Un generoso profesor tico, por Gustavo J. Villasmil Prieto
Twitter: @Gvillasmil99
Mis inicios en el mundo de las políticas públicas se remontan a los días entrañables del Instituto Centroamericano de Administración de Empresas (Incae) en su hermoso campus de Alajuela, en Costa Rica; días de un junio de 1999 que no parecían augurar todo lo que en los siguientes cuatro lustros habríamos de vivir.
Integraba yo el grupo de admitidos al Programa de Alta Dirección Pública (PADP) de aquel alto instituto, en el que estaba inscrito parte de lo mejor de la joven tecnocracia centroamericana y de más allá – de Paraguay y de Bolivia- preparándose para asumir la conducción de instituciones clave en sus respectivos países.
Así, por ejemplo, destacaban los gerentes de las cajas e institutos de seguridad social de Guatemala, Honduras y El Salvador y del para entonces reciente sistema boliviano regulación sectorial y sus superintendencias. Especialmente competente era la pléyade brillantes funcionarios panameños que se alistaba para asumir las tareas directivas que traería consigo la inminente reversión de la soberanía del canal a Panamá el 31 de diciembre de aquel mismo año, según lo pactado en los históricos tratados Torrijos-Carter. ¡Menuda «craneoteca» aquella!
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Cuando llegó el turno de presentarme ante mis compañeros de curso mi voz debió haberles sonado parecida a un viejo tocadiscos al que de repente alguien desenchufa: «médico, Hospital Vargas de Caracas, Venezuela», dije. Enseguida todas las miradas convergieron sobre mí, seguramente preguntándose «¿y qué hace este señor aquí?». Era natural. Yo mismo aún no lo tenía del todo claro. Me había educado en la convicción de que el cultivo de mis mejores habilidades clínicas haría la diferencia en la organización sanitaria a la que fuera. Miren que me esforcé mucho en ello, pero no fue así. Fue entonces cuando pensé en que la cosa era por el lado de la gerencia y me inscribí en cuanto programa y maestría encontré.
«¡Ahora sí!», me dije. Ya con el diploma «de gerente» en mano, no tardé en constatar que no, que todo seguía igual –o quizás un poco peor– porque el problema de los hospitales en Venezuela no era ni clínico ni gerencial, sino esencialmente de política de estado.
Afanado como un Adán el Día de las Madres, trataba siempre de dar lo mejor de mí en cada curso, en cada nueva disciplina con la que me topaba –Microeconomía, Desarrollo Organizacional, Planificación Estratégica, entre otras– y que tan lejanas estaban de aquellas en las que un día me había formado. Supongo que viéndome «fajado» con todo aquello, el profesor Francisco de Paula Gutiérrez– el «profe Guti, como todos le llamaban»– se me acercó a la salida de clases para invitarme un café en una tarde alajuelense bajo uno de los típicos «palos de agua» que con frecuencia caen sobre la verde Costa Rica.
Hombre de estado, representante de su país ante los más altos organismos internacionales y antiguo presidente de su banco central, Don Francisco de Paula Gutiérrez, doctor en Economía por la Universidad de Pennsylvania, devino en un académico dedicado y genuinamente interesado en quienes colmaban las aulas en sus cursos del Incae. Recuerdo que me preguntó sobre Venezuela y sus perspectivas políticas con la nueva constitución que se promulgaría aquel año, sobre mi trabajo en el hospital y nuestra sanidad. Cuando le expresé mi decisión de hacer carrera pública, mirándome fijamente me dijo:
«Si se va a iniciar en el campo público, le aconsejo demarque muy bien la cancha en la que va a jugar, para que pueda hacer un manejo adecuado de las expectativas de sus dolientes y de los recursos de los que disponga, que habrán de ser siempre escasos. Sea siempre claro y exija claridad: no le dé el beneficio de la duda a nadie. Ejerza su función con pasión y afecto, pero no le tome apego a la silla que ocupe. «Algo más», agregó, «tenga escrita su renuncia desde el primer día, por si se diera el caso de que lo anterior no se cumpla».
“Marcar la cancha”, que no es sino definir se manera responsable el alcance de lo que se va a hacer. Abrirle cortafuegos a la intriga y las agendas ocultas –Jamás hacer de la silla que se ocupe, por alta que sea, un fetiche al cual aferrarse. En más de 20 años de servicio público, una vez tras otra he podido constatar la valía de los consejos que esa tarde me había dado aquel hombre sabio.
Cuando estas líneas se publiquen, esperamos ya hayan sido elegidas, al menos en parte, las nuevas autoridades de mi querida Universidad Central. Al hacer mis mejores votos por el éxito en sus nuevas funciones a los colegas profesores electos, les hago llegar los mismos consejos que un amable académico costarricense tuvo la inmensa generosidad de darle al joven y bisoño médico venezolano que yo era, puesto en aquellos días a las puertas del desafío de su vida: Don Francisco de Paula Gutiérrez, el «profe Guti». A su memoria dedico las reflexiones que con ellos aquí comparto.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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