Un gobierno cobero, por Teodoro Petkoff
El presidente Nicolás Maduro tiene rato con el tema del golpe que supuestamente pretendería tumbarlo. Hasta ahora no había presentado ninguna evidencia de tal amenaza, pero hete aquí que de pronto tres generales ¡tres generales! han asomado sus cabezas y serían ellos los gestores del tal «golpe prolongado» que explica la violencia que hemos vivido y no las penurias económicas, los abusos de poder y las desmesuras represivas que padece el pueblo venezolano. Todo esto es muy extraño, por decir lo menos. En todo caso, no cabría duda de que se trataría de un golpe sui generis.
Generales solitarios, y al parecer de oficina, que fueron acusados masivamente por sus subalternos, que no conspiraron, que no se reunieron a hurtadillas con nadie, que irrumpieron de golpe y trancazo, según se desprende de las declaraciones de Maduro. Que no utilizaron, en síntesis, las lecciones del golpe del 4F, sus prolongadas estrategias conspirativas y sus felonías. Pero, además, el gobierno no ha presentado ninguna otra evidencia de que en la FAN se estaría cocinando alguna tramoya golpista. Todo luce muy raro y más rara aún es la coincidencia del «golpe» con la visita de Unasur a nuestra capital.
Es imposible no imaginar que esta coincidencia no es tal sino que se trata de una triquiñuela, de una patraña para uso de los ilustres visitantes y darle alguna coherencia a ese disparate del golpe en cámara lenta.
Añádase a esto la pintoresca denuncia de Jorge Rodríguez, por citar el más patético y cursi, pero también de medio gobierno, sobre el incendio en el Ávila, que según el alcalde habría sido provocado por la oposición. Este caballero es alcalde de una ciudad que conoce poco. Cada año, en nuestro verano se producen decenas de pequeños, o no tanto, incendios en nuestro cerro tutelar. Por lo general, se trata de fenómenos de combustión espontánea, que tal como aparecen se extinguen, sin haber constituido nunca una amenaza para la seguridad de la villa que se extiende a los pies de su imponente mole, salvo esta vez que sí provocó un desastre, se fue la luz en media Caracas, se paró el metro y por ende la ciudad se volvió un caos. De modo que el burgomaestre erró el tiro. Además, se supone que todo el sistema eléctrico se ha puesto bajo el resguardo de nuestra fuerza armada. Pero, en todo caso, la denuncia de Jorge Rodríguez no tiene otro fin que el de justificar la desidia e impericia en el cuido del sistema eléctrico y el nuevo, ¡tantos!, percance del metro que perturba la cotidianeidad de los caraqueños. Y no puede ser vista sino como parte de esa peculiar manera de ejercer el gobierno que es la de acusar de todos sus traspiés justamente a quienes le hacen oposición.
Y, por último, no se puede dejar de señalar la estrambótica acusación ministerial de que la «derecha» intentó contaminar con sustancias tóxicas el acueducto de Mérida, vaya ridiculez que no merece ni rebatirla, pero que mucho indica de la irresponsabilidad del verbo gubernamental. Nada serio, nada nuevo, la peculiar táctica de Goebbels de acusar a los otros de las faltas y tropelías propias.
Ojalá los venerables cancilleres de Unasur sepan calibrar estas barbaridades.