Un gesto, por Adriana Moran
Nadie sabe cómo se comportará el causante de la pandemia en Venezuela. Pero si tenemos que guiarnos por lo que hemos visto, no es sensato pensar que lo hará distinto a como lo ha hecho en el resto del planeta. Y si bien es cierto que su conducta puede variar por características propias de cada región como densidad población o movilidad, también es cierto que esa vocación por multiplicarse termina por imponerse más tarde o más temprano aunque las medidas de aislamiento se cumplan.
Como habitantes de un país que ya estaba herido de muerte antes del evento biológico, pocos no estarán de acuerdo en que enfrentamos esta nueva amenaza en condiciones mucho más adversas que la mayoría de nuestros vecinos. Un sistema sanitario que ya no era capaz de responder con mínima eficiencia a los padecimientos que habitualmente castigan la salud de la población, difícilmente podrá encarar las demandas de un contagio masivo con su porcentaje de pacientes complicados que requerirían muchísimo más de lo que tenemos.
La acertada decisión del gobierno de decretar la cuarentena temprana estuvo sin duda motivada por esta certeza. Por el reconocimiento, aunque no sea público, de que no tenemos cómo enfrentar el contagio exponencial que se ha presentado en otras partes, y por la necesidad de detenerlo como sea para no poner en evidencia ante el mundo que nuestro sistema público de salud se cae a pedazos desde hace tiempo y que sus despojos están lejos de poder atender ningún evento extraordinario cuando no puede ya con los más ordinarios y comunes.
Y el peor de los escenarios es agregarle a esta ya dramática situación la imposibilidad de acercarnos, no como actores políticos o como ciudadanos identificados con uno o con otro, sino como portadores del gentilicio común que debería despertar, más allá de la repartición de culpas, la mirada compasiva por el destino de todos.
Algunos hablan de acuerdo, de pacto, de tregua. A mí me gusta pensar en gestos. En un gesto humanitario que trascienda las diferencias para socorrer a este pobre país encerrado, asustado, en muchos casos con hambre y en todos con incertidumbre.
Muchos dicen que el primer gesto debe venir del poder. Y es cierto. Pero cuando es por humanidad, no es tan importante quién da el primer paso. Lo importante es tomar la decisión de acercarse, de buscar la respuesta del otro, de insistir si es necesario. Y esperar que de ese gesto, de esa insistencia, surja la fórmula para atender el peligro que no distingue entre unos y otros.