y distorsionado, o si defenderemos los valores de igualdad, libertad –no libertaria– y progreso que nos definen como humanidad.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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